Ya hace demasiado tiempo que hablamos de lo mismo. ¡Un auténtico peñazo! Lo malo es que parecemos condenados a seguir igual. Como si fuese un mecanismo de defensa, vivimos empeñados en minimizar pérdidas, mientras vamos sumando miserias, instalados en una infinita capacidad de insatisfacción y los mensajes se consumen de forma inmediata, de un momento para otro, sin saber a dónde nos llevan. Quizá quede el consuelo de adquirir libros de colorear para adultos, cosa muy de moda allende otros países como USA, que puede compensar el estrés de la imbecilidad circundante.
Siempre pasa algo que altera lo de apenas unas horas antes; se sucede una cosa y la contraria, sin solución de continuidad. Lo único claro es que “Hasta San Antón, Pascuas son”. Y la festividad fue ayer, 17 de enero, último día para desmontar el pesebre o Belén, siempre según la tradición de cada territorio. Hay quienes prefieren el Día de la Candelaria, el 2 de febrero. Ya puestos, podrían haber esperado al 40 de mayo, fecha de quitarse el sayo según el refranero y época de temperatura más apacible en plena primavera.
No por repetido deja de ser cierto que tenemos la peor dirigencia política, se mire hacia donde se mire, de los años de democracia. Que tampoco son tantos. Lo cierto es que no se trata de un problema de calidad democrática, sino de un gran déficit de calidad humana de quienes cobran cada mes por gobernar y organizar nuestras vidas. Tampoco es cuestión de ponerse cursis y creer que la bondad vive de incógnito en no sabemos donde. Una de las cosas que más preocupaba a Mafalda era “bajar el índice de egoísmo”.
Las elecciones catalanas, previstas para una fecha que nunca estuvo clara: el 14 de febrero, se han aplazado. ¿A quién ha podido sorprender tanto como para rasgarse las vestiduras? ¡Ay, pobre sociedad civil catalana: identificada con determinada burguesía local deseosa de querer no sabemos qué pero sin asumir decisiones ni consecuencias! Siempre olvidando que solo es posible avanzar si se extiende lejos la mirada y de progresar cuando se piensa en futuro. Tampoco hicieron nada antes para tratar de impedir este despropósito que nos ha dejado sin Parlamento, sin Presupuestos, sin capacidad de control de nada y con el titular de la Cámara, Roger Torrent, haciendo el ridículo en las redes con un TikTok en plan graciosillo que solo sirve para avergonzar de ser catalanes a cuantos vivimos y trabajamos en Cataluña, por seguir la doctrina de Jordi Pujol y su criterio de Cataluña como país de acogida.
En general, las palabras siempre acaban sugiriendo más de lo que en principio deben; también pueden indicar mucho menos de lo que deberían expresar. En este presente líquido que nos toca vivir, lo mejor que se puede hacer en Cataluña son las maletas. Los conceptos y significados que, por sí solos, pueden funcionar en solitario, tienen capacidad para actuar en pareja, trío o manada. Veamos: pandemia y vacuna; economía, gestión, deuda y miseria; doña Filomena y santa Paciencia; salud y muerte; residencias y vejez; agua y nieve; estupidez o gilipollez; descoordinación e incertidumbre; cooperación y confrontación entre propios y extraños; coalición, polarización y ruina política; república o monarquía; angustia e incertidumbre; desvergüenza y candidez; estulticia y perversidad; avaricia y generosidad; tristeza de muchos y euforia de pocos; pelea barriobajera y chulería; decepción y desidia… Así, hasta el infinito del apocalipsis que cada cual quiera prever.
Confiados en sus encuestas, el gran error de ERC fue disolver el Parlament y convocar elecciones para San Valentín, una fecha que nunca estuvo clara dado el avance de la pandemia. El único objetivo ahora es desdibujar el llamado efecto Illa, tratar de mejorar posiciones y deteriorar a JxCat. Ya se verá qué ocurre, porque los números no cuadran. La encuesta publicada hace unos días por La Vanguardia daba como favorito para presidir la Generalitat a Salvador Illa (24,3%), pero el problema para los republicanos es que en segundo lugar aparecía Laura Borràs (16,9%) y, en tercero, Pere Aragonés (12’4%). Un resultado, cuando menos, bastante raro.
A los independentistas les incomoda gobernar. Prefieren vivir instalados en el caos y la ausencia de gestión. El deterioro de la confianza, la pérdida de credibilidad, la multiplicación de mensajes contradictorios, el desmadre general… acaban pasando factura y tienen sus consecuencias. Cuando el debate político se torna inexistente por las desavenencias internas, la polarización y un pretendido cesarismo, apenas sirve de nada tratar de lavar la cara, limpiar la imagen o pretender ampliar espacios. ¿Para qué quiere el meritorio de contable, Pere Aragonès, el traspaso de más competencias? Solo se puede concluir que para tener más incompetencia.
Lo peor de todo es que ya llevamos un año perdido y vamos camino de perder otro. Los proyectos de ayuda de la UE pueden alargarse ad infinitum por impericia, indolencia y holgazanería de la Administración, mientras empieza a resultar ya recalcitrante el empeño en trasladar la responsabilidad de cuanto ocurre a los ciudadanos. De cualquier gobierno se espera el coraje de adoptar decisiones, esquivar el sentido del ridículo antes de dejarlo caer sobre los ciudadanos y superar el temor a terminar en el suelo por un patinazo. La falta de vida social y de contacto personal hace que la gente tenga ganas de hablar: las conversaciones telefónicas se alargan mucho más de lo habitual. Lo mismo que hay una predisposición a estrechar relaciones y hacer amistades, aunque sea telefónicamente. Es una cuestión de actitud y disposición.