Hace unos meses, en esta columna, comentábamos cómo la dinámica política madrileña se iba pareciendo a la que, de hace años, conocemos en Cataluña. Desde entonces, la tendencia no ha hecho más que acelerarse.
Así, para los de Isabel Díaz Ayuso también se da la existencia de un enemigo, la amenaza comunista bolivariana; el victimismo de quienes se sienten injusta y sistemáticamente atacados; el hecho diferencial, sustentado en una libertad que genera el mayor crecimiento económico entre las comunidades españolas; la imposibilidad de dialogar, entre una derecha e izquierda cada vez más radicalizadas; y todo ello requiere, evidentemente, de un icono de la causa, la propia presidenta de la comunidad.
Además, a medida que se consolida la dinámica, tiendo a pensar que las coincidencias van más allá de la política. Y que también entre las élites, lo que veníamos a llamar la burguesía, las similitudes son mayores de lo que parece. Así, desde el inicio del procés se ha señalado a la burguesía catalana como corresponsable del desastre dado su silencio, o connivencia, con una deriva que sólo podía conducir a un callejón sin salida, deteriorando gravemente la economía y la cohesión social. Y no negaremos que la crítica es, en su medida, sólida y evidente.
De la misma manera, me resulta igual de sorprendente cómo las élites madrileñas legitiman el discurso de Isabel Díaz Ayuso. Me pregunto cómo clases ilustradas, que se consideran herederas de la mejor tradición liberal, rechazan sistemáticamente al otro; cómo de irritados se muestran ante el chavismo de Sánchez e Iglesias, mientras resultan incapaces de reconocer el éxtasis populista de Díaz Ayuso; cómo hacen suyo un “Madrid es España y España es Madrid” que centraliza en la capital el crecimiento en detrimento del resto del país; y cómo apoyan acríticamente un modelo económico que se sustenta en un mal llamado liberalismo pues, en realidad, es una desregulación errática y sin precedentes, que dispara su PIB, en la misma medida en que acrecienta la fractura social. Así, con enorme crudeza, lo señala el informe del relator especial de la ONU sobre extrema pobreza, con críticas muy duras acerca de las políticas sociales de la comunidad.
Quizás, al final, resulte que los males de fondo son los mismos aquí y en todas partes. Sólo hay que ver cómo las élites de Estados Unidos, supuestamente las más libres y avanzadas del mundo, rieron alegremente, durante cuatro años, las memeces de Donald Trump. Algo va mal en Occidente.