Aplazar las elecciones no va a servir para que quienes han llevado a Cataluña a la decadencia actual saquen un buen resultado en las mismas, para ello más que una pandemia sería necesario un brote de psicosis que afectara a todos los ciudadanos. Eso lo saben de sobra quienes han tomado la decisión. Servirá, eso sí, para que quienes están viviendo, y muy bien, a costa de todos nosotros, puedan hacerlo durante cuatro meses más… u ocho, porque igual los comicios vuelven a ser aplazados. Puede parecer poca cosa, pero cuando estás acostumbrado a un sueldazo que te permite gastar sin freno, cualquier prórroga de este tren de vida es un regalo del cielo. Imagínese usted, lector, estando de vacaciones pagadas (y cuando digo pagadas, me refiero a un resort de esos del Caribe en los que le ponen a usted una pulserita fosforescente y ya sólo tiene que preocuparse de levantar el dedo para que le rellenen la copa o para que se acerque una mulata), y que le den la posibilidad de prolongarlas unos meses. A bodas le convidan. Nadie en su sano juicio dejaría pasar la oportunidad, que no somos de piedra.
Hacen bien en prolongar su vidorra, ellos que pueden. El gobierno catalán y todos sus diputados, asesores, directores generales, secretarios, altos cargos de departamentos e instituciones, más otros muchos de los que desconocemos su existencia pero que ahí están, viven permanentemente en un resort del Caribe. Y sin salir de Cataluña, lo cual es todavía mejor porque se ahorran el jet lag, los mosquitos y el encontrarse con un señor de Murcia que les trata de compatriotas y se empeña en compartir mesa porque se alegra de encontrarlos ahí, tan lejos de su tierra, si son ustedes tan simpáticos que ni siquiera parecen catalanes. Ropa de marca, coches deportivos, fines de semana en el chalet y churumbeles en escuelas privadas con algún idioma extranjero como lengua vehicular, antes de mandarlos a estudiar a Inglaterra o Suiza. Todo lo que sea alargar ese estatus, aunque sea por unos meses, será bienvenido. Que ello implique subvertir la democracia y perjudicar al conjunto de los catalanes no son más que daños colaterales. Mínimos además, porque lo que de verdad interesa es vivir bien. Y después, que nos quiten lo bailao.
Ahora se entiende que, coleando todavía la primera ola del virus, en vísperas de Sant Joan el Govern decidiera flexibilizar las restricciones, decretando el cambio de fase de Barcelona cuando ésta llevaba apenas dos días confinada. Centenares de miles de catalanes pudieron desplazarse libremente por toda la geografía, portando el virus allá donde hiciera falta. En su momento, la medida provocó incredulidad, pero gracias a ella y a la (ahora sabemos que) nada casual desidia de la Generalitat en materia de Covid, tenemos en estos momentos unos índices de contagio que permiten aplazar las elecciones. No digo que obliguen, ni siquiera que aconsejen, sino que lo permiten, lo cual ya es suficiente para nuestros intereses.
Permanecer en las poltronas unos meses más, no es poca cosa. Es más, van a ser unos meses de actividad frenética en el Govern, que va a demostrar que cuando se ponen a ello, no hay en el mundo nadie con más capacidad de trabajo que los catalanes. Me refiero a que es de esperar que se aproveche esta prórroga para esquilmar sin freno todo lo que se pueda. Ha llegado el momento de colocar a amigos, amiguetes, hermanos y cuñados en algún cargo que esté todavía libre, y si no existe, se crea. Y de adjudicar contratos a las empresas afines a las que por falta de tiempo no hemos podido todavía beneficiar. Y de subir de nuevo los sueldos y pensiones de diputados y consellers. Si tales cosas se llevaron a cabo ya en la primera fase de la pandemia, nada debe impedir hacerlo de nuevo, no vamos a pararnos ahora en debates éticos, cuando ya está demostrado que los tenemos más que superados.