Es fácil imaginar ahora a Pedro Sánchez, afectado de una hemorragia de satisfacción y desternillándose de risa, disfrutando en una terraza de La Moncloa al solecito del invierno madrileño mientras degusta un vermutillo con aceitunas, rellenas por supuesto que las con hueso quedan para el lumbreras Teodoro García Egea. Sin hacer nada, los chicos del PP le han dejado el campo expedito para afincarse en el Gobierno hasta que se aburra. Con el eslogan de “¡Que vienen los fachas!” incluso puede morder a sus socios de coalición: los comicios castellanoleoneses tampoco han sido una buena noticia para las aspiraciones de Yolanda Díaz.
Ya advirtió Carlo Maria Cipolla, en sus Leyes fundamentales de la estupidez humana, que “subestimamos el número de estúpidos que circulan por el mundo”. El presidente vive así, instalado en el mejor de sus sueños, “agradecido y emocionado” que diría Lina Morgan, por más que los sueños solo sean verdad mientras duran. Pero este chico no tiene una flor sino un parterre en donde termina la espalda. La crisis del PP no es una buena noticia para la democracia ni para España: ya veremos cómo y cuándo concluye. Pero pasan cosas que nos habrían resultado increíbles si nos las hubiesen contado hace no tanto tiempo.
También debe de estar disfrutando de lo lindo Santiago Abascal, aguardando relajado y en silencio a la espera de que los votantes populares caigan como fruta madura en su morral. Superada la prueba de Castilla y León, se regocija como los antiguos cerealistas castellanos que a mediados del siglo XIX proclamaban aquello de “agua y sol, y guerra en Sebastopol”. Algunas encuestas de urgencia aparecidas este fin de semana a raíz de la bacanal popular ya vaticinan un sorpasso de Vox al PP. Puede que no sea políticamente correcto, pero me resulta difícil creer que todos los votantes de la ultraderecha patria sean unos fachas empedernidos: actualmente, el hartazgo pesa mucho más que la ideología. Es casi imposible construir nada cuando, según quién diga qué, la respuesta es la animadversión, el desprecio o la indiferencia. El análisis mesa a mesa de las votaciones en Castilla y León puede arrojar luz sobre la realidad del trasvase de votos y los movimientos telúricos que se han producido en todos los partidos.
Cuando la cosa no va de propuestas ideológicas sino de resolver los problemas de las personas, la ausencia de gestión se hace más apreciable. Faltos de liderazgos como estamos y a la vista de los espectáculos que brindan por doquier cada semana, no puede sorprender que haya quien se plantee la necesidad de que los dirigentes políticos se tomen un año sabático y empiecen a buscarse la vida como personas normales y trabajadoras para conocer la realidad de las cosas. A buen seguro que el país seguiría funcionando, por lo menos igual que ahora, no iríamos peor. Resulta inevitable traer a la memoria para parafrasearla aquella pregunta que se hacía Mario Vargas Llosa en Conversación en la catedral, consecuencia de las frustraciones colectivas del Perú e interrogarse sobre “¿Cuándo empezó a joderse España?”.
Es innecesario remontarse a tiempos muy pretéritos, sean los Reyes Católicos, la expulsión de judíos o de los moriscos. Basta recordar mucho más recientemente y sin ir más lejos a Albert Rivera, quizá uno de los personajes más nefastos de nuestra historia reciente y ejemplo de la volatilidad política, al menos por sus resultados. Sus decisiones pudieron cambiar el rumbo del país pero lo envió a la ciénaga para dedicarse ahora a impartir cursos de liderazgo y dar lecciones diciendo que no está de moda dimitir. ¡Alucinante! Habrá que reconocer que algunos tienen un ego que no les cabe en el cuerpo y anegan la realidad circundante, mientras tratan de buscar exclusivamente el reconocimiento social y el confort personal. Sin duda, la estupidez puede ser más maligna que la maldad. El nobel francés Anatole France sostenía que un necio es mucho más funesto que un malvado, porque este descansa a veces, pero el necio nunca.
La falta de diligencia, institucionalidad y sentido de Estado acaban con cualquier esperanza. Nos empujan a una depresión sistémica. Si la democracia es la alternancia, aquí no se ve por lugar alguno alternativa capaz de resolver los problemas cotidianos. Podemos interrogarnos incluso por saber cuándo se jodió Cataluña. Trabajo tendrán los historiadores para explicarlo. Porque el lío popular y su combate sordo con Vox es la rabiosa actualidad, pero tampoco es menor el desbarajuste que vive Junts y estos con ERC, sin perder de vista las tensiones internas entre Oriol Junqueras queriendo hacer de Xavier Arzallus y su discípulo Pere Aragonès, por ejemplo. Las guerras siempre producen víctimas colaterales.
Así, vamos perdiendo tiempo y oportunidades, porque los casos de incapacidad de gestión se hacen flagrantes y repercuten en la calidad de vida de los catalanes. La estupidez no tiene fronteras ni ideología, es invasiva. Un rápido recuento permite hacer una amplia lista de ocasiones perdidas o a punto de malograrse: subsede de El Prado, Agencia Europea del Medicamento, Hermitage, ampliación del aeropuerto de El Prat, hoteles Four Seasons y Hyatt, la decisión de AC Hoteles de no invertir un euro más en Barcelona, Agencia Europea de Meteorología, la situación de riesgo de los Juegos Olímpicos de Invierno, el BCN World de Hard Rock junto a Port Aventura, la amenaza de Primavera Sound de cambiar de aires… Las responsabilidades se reparten a ambos lados de la Plaza Sant Jaume, entre ayuntamiento y Generalitat. ¿¡Se puede ser más estúpido!?