Navidad, tiempo de buenos deseos y mejores intenciones. Unos días en que se multiplican las palabras amables, las frases emotivas y, de hace unos años, los vídeos sensiblones que nos reenviamos por Whatsapp. Un volver al ayer y al recuerdo de quienes amamos y ya nos dejaron. Mi aportación a ese efímero universo de añoranza y amor de estos días es recomendarles “Navidad” de Antonio Machín.

También, en estos días, somos un poco más caritativos y, quien más quien menos, contribuimos con alguna buena causa para que hasta el más indefenso pueda tomarse su trocito de turrón y copita de cava. Así entiendo una tarjeta de felicitación que recibí esta semana y en la que, de manera genérica, me deseaban Felices Fiestas y destacaban su contribución con una entidad social, que surte de alimentos básicos a los más necesitados. Me llamó la atención porqué incide en algo que me resulta lamentable: el uso interesado y obsceno de la caridad. Y ocurre tan a menudo que ya no le damos la menor importancia.

Recuerdo, entre muchos otros ejemplos de los últimos meses, a la compañía que dona comida y lo comunica con una fotografía del pobre beneficiado que, gracias a su generosidad, puede llevarse un bocadillo a la boca;  a la universidad de élite en que una alumna becada con aportaciones de los antiguos alumnos explica cómo, pese a venir de un entorno muy humilde, pudo acabar la carrera gracias a la generosidad de sus donantes que, claro está, figuran con nombre y apellido para ser reconocidos como buena gente; o la empresa que emplea a discapacitados, en cumplimiento de la ley, y los luce para que los visitantes sepamos que estamos en una compañía con sentimientos.

No entiendo tamaña mercantilización de la caridad, reflejo de una sociedad extremadamente individualista y desorientada. Además, tras muchas de estas iniciativas se encuentran personas religiosas que, con su darse a conocer, pretenden ser ejemplo a imitar. No lo veo así. Más bien les recomendaría algo muy sencillo y especialmente adecuado para estos días navideños, que leyeran el Sermón de la Montaña en el que, según narra San Mateo, Jesús de Nazaret proclama ante una muchedumbre:

“Cuando haces limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y las plazas, para ser estimados de los hombres… más cuando tú haces limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha… para que tu limosna sea en secreto…”.

Más claro, imposible. Por lo visto, todo viene de lejos. La limosna y la hipocresía. Pero con el paso de los años es de reconocer que hemos mejorado. Ahora, para una mejor ostentación de la limosna hemos creado todo un cuerpo académico con la llamada Responsabilidad Social Corporativa. ¡Felices días de Navidad!