Que nadie se equivoque. Lo que se dirime en las elecciones del 14F es la posibilidad de salir del bucle del procés. Para ello es imprescindible que los partidos independentistas pierdan la mayoría absoluta. Hace unos meses parecía completamente descartado, no porque el proyecto separatista tuviera credibilidad tras una década de engaños y falsedades que hasta los suyos reconocen, sino por la extrema debilidad de las fuerzas constitucionalistas. En 2017, Ciutadans ganó las elecciones de forma muy meritoria con 36 diputados, pero enseguida desperdició la oportunidad de constituirse en una alternativa que fuera más allá de ser el partido antiprocés e Inés Arrimadas renunció a presentarse a la investidura. Por su parte, el PP solo ha luchado en estos años por sobrevivir tras quedarse con solo cuatro diputados en el Parlament, mientras el PSC de Miquel Iceta, aunque pudiera ahora crecer a costa de Cs y beneficiarse de la presidencia de Pedro Sánchez, se había resignado hace meses a administrar la derrota. Duele decirlo, pero esa es la verdad.
Hasta hace muy poco se daba por hecho que Junts, ERC y la CUP sumarían 68 o más diputados y, peor aún, se temía el efecto propagandístico si sobrepasaban el 50% de los votos. Las elecciones se planteaban básicamente como una pelea para dirimir cuál de los dos lideraría la nueva etapa, si Junts o ERC. Una lucha dentro de la hegemonía soberanista. Nada más. Ese era el escenario al que nos enfrentábamos cuando Roger Torrent activó la cuenta atrás hacia las elecciones en octubre pasado siguiendo los plazos que marca el Estatuto y cuando Pere Aragonès firmó el decreto de convocatoria el 21 de diciembre. En cambio, la demoscopia nos dice que hoy es bastante improbable que superen el 47% de los votos y que no es en absoluto descartable que pierdan la mayoría absoluta que tienen desde 2012.
Si ese cambio de escenario se ha producido en tan poco tiempo es gracias a la candidatura de Salvador Illa quien, según todas las encuestas, va a movilizar como desde hace décadas no se veía al electorado socialista. Hoy el PSC es quien tiene un porcentaje más alto de fidelidad e intención directa de voto. No sabemos qué dará de sí el 14F, si el exministro tendrá un gran éxito o pinchará estrepitosamente durante la campaña, pero las expectativas ahora mismo serían mucho peores de no existir su papeleta. Este giro en el guion explica la maniobra para desconvocar las elecciones que intentó el Govern, muy particularmente ERC, trasladándolas a finales de mayo para diluir el “efecto” Illa, alejarlas lo más posible del peor momento de la pandemia y ponerse políticamente detrás de la gran victoria que seguramente cosechará el Scottish National Party (SNP) el 6 de mayo, en la línea de exigir un referéndum acordado como reclamo electoral. Pere Aragonès lo explicó ayer en la cadena Ser. Y solo hace falta ver cómo han salido contra el candidato socialista muchos de los periodistas y famosos mediáticos de TV3 y Catalunya Ràdio, o la inmundicia que vomita contra él Pilar Rahola en youtube y en su “aluminosa columna” de La Vanguardia, como brillantemente retrataba ayer Joan Ferran. Hay nervios, muchos nervios, porque el cambio, aunque difícil, es posible en Cataluña.
Por tanto, para que Cataluña salga del bucle el 14F se necesitan dos condiciones. La primera y principal: que los independentistas pierdan la mayoría absoluta, condición sin la cual una victoria de Illa, como la de Arrimadas en 2017, serviría de poco. Y segunda condición pero también necesaria: que el PSC quede por delante del primer partido independentista o, por lo menos, pudiendo esgrimir una victoria en votos, aunque tal vez obtenga algún diputado menos por el injusto reparto de escaños.
Para ambas cosas la movilización del voto constitucionalista es clave. Ahora bien, no solo o exclusivamente a favor de los socialistas, claro está. Es deseable que Ciudadanos mantenga un nivel de representación suficiente, por encima de los 12 diputados, y que el PP de Alejandro Fernández salga del pozo electoral y no quede por detrás de VOX, cuya representación solo serviría para hacer aún más difícil cualquier otro pacto, amén de alimentar el discurso populista y xenófobo del que ya vamos sobrados por el lado separatista. Finalmente, en cuanto a los comunes, que no proponen ningún referéndum ni nada por el estilo, su mayor peligro es el entreguismo hacia ERC y su insistencia en un tripartito imposible. Pero tampoco nos equivoquemos, en último término los de Jéssica Albiach son otro dique de contención frente al unilateralismo, y sus votos siempre restan fuerza al bloque independentista. Así pues, todos a votar.