Cuentan que fue una frase de Ortega y Gasset la que dio pie a la utilización, en el ámbito parlamentario, del calificativo ‘jabalí’. Todo sucedió en una sesión de las cortes republicanas, de finales de julio de 1931, en las que afirmo: “Hay tres cosas que no podemos venir a hacer aquí: ni el payaso, ni el tenor, ni el jabalí”. Y lo cierto es que la etiqueta, que da nombre a ese mamífero artiodáctilo, le venia como anillo al dedo a un belicoso y deslenguado lerrouxista que acabó su vida siendo franquista. El aludido era un diputado de dialéctica agitada, Joaquín Pérez Madrigal, experto en provocar altercados y broncas políticas. Don Manuel Azaña llego a insinuar de él que acudía ebrio a las sesiones parlamentarias. Tan metido estaba este congresista en su rol agitativo que solía fanfarronear de su condición de ‘jabalí’ portando, en la solapa de su americana, una insignia con la cabeza del animal en cuestión. Cuentan también que Don Miguel Unamuno lo dejo patidifuso, en el Ateneo de Madrid, cuando le espetó: "Vaya con cuidado señor Pérez Madrigal, la biología nos dice que con frecuencia el jabalí degenera en cerdo”. Han pasado los años y los jabalíes, lejos de extinguirse de los hemiciclos legislativos de nuestro país, han creado escuela, se han expandido más allá de lo razonable.
A lo largo de estas últimas semanas hemos tenido la oportunidad de conocer los nombres, características y habilidades de algunos de los integrantes de las listas electorales. Con sorpresa hemos podido comprobar como algunas candidaturas, en especial JxCat, incluían en ellas individuos que iban mucho más allá de la verborrea y radicalidad de los viejos jabalíes lerrouxistas de la Segunda República. Los de los años treinta eran maleducados, broncas y altaneros. Los que hemos detectado en las listas, que apadrina Carles Puigdemont, sueltan un tufo insoportable a machismo, frikismo y xenofobia. Después de leer sus tuits, u oir sus declaraciones, estoy convencido de que tipos como los Sort, Fàbrega o Donaire no están capacitados para contribuir a reconstruir social y económicamente este país. No acierto a comprender como se han podido colar, en pleno siglo XXI, en las filas de unos de los herederos del pujolismo.
Pero el objetivo de estas lineas no es tan solo denunciar el peligro que representan estos personajillos para la convivencia, sino también poner en evidencia los intentos de difuminar sus malas practicas. Lo ha intentado Pilar Rahola llegando hasta el extremo de relativizar los exabruptos groseros, machistas y xenófobos proferidos por los miembros de la candidatura de Junts per Catalunya que se han visto forzados a dimitir. Para ello ha aprovechado su aluminosa columna de La Vanguardia conectando el ventilador, centrifugando, acusando a la izquierda de ser farisaica, sectaria y cuatro lindezas más. La pluriempleada de TV3 ha osado tildar a la izquierda de hipócrita y manipuladora de vídeos. Rahola ha arremetido contra Jéssica Albiach, Manuel Valls, Óscar Guardingo, Ada Colau y tutti quanti. Ha echado mano del sobado ‘todos son iguales’ tan típico de la derecha más rancia. Ha completado la apoteosis barroca de su servilismo al prófugo de Waterloo participando en un vídeo contra Salvador Illa en el que su principal argumento, consiste en acusar al candidato socialista de ser españolista. Se ha sumado a la cruzada nacional que han orquestado unos cuantos apesebrados de la Corporación Catalana de Medios Audiovisuales. Patético. La Pilar Rahola de hoy que se presta a relativizar lo injustificable no tiene nada que ver con aquella concejal de la época maragalliana, ni con la articulista progresista que intentó ser a finales del siglo XX. Su agresividad contra las izquierdas, su temor a un posible vuelco electoral de corte progresista, la colocan en el umbral de una desesperación rayana con la histeria. Pilar Rahola rezuma tanta decadencia como temor al cambio; pugna por perpetuar ad nauseam el actual régimen de desgobierno catalán que tan pingües beneficios le ha reportado durante más de una década. En los debates televisivos --como en el celebrado en TVE-- impera una cierta y aparente corrección; cierto, pero todos sabemos que la guerra sucia de los jabalís existe. Unos la promueven, otros la relativizan o justifican. También en esto Cataluña precisa un cambio.