Parece que la UE regresa peligrosamente a su origen: le Comunidad Económica del Carbón y del Acero (CECA), el antecedente de la CE, de la CEE y de la actual Unión Europea. La guerra de Putin hace imposible cumplir la agenda verde y descarbonizar el continente, pero tenemos al equipo reserva: todavía contamos con la nuclear, a la que se suman los reductos minerales del carbón. La hegemonía nuclear de Francia se impone. Es la potencia continental del sector y produce más de la mitad de su electricidad en centrales nucleares. Alemania tenía un plan para cerrar sus últimas centrales este mismo año, ha dado un giro copernicano, pero no llega a tiempo; Italia es irreversible, ya que cerró su última central en los 90.

El segundo país más nuclearizado del continente, Ucrania, posee la central de Zaporiyia, la más grande del mundo, cuyo bombardeo por parte de la Federación Rusa ofrece ahora una clara explicación. Rusia gana territorio utilizando misiles y cañones, pero su guerra real es la económica: agotar las fuentes de energía de la UE. Hace bueno aquel principio estratégico de un gran general: “Si quieres ganar una guerra, primero debes empobrecer a tu enemigo”.

La presidenta de la Comisión Europa, Úrsula Van der Leyen, no tiene otra opción. Pero Greenpeace considera que el Parlamento Europeo y la Comisión han cedido a las presiones de los lobis nucleares y gasísticos. Dicen que esto es un greenwashing intolerable. Pero bueno, válgame Dios, qué puede hacer la Comisión ante la escasez de energía importada. No tenemos tiempo de poner en marcha grandes parques fotovoltaicos, eólicos o nuevos recursos hídricos que nos permitan alimentar la demanda de energía primara. Para Bruselas, la nuclear ocupa ya el primer puesto en la taxonomía de las inversiones sostenibles. Pero la vicepresidenta tercera y ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, ha calificado como un “cambio erróneo” el visto bueno del Parlamento Europeo a considerar la nuclear  y al gas como energías verdes. A su juicio, “no es bueno que se intente pasar por verde lo que no es”. La ministra se pierde en el campo de las palabras.

Caricatura de Ursula von der Leyen / FARRUQO

Caricatura de Ursula von der Leyen / FARRUQO

¿Qué haremos? ¿Restricciones? Estamos perdiendo la partida frente a Putin, pero la Federación Rusa ha entrado de lleno en aquello que los economistas llaman “el mal holandés”, que se manifiesta en un país dependiente del monocultivo, exportador de una sola materia; en este caso, los hidrocarburos. Putin gana esta batalla pero pierde la guerra, rodeado como está de barreras invisibles que aíslan su comercio internacional, sin una divisa convertible porque el rublo está fuera del sistema mundial de pagos. Se apoyará en China, pero Pekín no tiene socios, solo tiene intereses.

Reino Unido está en vilo, pero se justifica: “La ingratitud es un deber de los grandes pueblos” (Winston Churchill); Boris es el tercer primer ministro tory seguido que abandona antes de tiempo y además el gas natural del Mar del Norte no será suficiente para el autoconsumo de las islas. Bruselas vive entre el saber y el poder, entre el tiempo y la eternidad. Von der Leyen podía haberse quedado quieta, inclinarse ante el orden profano de las apariencias. Pero ha preferido la verdad: o potenciamos las centrales nucleares y el gas o encaramos un invierno sin luz ni calefacción. Ante la escasez, España es la excepción positiva y solidaria, gracias a las plantas de regasificación extendidas por nuestras costas, levantadas por Naturgy, Repsol o Cepsa, no lo olvidemos. Compran a diario gas licuado en diferentes puntos del planeta, lo gasifican en casa y lo distribuyen por Europa a través de los gasoductos.

La Francia de De Gaulle y Georges Picot apostó por las nucleares, frente a otros estrategas como Pere Duran Farell, fundador de la actual Naturgy, que aposto por el gas, “una energía de izquierdas”.