Esta semana leía que escuelas públicas de Seattle han denunciado a grandes tecnológicas como TikTok, Youtube, Snapchat y Facebook por dañar la salud mental de los jóvenes. Los profesores norteamericanos argumentan que la eclosión de tendencias suicidas y otros trastornos psíquicos graves son consecuencia de un modelo de negocio digital que, conscientemente, explota la psicología y neurofisiología de los jóvenes.

La actitud de las escuelas constituye una excelente noticia en la medida que pretende denunciar y reconducir una de las mayores disfunciones de la acelerada transformación digital. Como ha sucedido en otras coyunturas similares a lo largo de la historia, la revolución tecnológica fractura la sociedad, dividiéndola entre ganadores y perdedores. Pero hoy lo digital nos sitúa en un escenario de una complejidad jamás vista, pues a sus efectos sobre la desigualdad, se añade su incidencia sobre la salud mental, al transformar la forma de entendernos y relacionarnos. Así, la adicción digital juvenil es ya la que más preocupa a nuestros profesionales de la salud mental.

Desde hace demasiados años, ha imperado la idea errónea e interesada de que la revolución digital es imparable, que regularla es como pretender poner puertas al campo. Sin embargo, la tecnología, al igual que la globalización económica, puede y debe ser regulada atendiendo al interés general. De no hacerlo, el conflicto se resuelve a palo limpio, tal como bien nos enseña la historia.

Junto a la regulación de los poderes públicos, algunos expertos apelan a la responsabilidad de padres y educadores para que niños y jóvenes dispongan de más tiempo de asueto, en que no se hallen sujetos a actividades regladas ni expuestos al bombardeo sobreestimulante de lo digital. Que recuperen el hábito del aburrimiento, algo tan denostado por el discurso dominante en nuestros días. Así lo entendió a la perfección, hace más de siglo y medio, el personaje novelesco que da nombre a esta columna, Oblómov. Su inactividad e indolencia pueden servirnos de ejemplo. Una razón más para leerle.