Leía hace unos días un artículo de Jürgen Habermas en el que se preguntaba: ¿Apostar por una victoria militar de Ucrania sin tomar las armas uno mismo no es acaso un autoengaño piadoso? Si siempre resulta interesante leer al pensador alemán, me resultó especialmente estimulante al coincidir en unos días en que se multiplicaban los artículos de autocomplacencia con la actitud europea ante la invasión rusa.
Se entiende que la plena intervención de los países de la OTAN en la guerra podría derivar en un conflicto de consecuencias impensables, lo que obliga a los estados europeos a limitarse al suministro de armamento y al bloqueo comercial y financiero de la economía rusa, si bien hasta cierto punto. El límite es no llegar a afectar, aunque sea mínimamente, al bienestar europeo, lo que lleva a proseguir con las importaciones energéticas.
Se comprende que las acomodadas sociedades occidentales no estén dispuestas a asumir ningún coste derivado de la guerra, ni el drama humanitario que representaría participar plenamente en la misma, ni tan siquiera la caída de algún punto del PIB en el caso de cerrar el grifo del gas. También forma parte de la lógica que, en este contexto y guste o no guste, cada país vaya a la suya y se preocupe de su propio abastecimiento energético, en vez de considerar una verdadera política común de compra y distribución de energía, como correspondería a un estado de guerra. Pero lo que me cuesta de entender es esta extraordinaria autocomplacencia.
La guerra de Ucrania habrá reforzado la cohesión de la Unión Europea en algunos aspectos, pero refleja el gran fracaso de una idea globalizadora que, en buena parte surgida de Europa, se ha topado con la realidad. Y también muestra la decadencia de unas sociedades acomodadas que, mientras no perciban coste alguno, alientan a los ucranianos a irse dejando la vida. Pero, no lo dudemos, a la que nos alcanzasen las primeras consecuencias en materia de seguridad o bien la guerra afectara directamente a nuestros bolsillos, emergerían las voces que pedirían a Ucrania que renunciase a lo que fuese con tal de recuperar la estabilidad. En resumen, nada nuevo, lo que de siempre refleja con precisión el saber popular catalán con aquel ¡Aixequem-nos i aneu-hi!. Es decir, levantémonos e id (los otros, claro).