Rahola estalla en la campaña con un video contra Salvador Illa, al que llama defensor de la represión, feliz desacomplejado junto a Rivera y Carrizosa, en una foto de la concentración de Societat Civil Catalana, del 8 de octubre de 2017, una semana después del Referéndum filfa. Dice que Illa es un militante gris que acaba convertido en la cuota catalana del Gobierno Sánchez. A la amiga de Puigdemont le ha entrado el pánico, al conocer la posibilidad, por pequeña que sea, de que ERC acabe formando un Frente Amplio que podría favorecer una alianza soberanista, excluido Junts, con apoyos tácticos del PSC, como lo está haciendo Sánchez, con los nacionalismos vasco y catalán, en el Gobierno de España. En este segundo caso, Barcelona se convertiría en el reverso de Madrid. Allí preside el PSOE y aquí presidiría ERC, aunque no veo a Illa capotando tan temprano.
El Coloso de Marusi se crece cada vez que lo acorralan: Rahola le llama ministro menor pero lo eleva a la categoría de referente, cuando dice que Pepe Borrell era un clown --que poco lo conoces-- un hombre marcado por el histrionismo y que, en cambio, Salvador Illa es el auténtico ideólogo del giro españolizante del PSC. Rahola y su memoria, materia siempre frágil; ella dice haber visto la deriva socialista desde Joan Reventós y Pasquel Maragall hasta Iceta e Illa. No falla, Waterloo vive inquieto; yo también lo estaría. Antes de la entrada raholiana cual elefante en cacharrería, Laura Borràs había aprovechado un repunte en los sondeos para proponer la unión virginal de Junts-ERC-CUP colgando por detrás a PDECat y PNC y si es posible, llegar hasta los Comuns.
La fórmula del Frente Amplio, utilizada en Uruguay desde los tiempos de los Tupamaros, muy presente en Perú, después de Sendero Luminoso, o en el mismo Chile, proviene de una nomenclatura palestina que unió a la OLP con el Frente Popular de George Habash, durante la Guerra del Sinaí; aunque aquel esquema ha desaparecido con el crecimiento de Hamas, comprometido con la yihad.
El raholismo no entiende de causas que no sean el Muro de Jerusalén. Y para más inri, este frente de los republicanos catalanes tiene el toque monoteísta: un solo pueblo y un solo Dios, el del Antiguo Testamento; de que forma el Altísimo impone el enfoque identitario al ideológico. Para ganar tiempo, Pere Aragonés quiere dilucidar el futuro en un debate bilateral frente a Illa, pero el PSC se opone porque, desde el minuto cero, el 14F ha sido el todos contra Illa, una polarización que favorece al candidato socialista. Borràs, por su parte, asegura que el Tripartito “se está cociendo a fuego lento” y reclama un match sin reglas; sin fueras de juego, sin faltas ni penaltis. Orienta su voto hacia las coaliciones imposibles, como hace Bildu en Euskadi, donde la izquierda abertzale acorrala al racionalista PNV de Urkullu y Ortúzar rendido sobre un campo embarrado, con el Búfalo de Lezama-Asier Villalibre- levantando la Supercopa, como lo hizo frente al Barça, a base de trompazos y complicidad arbitral.
En Cataluña no hay contrincante para el soberanismo que no sea Illa. El PP solo saca la cabeza a base de contradicciones y por eso las guerras de guerrilla entre sus barones, sobre la gestión de la pandemia, limitan la influencia de Casado como líder de la oposición y debilitan el flanco catalán. Es muy difícil que Alejando Fernández y Carlos Carrizosa sienten alguna base de futuro, mientras Ayuso siga retando al resto de presidentes autonómicos a flexibilizar las restricciones, desoyendo las críticas del prudente Núñez Feijóo. La derecha moderada solo volverá si se olvida del frentismo que practica Ayuso, el perfil macedonio. Además, el hipotético constitucionalismo dejó de existir el día en que Vox se propuso el sorpasso catalán.
Cataluña, un país milenario que hizo las Cruzadas y señoreó el Mediterráneo, ha decidido parar el reloj de su legitimidad en el Tratado de Utrech. ¿Somos hijos de un capricho dinástico? Entonces ¿a qué viene tanta bulla? Delante de la posible alta abstención del 14F, aparecen “causantes como el desconcierto, el cansancio, el disgusto, la desconfianza, el desinterés o falta de motivación (argumenta Miquel Roca en su columna semanal en La Vanguardia). Pues será que estos últimos prefieren hablar del Covid para “no tener que hablar de ellos mismos”, añade el letrado.
Mientras escribo esta nota, Illa, el Coloso, sueña entre mitin y mitin en la noche ventosa de Cabo Sunion, promontorio sobre el Egeo. Defiende, como muchos, el análisis metódico del padre de la Constitución. Y refuta, junto a muchos más, el desenfreno sectario de Doña Pilar.