El juntismo separatista vive envuelto en una permanente nebulosa, no solo por su contradicción nominal, sino también por sus desvaríos o cinismo políticos. A los actos antidemocráticos o los ridículos gestos navideños de Laura Borràs, mientras preside o adorna el Parlament, se suman ahora los amenazantes comentarios de todo un vicepresidente. Puigneró ha asegurado que la mesa de diálogo representa solo a la mitad del Ejecutivo autonómico, presuntamente el gobierno de y para todos los catalanes. Luego queda ya invalidado cualquier acuerdo al que lleguen los concurrentes a la dicha mesa. Todo un alarde de espíritu democrático.
Un hombre tan dado a la especulación política, histórica y astronáutica como Puigneró debería precisar mejor la solución al problema del reparto proporcional de la representatividad, según sea la presencia en el Gobierno, el Parlamento o respecto al apoyo recibido del electorado. Los juntistas separatistas ocupan la mitad del Gobierno, pero sólo una cuarta parte del Parlament. Y si recordamos que el 46% del electorado se abstuvo, JxCat solo fue votado, aproximadamente, por un 13% del electorado. Esa es cuantitativamente su legitimidad democrática, la derivada de poco más de un 10% de los catalanes mayores de 18 años, aunque la legalidad le otorgue una presencia cercana a un 25% parlamentario y a un 50% en el Ejecutivo.
Aunque la ley electoral otorga más representación de la merecida, mientras no se cambie, es la ley. La aceptación, por todos, de la legalidad no debe suponer el uso y abuso de los números con el demagógico argumento de estar en posesión de la mayoría. Si un político se atribuye una cifra mayoritaria como representante, con el fin de justificar acciones que favorecen sólo a una minoría económica o cultural, ha de ser considerado un farsante, a no ser que esté convencido de dicha falsedad cuantitativa, entonces habría que arbitrar otras medidas cervantinas sobre el juicio mental.
Puigneró ha ido más lejos en sus aseveraciones y, al especular sobre el posible regreso de Puigdemont si se retiran las euroórdenes, ha asegurado que “es el presidente legítimo de la Generalitat de Cataluña y siempre lo será”. Le ha faltado añadir la reiteración cumpleañera “porque es un muchacho excelente (bis), y siempre lo será (bis)”. Cuando todo un vicepresidente autonómico no distingue la realidad pública de su deseo privado, o no aprecia cuáles son las diferencias evidentes entre legalidad democrática, legitimidad ética y delirio totalitario, debería ponerse en marcha --al estilo norteamericano-- un proceso de incapacitación para la representación y gestión públicas.
Cabe también la posibilidad de recuperar algún mecanismo de control, entre los que ya existían en las polis de la Grecia clásica, para fulminar de manera inmediata a políticos de este jaez. Aunque también en la mitificada democracia ateniense concurrían este tipo de dislates. Sucedió, por ejemplo, cuando Antístenes, harto de nombramientos de militares inútiles, planteó a la asamblea que se cambiase por decreto la denominación a los asnos para que, a partir de ese momento, se les llamase caballos. Preguntado por qué hacía esa estúpida propuesta, respondió: “- ¿Acaso no nombráis por votación a generales entre los más ceporros?”.
En realidad, todo es mucho más sencillo, pues allí donde los separatistas una y otra vez ven gigantes hay solamente molinos, aunque dichos políticos parecen haber olvidado cómo quedaron de molidos después de haber embestido a sus odiados “gigantes” en aquella lucha de octubre de 2017. Dirá Puigneró que aún y así siguen cabalgando, cierto, pero si se mirase al espejo vería la patética imagen que les ha quedado, aquella que el sensato Sancho recordó al enloquecido Don Quijote después de subirse otra vez a Rocinante: “Enderécese un poco, que parece que va de medio lado”. Otro 50%.