Àngels Chacón es un barco de cabotaje; bordea la costa, pero no se adentra en alta mar. Tiene proyecto: unir a los grupos de la órbita liberal-catalanista y celebrar un congreso fundacional el próximo mes, pensando en las elecciones municipales de 2023. Chacón, de sobrada formación académica, hija de un concejal de CiU en Vilanova del Camí y ex mano derecha de Marc Castells en la Alcaldía de Igualada, se autoproclama centrista; ha creado Centrem, un imperativo de tenor futbolístico. Quiere unir a la diáspora convergente: PDECat, Lliures, Convergents y Lliga Democràtica, dejando al margen a el Partit Nacionalista de Catalunya de Marta Pascal.
El tribalismo nacionalista expresa el desmembramiento propio de una piñata mexicana. Cataluña se empequeñece; en la calle reina el instinto de la horda, mientras que Chacón moviliza a la gent d’ordre para revisitar Barcelona, como palanca política de Cataluña. No inventa nada nuevo; solo encaja los bolillos del soberanismo blando para depositarlo en las espaldas de los ciudadanos.
La exsecretaria general de PDECat fue consejera de Empresa con el expresident Quim Torra; afrontó la crisis de Nissan, con un toque cosmopolita, basado en su dominio del inglés y el alemán, pero al final nos dejó la herencia fútil de Enrique Bañuelos, el consultor de QEV Technologies, al frente de la mesa de reindustrialización de Zona Franca, donde ha prometido un centro de electromovilidad. Bañuelos se hizo rico con el pelotazo de la inmobiliaria Astroc --miles de familias arruinadas por una mala inversión inducida-- y montó aquella lamentable paella para 20.000 comensales en Nueva York para publicitar el tocho y la marquetería. Curiosamente, sus pifias le flanquearon la entrada en el mundo de la reindustrialización catalanista, un modelo de negocio periclitado.
Lo peor de la iniciativa privada acaba en el alambre de la política nacionalista. Pero Chacón ya sabe cómo las gastan los jefes del sindicato del crimen; a ella la echaron de consejera en una purga del camarada Jordi Sànchez (Junts), digna de un ensayo moscovita del Dimoni escuat, en la versión de Guillermina Motta.
Cuando cabalgaban juntos, los amigos de Convergència practicaban esgrima, hacían deporte de montaña y juraban mantenerse castos. Los supervivientes recuerdan con nostalgia aquel tiempo regado de dinero sin dueño, cuando los límites entre la vida pública y la privada eran porosos. Ahora se odian entre ellos; sobreviven en la ingeniería de la pasión por el mando.
El catalanismo de salón se refunda regado de petulante meritocracia. El Lliures de Fernández Teixidó está por la labor de Chacón; propugna un frente común capaz de restituir el catalanismo en el conjunto de la sociedad y de derrotar a Ada Colau, en Barcelona. Astrid Barrio, de la Lliga Democràtica, desprende una vocación candorosa del eco lejano del Catalonia, el yate de Cambó sobre el Egeo, y la formación Convergents, de Germà Gordó, es una mella del resistencialismo encastado en el PDECat.
El nuevo centrismo quiere ser un Mittelstand centroeuropeo, esforzado, patriótico y socialmente responsable. Buen intento, pero lástima, porque el país es pequeño y todos se conocen. En este momento, después del procés, el estoicismo melancólico ocupa el lugar del héroe. El intento de Chacón es un velo de santidad que protege la carcoma. La verdad del nacionalismo no es que sea una máscara, es que no puede vivir desenmascarado.