“Es la economía, estúpido” regresará como estribillo político ahora que los precios se disparan, el consumo cae y la incertidumbre es aparatosa. El Gobierno de Pedro Sánchez parecía tener como prioridades el cambio climático, la paz en Ucrania, satisfacer a colectivos minoritarios y a sus aliados parlamentarios, caer bien a Ursula von der Leyen. Si eso es así, no pocos votantes --como ha ocurrido en Andalucía-- podrán recordarle: “Es la economía, estúpido”.
En los Estados Unidos, el estratega más belicoso del partido demócrata puso esa expresión en el diccionario de la política de verdad. Siempre impulsado por la patología de la hiperactividad, James Carville ha dirigido con lucidez drástica campañas electorales en medio mundo. Fue en las presidenciales de 1992 cuando puso el cartel “Es la economía, estúpido” en todos los locales de la campaña de Bill Clinton.
Como presidente, George Bush sénior fue decisivo para la estabilidad mundial al caer el muro de Berlín. Entonces había que liderar el desenlace de la guerra fría, la unificación de Alemania, el desmantelamiento de la Unión Soviética, considerar las incógnitas chinas y librar a Kuwait del Sadam Husein invasor. Si fuese cierto que el entonces presidente no atendió debidamente a la economía, cuando comenzaba la campaña electoral ya se dieron signos de recuperación. Había dicho: “Leed mis labios: no habrá nuevos impuestos”. Y no pudo cumplir. De ahí la síntesis efectista de Carville que Clinton asumió con destreza. Los demócratas regresaron a la Casa Blanca.
Si el Gobierno de Pedro Sánchez sigue desarbolándose, el mantra de Carville va a reaparecer. Las familias están en alarma roja por la subida de precios. No sabemos si a corto plazo es factible embridar la inflación ni cuando cesarán las previsiones de crecimiento a la baja, ni cuál es el trecho que hay que recorrer para recuperar ahorro, ni si la contracción del consumo puede menguar, ni si el gasto público nos endeudará hasta el vértigo. Cuando la geopolítica --materias primas, gas, petróleo-- interviene tanto en la geoeconomía, los deseos de paz universal o la ilusión del paraíso climático pasan a segundo plano. La vicepresidenta Nadia Calviño sostuvo inexactamente que con la agresión de Putin a Ucrania España era el país menos expuesto. Al mismo tiempo, el Gobierno de Pedro Sánchez daba un giro insólito en la posición respecto a Marruecos, y Argelia reaccionó. ¿Por qué no reactivar las centrales nucleares?
Para cualquier gobierno, las circunstancias actuales no son las mejores, y menos aún si tienes ministros de Podemos. Eso hace que, si la oposición propone reducir el IVA de la luz, Moncloa diga que no. Luego, al ser castigado por los electores andaluces, lo convierte en iniciativa propia. Es el método Sánchez.
La guerra de Ucrania puede ser larga, la tensión geopolítica tendrá largo alcance y no está claro que la OTAN y la Unión Europea --a punto de padecer graves tensiones internas-- tengan el temple que se requiere. Las sociedades europeas se ensimismarán: “Es la economía, estúpido”. Habrá llegado la hora de votar solo con el bolsillo.
A diferencia de los usos y costumbres en España, James Carville reconoce sus errores de predicción. En las legislativas de 2002, daba por ganadores a los demócratas y no fue así. Hizo un mea culpa público volcándose encima un cubo de basura. Cuando en 2004 dio por sentado que ganaría Trump pero ganó Bush junior, Carville fue a los estudios de televisión y se chafó un huevo en la frente. Son cosas de yanquis demasiado abrasivos.