El impacto del coronavirus entre las pequeñas y medianas empresas está resultando catastrófico. Los negocios y los autónomos condenados al cierre se cuentan por centenares de millares.

A la vez, semejante debacle provocará un brutal destrozo de empleos y condenará al infierno del paro a millones de personas. A estas alturas de mayo, queda bastante claro que hoy estamos peor que ayer, pero mucho mejor que mañana.

Y si eso ocurre a pie de calle, en las alturas de las grandes corporaciones celtibéricas la situación tampoco es alentadora. Prácticamente ninguna de ellas se libra del vendaval recesivo que azota España con una virulencia salvaje.

Quizás el ejemplo más palmario sea BBVA, capitaneado por Carlos Torres. Se trata del primer acorazado de la banca internacional que sufre pérdidas como consecuencia de la devastadora pandemia.

El quebranto no es flojo, pues los casi 1.800 millones negativos registrados en enero-marzo del presente año significan el peor saldo contabilizado por la casa en toda su historia secular. En el mentado periodo, el valor de sus filiales extranjeras ha caído a plomo hasta los 24.500 millones.

El banco acaba de practicar una draconiana depreciación de sus filiales de Méjico y Turquía. El caso azteca es elocuente. Se trata de la joya de la corona, pues aporta más de la mitad del beneficio del grupo.

Las consecuencias del Covid-19 y las negras perspectivas que se vislumbran en dicho país han obligado a rebajar la tasación de esa subsidiaria, que mengua de 11.200 a 8.900 millones en números redondos, es decir, una flexión del 20%.

No menos llamativo es el turco Garanti, la mitad de cuyo capital se halla bajo control de BBVA. El actual consejero delegado de este último, Onur Genç, procede precisamente de dicha entidad.

El gigante español desembarcó con todos los honores en el país otomano en 2010, cuando tenía de capo supremo a Francisco González (FG). Este caballero está imputado en la Audiencia Nacional porque durante su dilatado mandato, el siniestro excomisario José Manuel Villarejo perpetró delictivos espionajes a una miríada de prebostes de la vida social, política y económica, por encargo directo de la cúpula del banco.

Tras sucesivas compras de acciones, BBVA llegó a dominar el 50% de Garanti, con un desembolso total de casi 7.000 millones. Para acometer tal asalto, BBVA tuvo que apelar a sus propios accionistas mediante un aumento de capital de 5.000 millones.

FG proclamó a los cuatro vientos las bondades del trasiego. En su opinión, el enclave euroasiático era una apuesta segura, algo así como invertir en lingotes de oro, pues estaba llamado a erigirse en uno de los territorios de mayor expansión del mundo.

La cruda realidad es que al cierre del primer trimestre del presente ejercicio, el valor de Garanti en los libros de BBVA se reduce a 3.900 millones. Dicho con otras palabras, se han convertido en humo 3.100 millones del acervo corporativo. Y lo que te rondaré, morena. Acontece que la lira turca acumula desde hace tiempo un derrumbe tras otro, por lo que no se descartan ulteriores recortes del justiprecio.

Otra de las aventuras estelares de FG fue China. En 2006, ordenó el ingreso en Citic, séptimo del rango bancario del titán amarillo. En su día, González calificó tamaña incursión de “estratégica”. “Para ser un grupo realmente global hay que estar en Asia, hay que lograr una presencia importante en la región de Asia-Pacífico”, pontificó.

BBVA satisfizo cerca de 5.000 millones por el 15%. Diez años después, los sueños imperiales de globalidad se habían frustrado. FG salió de Citic con el rabo entre las piernas, no sin antes encajar un quebranto de 1.000 millones.

El legado de la larga permanencia de FG en el puente de mando se está revelando funesto y constituye una auténtica sangría para los desamparados socios de la compañía.

Las actuaciones planetarias que la institución emprendió bajo su batuta desembocaron en un estruendoso fiasco y en “agujeros” astronómicos.

Por estos episodios y otros muchos similares, queda bastante claro que pintan bastos para los intermediarios del dinero y para sus accionistas. Ni siquiera los más potentes conglomerados del orbe escapan de las garras del dichoso coronavirus. Sus gestores habrán de asirse firmemente a las poltronas, porque vienen curvas cerradas. Y quién sabe si tras este desastre, lo próximo que rodará es la cabeza de los fracasados ejecutivos que hoy empuñan las riendas.