Vivimos en una sociedad donde no hay nada que nos rodee que no tenga un tufillo populista. Ahora nos escandalizamos porque sube la electricidad, más de un 30% respecto al año pasado. Es verdad, pero no toda la verdad. Nos estamos acostumbrando a movernos por impulsos, por verdades a medias. Reaccionamos ante el titular pero no analizamos lo que ocurre, y así nos va.
Somos uno de los países europeos en los que electricidad es más cara. Y lo es porque tenemos déficit energético, porque nuestras fuentes son caras y porque, también, pagamos en el recibo decisiones, y errores, del pasado.
El coste de la energía tiene un componente muy alto que no depende ni de la oferta ni de la demanda, ni siquiera de las fuentes de generación, los impuestos. Pagamos un 21% de IVA y un 5,113% por el denominado impuesto eléctrico. O sea, mañana el gobierno podría bajar hasta un 22% el precio de la electricidad, porque podría suprimir el impuesto sobre la electricidad y aplicar el IVA super reducido al menos temporalmente mientras dure la emergencia económica y social. Como con el IVA de mascarillas, el gobierno no nos cuenta toda la verdad porque hay países, como Alemania, Francia, Italia, Portugal, Grecia o Reino Unido, que aplican un IVA inferior al general, algunos muy inferior.
Otro componente altísimo del recibo se dedica a sufragar decisiones pasadas: cierre de nucleares, cierre de minas de carbón, subvención de renovables… la intervención de los gobiernos en el mercado para avanzar hacia la descarbonización hace que a las eléctricas haya que compensarlas por inversiones que realizaron sin que nadie les dijera que no podían hacerlas o para estimular la implantación de tecnologías no suficientemente rentables. Y pagar esas decisiones nos cuesta un dineral, más de un tercio del recibo mensual. El gobierno podría pactar con las eléctricas nuevos plazos o mejor aún pagar directamente estas compensaciones desde los presupuestos generales del Estado. Todos consumimos electricidad por lo que esta parte del recibo podría eliminarse y transferirse la carga a los presupuestos, lo que sería más justo socialmente porque el IRPF es progresivo y el recibo de la luz no.
Y llegamos finalmente a lo que de verdad cuesta la electricidad, poco más del 35% del recibo. Y ahí hay dos mundos, no muy bien entendidos. Más o menos la mitad de los hogares están suscritos a una tarifa fija a lo largo del año (mercado libre) y la otra mitad a una tarifa que varía en cada hora en función de la oferta y la demanda energética (mercado regulado o tarifa PVPC). Para la mitad de los usuarios, los que tienen una tarifa fija “pactada” (que puede ser diferente según la franja horaria) con su comercializadora todo lo que vemos en las noticias sobre si sube o baja la luz no les afecta. A la otra mitad les afecta, es cierto, pero también lo es que si ahora suben los precios en primavera y otoño bajarán, porque así lo dice el histórico. En primavera y otoño la demanda baja y la oferta se abarata por el buen rendimiento de la energía eólica, solar e hidráulica. El problema del invierno es que se consume mucho y, además, se tira mucho de centrales térmicas que dependen del precio del gasoil y sobre todo del gas. Nada impediría, salvo que la oferta de la comercializadora implique pacto de permanencia, saltar de la tarifa regulada a la libre según la estación del año. Hay una excepción, quien quiera, mejor dicho quien necesite, acceder al bono social (1,3 millones de hogares lo hacen) que no es otra cosa que distintos descuentos en función de la renta o del riesgo de exclusión, ya que solo se aplica en el mercado regulado. Si el bono social solo se puede aplicar en la tarifa regulada parecería que ha de ser la más barata de manera promedio en el año.
Hoy en día operan en España más de 300 comercializadoras, muchas de ámbito local es cierto, por lo que oferta hay para aburrir y su transparencia es elevada. El problema son las prácticas comerciales no siempre correctas que tratan de captar clientes como sea en llamadas telefónicas, no solo a horas intempestivas sino que también son agresivas en su formulación. Se puede ahorrar con la tarifa regulada en primavera y en otoño, por lo que es un buen momento para captar clientes con el argumento de “¿no le gustaría ahorrar un 30% en el recibo de la luz?”, o también hay comercializadoras que hacen descuentos el primer año y luego se olvidan, o quienes cuelan otros productos o servicios, como seguros de averías y mantenimiento que, en general, el usuario desconoce.
Como en tantos otros productos y servicios el que tiene menos recursos y formación es al que le colocan productos y tarifas que no le convienen. Quien tiene recursos se puede asesorar y además comprar electrodomésticos que consuman menos, bombillas led o incluso aparatos que decidan cuándo encender la lavadora.
Estamos frente a una noticia tratada de manera sensacionalista, no hay duda. Hablar de lo que cuesta un megavatio cada día es un pequeño chiste porque la inmensa mayoría los hogares no llegan a consumir ni cinco megavatios AL AÑO. Pero es verdad que España en un país con un salario medio bajo, con un número elevadísimo de desempleados y pensionistas donde se paga uno de los recibos más elevados por la energía. Está en manos del gobierno reducirlo sustancialmente bajando la carga impositiva, sacando del recibo todos los conceptos que no son consumo y evitando las malas prácticas comerciales. El recibo de la luz es muy alto durante todo el año aunque solo ahora, y en las olas de calor del verano, sea noticia. Y no toda la culpa, ni mucho menos, es de las eléctricas. El discurso de Podemos sobre nacionalizar o crear una empresa pública pertenece, simplemente, a otro siglo o a lo peor de este, al regado de populismo. En cualquier caso carece de sentido.