Podemos se prepara para luchar contra la realidad, pero no encuentra su sitio. Las encuestas no pintan bien; las elecciones vascas y gallegas han sido un desastre, sobre todo en Galicia, dónde han quedado como extraparlamentarios; los frentes judiciales les han puesto en un brete aunque el caso Dina haya dado un respiro tras el informe de la policía científica; la crisis en el partido es desgarradora en varios territorios; y sus líderes no rentabilizan ser parte del Gobierno.
Lo peor para un partido es vivir en constante zozobra. Podemos nació como un partido de protesta, de reivindicación constante, y eso se conjuga “malamente” con la acción de Gobierno, y más en uno de coalición. Sus dirigentes tratan de desmarcarse como lo hicieron tras los acontecimientos de la salida de España del Rey Emérito. La zozobra genera ansiedad… y errores. Esta pasada semana Podemos salió aireando críticas contra la ministra de Educación. Dijeron que así se iba a expresar Pablo Iglesias en el Consejo de Ministros. En la reunión del ejecutivo ni una palabra crítica a Isabel Celaá. Para colmo, Celaá acusada de falta de liderazgo alcanza un acuerdo con las Comunidades Autonómas para la vuelta al curso. Nunca mejor que un nuevo error para hacer olvidar el anterior. El viernes destacados dirigentes morados salieron para decir que no aceptarán un acuerdo presupuestario con Ciudadanos. 24 horas después matizaron su oposición. El gobierno tiene buena salud y solo apuntaban que el acuerdo con Ciudadanos deberá ser con el conjunto del ejecutivo y no sólo del PSOE. Otra vez, los morados se quedaron con el culo al aire.
Podemos está inmerso en la dicotomía de los partidos de la izquierda del PSOE. Ser Gobierno al tiempo que ser oposición, tensa las costuras de una formación que quiere aparecer siempre como la más progresista. Quizás por esto, Podemos aboga por un acuerdo con ERC antes que con Ciudadanos, aunque se olvida que el PNV --que no parece un partido de izquierdas-- es también pieza necesaria para sacar los presupuestos ya sea con ERC o con Ciudadanos. Además, parece que Podemos obvia que ERC ante unas autonómicas en ciernes no está dispuesta a alcanzar ningún acuerdo porque no puede ante la presión que ejercerá Junts per Catalunya, o simplemente porque no quiere. Y, como colofón, el posible acuerdo deberá contar con formaciones conservadoras como Coalición Canaria y el Partido Regionalista de Cantabria, y no se puede dar por hecho el apoyo de formaciones de izquierdas como Compromís o Más País, y menos aún del Bloque Nacionalista Galego. El sudoku es complejo, pero le guste o no a Podemos, Ciudadanos se ha convertido en necesario, decisorio y relevante. ERC, hoy por hoy, no va a jugar este papel. Ni siquiera los cuatro diputados de Junts per Catalunya que podrían desprenderse de las presiones de Puigdemont.
El veto apriorístico a un acuerdo con Ciudadanos sorprende porque se desconoce cuál sería este pacto. ¿Qué condiciones fiscales, económicas, inversoras, sociales, se dibujarán? Pero, en el fondo, subyace la necesidad de recuperar un protagonismo perdido, de lanzar un mensaje claro a su electorado: sin nosotros el PSOE claudicará con la derecha. De todas formas, el gobierno no va a romperse. El PSOE, ciertamente molesto por lo que consideran deslealtades de Podemos, mantiene su hoja de ruta y trata de lidiar los choques recurriendo a las “discrepancias” recogidas en el acuerdo de legislatura. De momento le sale bien y asume la zozobra de su compañero de viaje. De paso concentra toda su presión al PP de Pablo Casado que tras ser citado en Moncloa ya avanzó que no iba a pactar nada de nada. Acto seguido, el líder del PP tuvo que atragantarse al enterarse del encuentro de Sánchez con la plana mayor de la economía española. Habría hecho bien en esperarse a la reunión del miércoles. Casado al igual que Podemos vive en su propia dicotomía. Es un partido de Estado, papel que pierde cuando quiere encabezar la manifestación en la calle haciendo oposición por oposición. Quiere birlar la merienda a VOX y no parece que de momento lo consiga. Casado vive su propio espacio de zozobra acechado por una moción de censura de la ultraderecha ante la que intentará soplar y sorber a la vez. Harto difícil lo tiene.
Sánchez no tiene un panorama fácil. Los presupuestos se antojan un reto inasumible, pero a bien seguro que tirará de su Manual de Resistencia. Sabe que Podemos no puede romper y que Ciudadanos necesita tiempo. Arrimadas lo necesita para consolidar su liderazgo y no quiere perder el papel de partido bisagra, e Iglesias necesita tiempo para estabilizar su barco y recuperar la iniciativa. Esto lo tiene a favor Sánchez aunque deberá solventar multitud de diferencias entre sus posibles aliados y resolver el apoyo de una decena de partidos. ERC para Moncloa no cuenta. Quizás Podemos debería también asumir que los republicanos no están por la labor y recordar que no se puede luchar contra la realidad.