A veces te relees y te “salta” a los ojos una frase en la que antes no habías reparado y que te da un choque eléctrico, como éstas de Savater que publicamos el domingo pasado en Letra Global: "Sin coraje ninguna virtud sirve para nada. Y Spinoza lo tenía. Curiosamente, era enérgico en la exposición de sus ideas, pero también dulce, amable, como se ve en su correspondencia. Saber que un hombre así estuvo en este mundo es algo que alegra".

Cuando escuché y anoté estas frases –en la Casa de América, donde él se materializó para hablar del libro de Krauze— me fijé, sobre todo, en la primera, la que sostiene que “sin coraje ninguna virtud sirve para nada”. Como fue pronunciada sin pensar, como si fuera una verdad obvia, pensé si sería un aforismo o axioma de algún filósofo antiguo, quizá estoico, o algo de Chamford o de Novalis, o si a lo mejor era algo suyo, del propio Savater. Luego, camino a casa, por la Castellana, estuve dándole vueltas y tratando de encontrar pruebas en contrario, juntando algunas virtudes con la condición de cobarde, o de pusilánime.

No me salió ninguna. Recordé el verso que dice “Siempre el coraje es mejor, la esperanza nunca es vana”, y un artículo glosándolo, de un argentino llamado Horacio Gennari, donde sostiene que “La historia del hombre la hicieron solo aquellos que tomaron decisiones con coraje y precisamente no fueron burócratas (…) Descubrimientos, batallas, revoluciones del pensamiento, disrupciones de moda y estilos, límites de la ciencia, siempre delante había gente con coraje sin temor al fracaso o al ridículo.”

Vale. Pero resulta que “la historia del hombre” no es para tirar cohetes y cuando llegamos a un impasse como éste en el que nos hallamos (y me refiero tanto a la catástrofe ecológica y el cambio climático como a la política nacional, la guerra de Ucrania,  la permanente crisis económica y los gritos de Pilar Rahola) volvemos la vista al pasado y todas esas obras de coraje, sean batallas, heroicos descubrimientos de América, y alunizajes, y revoluciones, nos parecen criminales y nos parece que hubiera sido mejor seguir el ejemplo de inactividad de Oblomov o el que predica en sus versos el poeta victoriano Arthur Hugh Cloud: “No me gusta conmoverme porque la voluntad se excita / y la acción es siempre peligrosa. / Temo cometer algún error, / alguna mala acción, con buenas intenciones, / algún acto injustificado. / ¡Estamos tan inclinados a esas cosas, con nuestras / terribles nociones del deber!”.

También es verdad que nadie se arrepiente de haber sido valiente; mientras que la propia cobardía, aunque haya sido benéfica, no deja en nadie un buen recuerdo. Pero de las frases de Savater que encabezan esta nota la que de verdad me gustó es la última: “Saber que un hombre así estuvo en este mundo es algo que alegra”.

Se refería a Espinoza. Sí, es verdad, por esta vida sin sentido, por este valle de lágrimas, ha pasado gente a la que contemplamos con agradecimiento, porque con su acción han cambiado, a mejor, el maldito valle. En las horas de desaliento que todos tenemos es bonito echar una vista atrás y pensar en ellas. A veces son grandes artistas o escritores, médicos o misioneros abnegados, chistosos con gracia, la vecina del perrito a la que vemos que siempre da limosna al mendigo en el portal, y que nos conforta. En mi caso, por deformación profesional, casi todos son escritores. Me alegra saber que estuvieron en este mundo y lo modificaron para mejor: Cervantes, Aldana, Joseph Roth, Leo Perutz

Pessoa, Kavafis… Y también humoristas como Buster Keaton, Joaquín Reyes y su panda, Larry David, y hasta Joaquín Luna. Son muchos aquellos a los que debo gratitud. Cuanto más lo pienso, más nombres me salen de  personas reconfortantes, aunque, claro, ya imagino que ninguna es perfecta.

Estoy pensando en dedicar unas horas a hacer una lista, personal, exhaustiva. Que no se me olviden Dalí ni Renard ni Juan Bautista Bertrán. Es probable que sea una lista larga, capaz de cubrir y tapar la locura del mundo. Estoy pensando en crear un club en el que cada socio tendría que hacer una lista de nombres que le alegran cuando piensa que estuvieron en este mundo. Nos reuniríamos y hablaríamos de esa gente. Nos contagiaríamos el entusiasmo por Fulano y por Mengano. En nuestro círculo nunca se hablaría mal de nadie, no hay que perder el tiempo, pues hay cosas por hacer y se hace tarde.