Estaba yo leyendo en distintos medios como El Confidencial las últimas revelaciones sobre el llamado Caso Mainat (el falso intento de asesinato del productor televisivo Josep María por su mujer, Angela Dobrowobski), y, como feminista que soy, y como ser humano que trata de analizar los acontecimientos con la máxima ecuanimidad, me dije:
--Angela, hermana, ¡yo sí te creo!
Los nuevos datos desmontan la acusación. Denuncian enormes errores de medición en el glucómetro y en los horarios de la llamada de Angela pidiendo ayuda médica en la noche de autos:
Ella no tardó, como decía la investigación, 34 minutos, durante los cuales dejó que su anciano marido se encaminara a la muerte. Solo tardó dos minutos.
Y tampoco manoseó el medidor con las aviesas intenciones que los inspectores Japp, Clouseau y Lestrade de los mossos le atribuyeron.
Según demuestra la grabación telefónica con el servicio de urgencias, lo hizo porque así se lo reclamó el profesional médico que la atendió por teléfono.
Todo apunta a que la investigación, siguiendo lerdamente las acusaciones de Mainat, fue una obra maestra de la incompetencia, y que el caso debe ser archivado, y Angela exonerada. Y, en mi modesta opinión, sustanciosamente indemnizada. Debería seguirse luego un divorcio que le garantice, ecuánimamente, la mitad de los bienes de su marido.
En vez de eso, de momento la pobre mujer ha sido sometida a linchamiento mediático, su reputación destruida y ella, separada de sus hijos, desahuciada del hogar familiar y conducida al borde de los acantilados de la locura.
Este un caso que ha despertado una fascinación malsana, pero comprensible dada la celebridad de la supuesta víctima. Me alegra que se vayan confirmando mis iniciales suposiciones: desde el principio pensé que el “malo”, aquí, era Mainat.
Como dice la propia Angela, “es una cosa muy catalana identificarse con él”, o sea con su marido, del que habla con respeto y apenado cariño, parecido al que en los países musulmanes las sumisas esposas repudiadas reservan a sus maridos, enfermos de fanatismo, que las llevan a un injusto suplicio contra el que ellas ya saben que nada pueden hacer.
Inmediatamente la opinión pública regional, engañada por la presurosa incompetencia de los mossos, por las insidiosas acusaciones de Mainat, y por parte de la prensa perezosa que se precipitó a darlas por buenas, dio pábulo a la culpabilidad de Angela. ¿Por qué?
Por varios motivos. Que arrojan cierta luz sobre nuestros prejuicios y nuestro imaginario colectivo:
1.--La simpatía de la gente por La Trinca, trío musical… incalificable y popularísimo, del que la supuesta víctima formó parte, y que le dio celebridad.
2.--El machismo inherente a una sociedad envejecida como la nuestra, en la que la juventud es sospechosa y un anciano “indefenso” siempre es inocente y bondadoso.
3.--Las extravagancias de la vida privada de Angela, entre las cuales, por cierto, no es la menor el mismo hecho de haberse casado con Mainat: a una mujer capaz de hacer eso también la suponen capaz de cancelar ese error colosal de una manera expeditiva.
4.--El hecho de que ella tuviera supuestamente un amante, de profesión “escort”, también sirve para que las almas beatas la consideren pérfida.
5.--La xenofobia machista y supremacista de nuestra sociedad: ella no solo es mujer, además es extranjera (nacionalidad alemana). Mientras que Mainat es “uno de los nuestros”. Y tan de los nuestros: ¡como que es de Canet!
5.--Ella es pobre y una nulidad social, mientras que él es multimillonario y un pilar de la sociedad.
6.--Ella políticamente no es nada. Él sintoniza y apoya explícitamente a las autoridades.
Pero a la luz de los nuevos datos, que comprometen seriamente la “investigación” y las acusaciones de Mainat, se está dibujando un escenario completamente inverso:
En ese escenario la supuesta víctima (Mainat) no estaría del todo en sus cabales, y no habría que descartar la posibilidad de que padezca un cuadro de senilidad delirante que sería el responsable de que, en un momento de extrema debilidad física y mental causada por una de sus enfermedades --en el momento en que se lo llevaban en camilla al hospital-- lanzase las más monstruosas acusaciones contra la abnegada madre de sus hijos, que había intentado salvarle la vida.
Sería lo que yo llamo “el síndrome del Faraón”: el anciano poderoso ve a sus pies la tumba abierta, y en vez de resignarse a lo inevitable quiere, inconscientemente, arrastrar a ella a sus esclavos.
Esto, en fin, es lo que barruntaba yo ayer al enterarme por El Confidencial de los nuevos datos que parecen conducir al sobreseimiento del caso. Y precisamente cuando lo estaba pensando, noté un picor en el cuello, a la altura de la clavícula: se había despertado Chuky, el muñeco diabólico que vive en mí, y gritó:
–¿Pero tú estás tonto, o qué?
Como quizá sepan algunos de mis lectores, no es verdad lo que dicen algunas mentes cándidas de que dentro de cada uno de nosotros vive un niño al que tenemos que cuidar. Lo que todos llevamos dentro es un muñeco diabólico.
El mío se llama Chuky; viste levita, chaleco de felpa verde, cuello duro y plastrón; tiene muy mal carácter, siempre está gritando e insultando; en cuanto a su aspecto físico, se parece muchísimo al político Monedero.
–¿Que soy un tonto?... Pero… pero… ¿por qué, Chuky? –le pregunté.
–¿No te das cuenta de que estamos hablando de una de las alimañas más dañinas y detestables de nuestra sociedad?
--¿Te refieres a Angela Dobrowobsky?
--¡No, a Josep Maria Mainat! ¡El que cantó mil veces “Diuen que l’home ve de la patata, de la patata, de la patata” y otros hits subnormales. Como “Jo menjo llagostes en tres salses, fins que no em puc cordar les calces, però de llomillo arrebossat, no menjo mai perquè és pecat”. ¿Se puede ser más ordinario y más cretino?...
--Hombre, Chuky, se puede decir las cosas sin insultar. Todo el mundo merece un respeto.
--¿Cómo? –rabiaba el muñeco diabólico--. ¿Que merece un respeto el que socavó sistemáticamente, a lo largo de décadas, con sus programas televisivos repugnantes, desde Crónicas marcianas a Gran hermano, el modesto capital moral de los españoles: o sea su idea del decoro, del respeto al prójimo?
–No, si en parte tienes razón, Chuky. Y tampoco me gusta que Mainat tomase los nombres de Bradbury y de Orwell en vano para urdir su telebasura. Todo eso es imperdonable. Pero piensa que era legal…
–¡Mainat y sus compinches saquearon ese intangible capital moral de los que apenas tienen nada más, degradaron minuciosamente a la sociedad con su inmunda vulgaridad…!
--Hombre, Chuky, te estás viniendo arriba y quizá tampoco hay para tanto…
--¿Que no hay para tanto? Ese miserable que ahora acusa a su mujer de querer matarlo, metió en millones de hogares a una pandilla de desdichados para que todos se riesen de ellos, convenció a las generaciones indefensas de que cualquier grosería y cualquier bajeza no solo está permitida sino que es legítima y hasta libertadora… y con ello ganó millones y millones de euros.
--Sí, todo eso es verdad –reconocí.
--Mainat merece ser llevado al tribunal de la Haya por crímenes contra la humanidad.
--Sí, Chuky, quizá sí.
--Ah, me alegra que reconozcas, por fin, que la posición de ese ogro, de ese Barba Azul que quiere destruir a su pobre esposa, es indefendible. Sus “hazañas” están grabadas, hay miles y miles de horas de vídeo que delatan sus fechorías. Imagínate el juicio: Prueba número 1: Tamara cantando No cambié. Prueba número 2: Boris Izaguirre encaramándose a la mesa y bajándose los pantalones. Prueba número 3: cualquier episodio de Gran hermano, con Mercedes Milá, vástago de una de las más nobles familias barcelonesas, cacareando sin tasa.
–Sí, Chuky, tienes razón, es dantesco, es una vergüenza…
--...Imagínate una gran pantalla en la sala reproduciendo en bucle toda esa escoria, y al juez interpelándole severamente: “You, Mr. Mainat, do you acknowledge having been behind all this?” [“Usted, señor Mainat, ¿reconoce haber estado detrás de todo esto?] ¿Y qué respondería él?... Dime, ¿qué respondería Mainat?
--Pues… yo… la verdad es que no lo sé, Chuky.
El muñeco diabólico lanzó una carcajada amarga, y concluyó:
--Yo tampoco. Pero quizá, como él es lo que se llama “una bestia televisiva”, guardaría unos segundos de silencio para crear expectación; y luego lanzaría una de sus risitas de Joker; y entonces, por fin, ante el tribunal y la prensa internacional, se echaría a canturrear: “Pasa con el Darwin tanto dar la lata / si el hombre viene de la patata. / Pasa con el Darwin tanto dar la lata / si el hombre viene de la patata…”