Más de 15 meses después del inicio de la pandemia quienes nos malgobiernan siguen aplicando la misma metodología, improvisar.
Nos encontramos en un momento confuso, levantando restricciones y abriendo fronteras mientras los contagios suben. Pero esta quinta ola es diferente a las anteriores porque el número de inmunizados, sea por haber pasado la enfermedad, sea por estar vacunados, es muy alto y, sobre todo, la población más sensible está razonablemente protegida, con la excepción de la franja de 60 a 69 años atrapada en el caos entorno a la vacuna de AstraZeneca.
¿Qué haremos si llegamos a una incidencia de, por ejemplo, 300 y no hay presión hospitalaria ni un número de fallecidos relevante? La estrategia de convivir con el virus llegaría a una nueva fase donde nos sería casi igual que la gente se contagiase, como nos es igual que la gente se acatarre o tenga gripe. Sería una estrategia plausible, como también lo sería volver a las restricciones para evitar la generación de nuevas variantes. Pero hay que tener una estrategia, la que sea. Que pasen los días, suban los contagios y quienes nos malgobiernan no den señales de vida no tiene pase. Nos jugamos salvar algo los muebles en el turismo con lo que ello implica. Sin turismo internacional, no hay recuperación creíble.
Es lamentable que todo se decide por lograr o mantenerse en el poder, lo demás les da absolutamente igual a nuestro políticos. Les es tan indiferente la salud como la economía, por lo que esa falsa dicotomía es inexistente. Quitarnos la mascarilla y anunciar público en los estadios de fútbol la temporada que viene solo dos días después de aprobar los indultos a los presos del procés es tratarnos de imbéciles a la ciudadanía. La mascarilla en la calle se la ha quitado media Europa por demostrarse innecesaria, y hablar de los estadios de fútbol en septiembre es ciencia ficción. Pero así se aborrega al pueblo que, además, ahora hay una Eurocopa que cuando menos es distraída.
Pasa lo mismo con las ayudas europeas. Se habla mucho de ellas, se anuncian mañana, tarde y noche, pero el dinero, si llega, llegará sobre todo a partir del año que viene. De momento hemos vivido de las esperanzas y de los globos sonda.
Mientras no se demuestre lo contrario, lo que habría que hacer es dejar que la vida siga su curso toda vez que la situación hospitalaria es buena y los grupos de riesgo están razonablemente protegidos. Pero es algo que tiene que hacer toda Europa, si no, tendremos otro verano perdido totalmente para el turismo. Y si los sabios del lugar dictan que es peligroso que el virus campe a sus anchas, habría que hacer seguimientos y forzar (je) a los jóvenes asintomáticos a hacer cuarentenas.
En esta quinta ola vuelve a triunfar la improvisación, la superficialidad y la indigencia intelectual de quienes mandan, consentido por el borreguismo de los mandados. Nos hemos puesto guantes, hemos cubierto los zapatos, nos hemos bañado en gel hidroalcohólico… y luego nos dijeron que el contagio por contacto es muy difícil. Nos han cerrado bares y restaurantes, no hemos podido comprar, tampoco reunirnos, rezar o viajar. Y a todo hemos dicho amén. Los jueces están siendo nuestra única esperanza, como demuestra la prohibición de detención ilegal a los estudiantes en Baleares. Como el Tribunal Constitucional tumbe el primer estado de alarma, el bochorno será mayúsculo. Nuestra sociedad será muchas cosas, pero obediente lo es un rato, tal vez demasiado y de eso se aprovechan unos políticos que le han cogido el gusto a eso de saltarse las leyes a la torera.