A Xavi Trias le gusta la fachada del Liceu con las puertas acristaladas del escultor Jaume Plensa, que flanquean el foro por antonomasia de nuestra cultura. El gran artista contemporáneo, que ultima el escenario de un Macbeth para enero, no se encomienda. Habla sin desvestirse por dentro y en eso, Plensa se parece a Xavier Trias, el alcaldable soberanista que se explica extendiendo los dedos con yemas de manicura y recatando su supuesto savoir fair en argumentos frágiles. Sus palabras van siempre pinceladas por la gracia de su erre gabacha o sus impronunciables consonantes catalanas.
Trias es parte de la ópera; estuvo presente hace poco en el desayuno de Jaume Collboni en el Círculo del Liceu, acompañando a la plana mayor socialista, un engarce que predispone un futuro pacto PSC-Trias, después de la municipales. Pero el frente amplio de Collboni no se pronuncia. La casta brahmánica, los Narcís Serra, Raimon Obiols o Josep Maria Sala le aprecian y le dicen al oído: “es necesario que remontes el espíritu de la antigua Convergència”.
Sin embargo, en las casernas del Cinturón Rojo, los capitanes de hoy exhalan un tufillo constitucionalista que tumba al ex convergente. El ministro Iceta rechazaría un pacto municipal sociovergente y Salvador Illa se lo pensaría, paseando peripatético bajo soportales, con la barbilla apoyada en los pulgares. Trias no hablará de este asunto; su laberinto mental difumina la palabra.
Hijo del empresario químico Joan Trias Bertrán y uno más de doce hermanos, aprendió a comprometerse en los veraneos de Viladrau; su educación sentimental tuvo lugar en las playas de Menorca, a la sombra de Mongofre, la finca de Fernando Rubió i Tudurí, otro farmacólogo de postín. De su madre, María Vidal de Llobatera, heredó la pasión política del abuelo Llobatera i Lluirella, miembro de la Lliga Regionalista; y de su bisabuelo recibió el influjo tradicionalista, que subyace siempre en el nacionalismo catalán.
Cuando desempeñó el cargo de consejero de Presidencia de la Generalitat, con Jordi Pujol al frente, Trias quiso ser una encarnación del noucentisme. Representaba la plenitud frente a la vorágine de los jóvenes turcos -Artur, Oriol, Homs, etc- que acabaron descarrilando a Convergència, hasta convertirla en la residual JxCat. Fue alcalde de la capital catalana entre 2011 y 2015 y, durante el último año de su mandato, acudió al estreno de la temporada, para ver La Traviatta, la vida descarriada de la cortesana Violetta Valéry. Aquel día, el doctor Xavier Trias y Vidal de Llobatera, que por deontología profesional no puede llorar delante del paciente, se guardó la lágrima para el Addio del Passato. Coda triste en el patio de butacas; una conducta digna de Zeno, el personaje triestino de Italo Svevo.
Trias no se explica, pero se explaya. Pertenece a la endogamia por pura sensibilidad. Reinó sobre la medicina pública de su mentor, Josep Laporte, y vivió la decadencia de las privatizaciones encubiertas de Artur Mas, que el propio Trias consintió e impulsó. Se traicionó a sí mismo, pero no a su estirpe, la de una prole que hablaba castellano en la torre familiar de Ganduxer y estudiaba en los Jesuitas al cuidado del Prefecto, bajo el molde del lejano Congreso Eucarístico.
Los veraneos de media montaña comparten la tradición solariega que encontró Josep Pla en aquel Senyor de Barcelona, Rafael Pujet, encumbrado en Rupit y dueño de Corriol. En la misma cuenca hombría, los humedales y las meriendas en las fuentes del Montseny diseñaron el corazón de Trias, el buen doctor, el burgués gentilhombre, abocado a la locura indepe, la del empobrecimiento del país y el suicidio de sus élites.
Hoy pertenece a un pelotón incapaz de inventar el futuro. Persigue una Barcelona limpia y autocomplaciente, que frenaría a la atrabiliaria Laura Borras y allanaría el camino de Jordi Turull. No aceptaría ser un edil demediado, porque “esto no es Vic”. Se presenta por Junts pero rechaza la lista de Junts. Sueña en volver a ser alcalde reeditando el municipalismo de los noventa. ¿Dónde está su cartapacio? ¿Qué nos ofrece, además de su elegante porte? Un discurso elegante, pero inerme.