El Liceu lo ha conseguido, amaga con dar por perdida la temporada. Es algo que se intuía desde la timorata presentación de la temporada, donde todo eran paños calientes. El tardío inicio de la temporada de ópera, con un Don Giovanni cercenado no hacía presagiar nada bueno. Y por fin, haciéndose los indignados, se han armado de valor y cierran. De momento dos sesiones, pero lo que desean es tener una excusa para no levantar el telón. Para quien está acostumbrado a vivir de la subvención no hace falta esforzarse, se cierra el chiringuito y a tirar de Netflix y hacer pan. El silencio del Liceu en el primer estado de alarma fue estruendoso, sobre todo al compararlo con el Teatro Real o la Royal Opera House. La espantada actual es simplemente vergonzosa. Tirar la toalla es lo último que tiene que hacer un equipamiento público.
La comparación con el Teatro Real de Madrid es insultante. Ellos tuvieron representaciones en julio y desde setiembre se han adaptando a las restricciones, lo mismo que hacen restauradores, comerciantes y todos los que tenemos que trabajar para vivir. La vida tiene que continuar y el ser humano si algo tiene es una capacidad de adaptación pasmosa. Pero en Barcelona la decadencia es tal que mejor cerrar, no sea que la normalidad nos arrase. Que siga la tristeza, que se hunda la economía, que los ciudadanos se fastidien.
Es cierto que las absurdas normas del Govern no ayudan. 100 personas en la inmensa Sagrada Familia por unas fotos criticadas, pero el metro a reventar. Es imposible hacerlo peor.
Si de algo está sirviendo esta maldita pandemia es para demostrar con hechos más que fehacientes lo ineficiente, ineficaz, injusto e incapaz que es el actual Estado de las autonomías. El engendro pseudeofederal que nos otorgamos en la transición ha tocado fondo y habría que repensar muchas cosas. Tal vez tenga sentido una autonomía vasca, catalana o gallega, el idioma y la historia pesan mucho y es innegable el sentimiento deferencial de una buena parte de su población. Pero que existan comunidades uniprovinciales con población inferior a varias capitales de provincia o que se hayan montado realidades diferenciales donde nunca las ha habido es un lujo que no podemos permitirnos. España debería ser homogénea con tres o cuatro regiones autónomas en un régimen por definir. El resto, anécdota de un país que no sabe adonde va. El maldito café para todos no solo fue el principio del fin de la extinta UCD sino que nos ha metido en un callejón con una salida muy difícil, si no imposible.
Por motivo de trabajo vuelvo a pasar varios días a la semana en Madrid, y trasladarse allí es como viajar a Nueva York. La diferencia es tan abrumadora que solo puedo recomendar una cosa, viajar a Madrid y darse cuenta de cómo y cuánto nos engaña la actual kakistocracia que solo vela por sus intereses. Junts quiere posponer las elecciones, ERC confinarnos hasta cuando vamos al baño para decir que su gestión ha salvado muchas vidas y el PSC de palmero pensando que va a ser capaz de liderar un tripartito imposible. Como la incidencia mejora se aferran a indicadores creados a medida para imponer medidas tan absurdas como injustas a la población.
Madrid está vivo, Barcelona está muerta. Un amigo, indepe, me dice que claro, como hay mucho funcionario, la crisis no se nota. Siempre tenemos una excusa maravillosa. Solo que el maravilloso Estado autonómico es una fuente de funcionarios impresionante. La comunidad autónoma de Andalucía es la que emplea a más funcionarios, más de 470.000. Le sigue Madrid, 390.000 y Cataluña “solo” 325.000. No, no son los funcionarios, somos nosotros. Pero la caída económica en Cataluña va a ser mucho mayor que en Madrid, y la culpa está en la plaza de Sant Jaume, centrados en mirarse su ombligo e incapaces de gobernar.
Dicen los de aquí que han salvado muchas más vidas. Mentira. Si repasamos los informes de exceso de mortalidad, momo, desde el final del pasado estado de alarma han fallecido 36 personas por cada 100.000 en Cataluña y 34 en Madrid. Una diferencia insignificante, a favor de Madrid, donde la economía va muchísimo mejor. Es tristísimo contemplar cómo juegan quienes nos malgobiernan con las cifras de fallecidos. Cuando quieren usan su extraña metodología basada en la opinión de los familiares de los fallecidos, y nos dicen que la pandemia ha acabado con más de 16.000 catalanes, cifra superior al exceso de fallecimientos, por cierto, pero cuando les conviene usan los números del Ministerio de Sanidad para rebajar la cifra a 8.000 y sacar pecho comparándose con Madrid. Están tan acostumbrados a mentir y a manipularnos que no les importa ni la memoria de los fallecidos.
Si Barcelona va a tardar lustros en ser lo que era, el Liceu puede que no se recupere nunca, porque lo mismo que el Open de Tenis de Madrid ha barrido al Godó, el Teatro Real va a condenar a la tercera división al histórico teatro de las Ramblas. Barcelona, descansa en paz.