En plena pandemia, decir que en Cataluña tenemos un gobierno que es una entelequia. Un oxímoron, más bien. Cada departamento va a su aire, el presidente del gobierno juega a correr como gallina sin cabeza entre anuncios bluf y veleidades varias. La unidad no existe y los navajazos por debajo de la mesa son evidentes. El último ejemplo, fue la deslealtad de Torra con su consejero de Trabajo, Bienestar Social y Familia, Chakir el Homrani.
Hace tiempo que no tenemos gobierno. Por eso, en una de esas batallas cainitas, Torra hizo a los catalanes un anuncio solemne: cuando se aprueben los presupuestos anunciaré la fecha de las elecciones. Bien, este viernes se aprobaron los presupuestos. No sirven absolutamente para nada porque la pandemia ha hecho saltar las previsiones por los aires, pero fueron aprobados. Torra, el hombre de la patética figura se dedicó a repetir su mantra hasta la saciedad, en una esperpéntica sesión plenaria. Un mantra que afirma sin vergüenza que España es paro y muerte, que Cataluña lo hubiera hecho mejor y que ahora seríamos más felices. Aprobó unos presupuestos en los que no cree porque sabe que son de aplicación imposible.
Espero que Torra aparezca en el Palau de la Generalitat en una declaración institucional, otra más, para informar “al pueblo de Cataluña” de la fecha de las elecciones. Que cumpla así, simple y llanamente, su promesa, fijar el día de la convocatoria electoral. No hace falta que sea ahora, pero le doy una pista. Iñigo Urkullu, el lendakari vasco, seguro que en complicidad con el gallego Nuñez Feijóo, baraja una fecha para julio.
Torra está encantado de haberse conocido. De no pintar un colín, ahora parece que lo pinta. Se dedica a ver la paja en el ojo ajeno, incapaz de ver la viga en el propio, aprovecha la situación para seguir transitando por la autopista hacia la independencia, aunque la autopista no lleve a ninguna parte. Ha conseguido que Puigdemont sea hoy el gran olvidado, que se dedica a polémicas en redes sociales, a defender una presidencia telemática y a criticar a España, epicentro de todos los males que asolan a los catalanes.
Ahora Torra no tiene ganas de convocar nada. Se escuda en la pandemia para incumplir su enésima promesa a los catalanes. Mientras seguirá al frente de un gobierno fantasma con unos presupuestos que nacen muertos, esperando dar la puntilla a los republicanos que durante esta crisis han perdido una parte importante de su protagonismo. Este es su único afán, que el independentismo más irredento, más radical y más irreal siga al frente de la confrontación y tensión. Quizás después de la pandemia sea su momento. En eso está. Por eso, no habrá ninguna aparición institucional, a no ser que sea para decir que los catalanes somos lo más, y que “Madrit” lo hace fatal.