Cuando es posible graduarse en España con asignaturas pendientes, presentarse a la selectividad con un suspenso, las matemáticas tienen sexo y desde la dirección del cuarto partido más votado en el Congreso de los Diputados nos dicen que el esfuerzo no vale para nada, resplandece el héroe humilde, un compatriota que se emociona y nos emociona como si fuese la primera vez al ganar una vez más y que, además, paga sus impuestos en España teniéndolo muy fácil para no hacerlo.
Según la secretaria de organización de Unidas Podemos, “el mito de la meritocracia convierte los problemas colectivos en problemas individuales, pero no te cuentan que lo que importa no es tu esfuerzo, sino muy probablemente, tu código postal, tu entorno y tu capital cultural”. Reivindica el derecho a vaguear, “quien nace pobre, suele morir pobre” y “da igual el esfuerzo que haga y el compromiso que tenga”, porque “el ascensor social no funciona”.
El mensaje de resignación o dejadez que escuchamos cada vez más es tan terrible como el de decrecimiento, el que mejor seamos todos pobres porque así seremos más iguales. No importa que la realidad en Cuba o Venezuela sean terribles, hemos de hacerles caso porque gracias a ellos tendremos la paguita y la subvención, no como última solución sino como meta vital. Como contrapunto, un compatriota que asombra al mundo porque hace muy bien una cosa, dar a una pelota con una raqueta, pero sobre todo se mueve por valores que ojalá fuesen los dominantes en nuestra sociedad. Nadal ya no es solo un tenista o un deportista, es el ejemplo que necesita nuestra sociedad ahora que están de moda valores que pueden acabar con todos nosotros.
Rafael Nadal es sacrificio, pues antepone todo por un fin último, la victoria que sobre todo le hace feliz, porque hace tiempo que ya no juega ni por dinero ni por un puesto en la historia. Ya tiene todo el dinero que puede necesitar un ser humano y ha batido tantos récords que tiene un merecidísimo puesto en la historia del deporte mundial, a pesar que le hemos dado muchísimas menos condecoraciones de las que se merece. Nadal es esfuerzo, pues entrena día y noche aún cuando su cuerpo le pide parar. Y es entrega, porque todo él está centrado en su objetivo, lo da todo sin importarle las consecuencias. Y además lo hace todo desde la humildad y sobrecumpliendo con sus deberes de ciudadano.
Nadal ha ganado mucho dinero, unos 125 millones en premios y seguro que otro tanto, o más, en patrocinios, pero nadie puede dudar de que cada céntimo que gana se lo tiene bien merecido. A pesar de pasar muchos días fuera de España prefiere pagar sus impuestos aquí, porque no quiere contar los días que ha de pasar fuera para no equivocarse. Un día más en Mallorca no tiene precio para él, aunque sus impuestos sean mucho más altos que si dijera que era residente en Dubai o Montecarlo como hacen otros deportistas de élite. Pero no son solo los impuestos que paga, su academia de tenis es un legado impresionante, que da empleo directo a más de 300 personas y que por muy rentable que sea difícilmente le devolverá los más de 40 millones invertidos en ella.
Somos muchos los que quisiéramos que las leyes las dictase alguien como Nadal en lugar de quienes lo hacen. Nadal ya no es un deportista que gana títulos, es un ser humano que se sobrepone a las dificultades del destino y gana con épica y sufrimiento. Ganó en Australia en una remontada histórica, ha ganado en París lesionado y dolorido, y seguirá ganando dentro y fuera de la pista.
Mientras, tendremos que seguir escuchando tonterías de algunos líderes políticos empeñados en buscar problemas donde no los hay y en decirnos que nos conformemos con lo que tenemos, que el esfuerzo no vale nada y que el futuro es de los mediocres. Tenemos que repensar el papel de los liderazgos y de los valores que nos ayuden a salir del profundo bache en el que nos encontramos. Ojalá la popularidad y el halago fácil que ahora envuelve a Nadal sirva para reflexionar y la gente descubra que el sacrificio, el esfuerzo y la entrega sirven de mucho.