La pandemia del Coronavirus ha trastornado toda nuestra vida en todos los ámbitos. También en el de la práctica sindical. El sindicalismo de clase no solo ha tenido que adaptar su actividad a la realidad de la pandemia sino que incluso ha tenido que reinventarse porque a las dificultades de movilidad del activo sindical se ha sumado también el incremento sustancial del trabajo sindical como consecuencia del trastorno general que ha supuesto la repercusión de la dolencia en la economía y en la realidad de la vida laboral y social.
El sindicalismo no solo no ha parado su actividad sino que ha tenido que multiplicarla para hacer frente a las nuevas realidades que se han planteado como resultado de los efectos de la epidemia, del estado de alarma, de los confinamientos, de los ceses de actividades no esenciales, así como de los efectos de la aplicación de las normas establecidas de forma continuada por el Gobierno del Estado y sus repercusiones en los ámbitos autonómicos y locales.
Como muy bien recoge el decreto de servicios esenciales, la actividad sindical se considera uno de estos servicios esenciales. En los diversos niveles de la acción sindical se ha tenido que reinventar la forma y el fondo de su actividad. Hemos pasado de la actuación personal directa de los sindicalistas a una nueva forma de actuar, en la mayoría de los casos, a través de medios telemáticos o de telefonía. Y el trabajo se ha multiplicado en estos momentos. Se ha tenido que hacer frente a los despidos masivos, la multiplicación de los ERTE, con la imperiosa y urgente necesidad de asesorar e informar a toda la red sindical y al conjunto de personas trabajadoras afiliadas o no.
Del mismo modo que muchas empresas han reconvertido sus formas de trabajar impulsando el tele-trabajo, el sindicato ha tenido que renovar su práctica intermediando el trabajo a distancia, de asesoramiento a las personas trabajadoras, pero también de negociación con las direcciones de las empresas. Se está dando respuesta a las incertidumbres en que se encuentran las personas trabajadoras y sus desazones así como dirigirlos en los trámites que deban llevar a cabo.
No hay descanso para el sindicalismo ni ahora ni después, cuando se tengan que negociar los permisos recuperables, la buena aplicación de los expedientes de regulación temporal o los despidos irregulares que se hayan podido dar. Y todo ello intentado ya prever que cuando la situación se vaya normalizando el trabajo sindical continuará incrementándose durando todo un proceso de normalización que previsiblemente se hará de forma gradual y escalonada a lo largo del tiempo y con condiciones hoy todavía difíciles de entrever.
Pero el sindicato no ha sido solo receptor de las problemáticas a que ha sido sometida la clase trabajadora como consecuencia de la grave situación sanitaria que estamos sufriendo. El sindicalismo confederal también ha sido proactivo en el nivel de la tarea institucional. Desde el sindicalismo se han hecho llegar al Gobierno del Estado propuestas de actuación a partir del principio de la prioridad de salvar vidas y a la vez salvaguardar en lo posible los puestos de trabajo y la viabilidad futura de las empresas.
Y esto se ha efectuado tanto mediante la concertación social con los empresarios y el Gobierno o directamente con los diversos responsables políticos. Desde el sindicalismo confederal de clase se han hecho propuestas que ayudasen a que por una vez no sean los trabajadores y los más desfavorecidos los que paguen ahora la crisis sanitaria como antes pagaron la crisis económica, y es por ello que no solo se han hecho planteamientos en el campo laboral sino también en aspectos sociales relacionados con las condiciones de vida de los más vulnerables como han sido temas como el de los alquileres o el del cobro del paro extraordinario a las trabajadoras del hogar.
De la misma forma que la crisis sanitaria ha significado que aparezca la importancia de disponer de unos servicios públicos, tanto sanitarios como otros, igual que se ha visto la importancia del papel que juegan los funcionarios públicos de todo tipo, cuando se ve la necesidad de una fiscalidad que nos permita tener unos servicios públicos fuertes y de calidad, ahora que lo colectivo aparece como una necesidad social y que no hay salidas individuales a los problemas sociales graves, ahora también se ha vuelto a poner de manifiesto el papel del sindicalismo de clase y confederal como representante y defensor de los intereses de la gente trabajadora, como su garante y acompañante en los momentos de dificultad, donde solo la fuerza colectiva nos permite la mejor defensa de nuestros derechos y de nuestras expectativas.
El sindicalismo se hace valer en los momentos difíciles, tanto cuando la persona trabajadora se encuentra ante un problema o una duda, como cuando el conjunto de la clase trabajadora debe hacer oír su voz y defender sus intereses ante las patronales y los gobiernos. Y el sindicalismo también tiene en estos momentos su cara más humana como la de los liberados para tareas sindicales del sector de la sanidad trabajando con sus compañeros en los centros sanitarios y a la vez observando de primera mano los problemas y las carencias.
En estos momentos en que una gran mayoría de la sociedad valora la función de todos los que trabajan para mantener con garantías nuestras necesidades esenciales, de servicios sanitarios, alimentarios, de abastecimiento de productos de primera necesidad, de seguridad, etc. hace falta también poner en valor el difícil papel que en estos momentos de grave trastorno laboral y social están jugando los sindicalistas que tratan de cuidarnos, asesorarnos y defender también nuestros derechos laborales y sociales.
No hay duda que el papel del sindicalismo continuará siendo el de estar “picando piedra” mientras dure esta situación de excepcionalidad. Y después cuando vayamos volviendo a la normalidad el sindicalismo confederal luchará para que la recuperación se efectúe con criterios que eviten el incremento de la desigualdad social y que los intereses de la clase trabajadora se tengan en cuenta social y laboralmente.