La Salut pública exige una autodisciplina del espíritu a menudo inasequible. En momentos de crisis como el actual, la presencia de ánimo por parte del poder es una fortaleza simbólica frente a la pandemia, metáfora del mal. Y la consellera de Salut, Alba Vergés, no luce esta presencia; es una de estas mujeres arrecogías y republicanas, al estilo de Marta Rovira, cuya energía ha quedado aplastada por el tacón de las flappers de JxCat, como la consellera de Presidencia, Meritxell Budó, su antecesora, la minesota Elsa Artadi, o Laura Borràs, estigma de la hembra abraonada de las que imprimen carácter a las avalanchas ideológicas. Todas ellas dotadas de mentes cualificadas, vocacionales it girls y muy alejadas de las mujeronas de empeine alto, que sirvieron con decoro a la antigua Convergència de Pujol, al abrigo de Ferrusola.
A las dirigentes de hoy les cuesta identificarse con la lucha de sus antepasadas. No se interpelan sobre la naturaleza de su feminismo; lo tienen incorporado como les pasó a Dorothy Parker y Rebecca West, tras hacer públicas sus simpatías por el sufraguismo de su tiempo. Aunque ninguna tiene la fibra de Hannah Arendt, que fue capaz de unir la causa feminista y la lucha contra el nazismo, un poder genocida; no un Estado de tics autoritarios, como ellas y ellos definen erróneamente a la democracia española que además de ser liberal, está fuertemente amparada en una Constitución redactada por resistencialistas (de los años del hierro).
Alba Vergés ofreció una imagen ensimismada el pasado jueves al anunciar el confinamiento de 70.000 ciudadanos en el valle de Odesa, con Igualada, ciudad natal de la consellera, donde su propia familia, padres, marido e hijo, quedó confinada. Su emoción era lógica, pero la hermenéutica del poder exige la piel reptiliana de los mandos. Había sido entrevistada de buena mañana por Mónica Terribas , la voz de la Cataluña en vilo. Y a Vergés no se le acudió otra que decir que, aunque suban los casos de coronavirus, “no cerraremos las escuelas”, como se había hecho ya en otros puntos de España.
Terribas le preguntó su estricto parecer: “usted es la máxima autoridad de nuestro país en materia de Salut”. Y Vergés contestó: “yo dejo trabajar mucho a los equipos de profesionales; y ya lo anunciarán”.
Su voz reverberaba poco después, en el momento en que el Govern anunció el cierre de todas las actividades docentes. Faltaban 24 horas para el Estado de Alarma. Aun aceptando que es la enfermedad la que define el nivel de defensa al contagio, no acaba de entenderse que la militante de ERC aguante al frente del Departament de Salut, que ahora trata de utilizar Torra poniéndose al frente de la manifestación; además, ya conocemos todos la inquina que les tiene el president a los republicanos.
El Ejecutivo está comandado por un político cesante mientras que la Salut pública se halla en manos de una ciudadana de dudosa fortaleza en el mando. Sabemos, eso sí, que Vergés animó a casi una veintena de centros de investigación médica para que suscribieran la Carta Abierta de Hipatia de Alejandría, matemática, astrónoma y pensadora, “por la libertad del conocimiento, contra la desigualdad y la pobreza”.
En el siglo V, Hipatia lideró la escuela neoplatónica en Alejandría y fue asesinada por las turbas del cristianismo teodosiano, después de que Roma abrazara la fe de San Pedro. La Ilustración francesa la consideró, trece siglos después, mártir de la ciencia y símbolo del pensamiento helénico y tolomeico; ella se mantuvo fiel al paganismo, frente a la bronca autoritaria del monoteísmo cristiano; fue la frontera de la tardoantigüedad, pero no está clara su vinculación a la famosa Biblioteca frente al mar, que le han endosado el cine y la novela histórica.
Alba Vergés juró que se habían terminado los recortes, pero la verdad es que vamos cortos de hospitales públicos, personal especializado y de ambulancias medicalizadas, que sufrieron el famoso hachazo a las emergencias de hace algo más de un año. Y además, las mutuas privadas nos han comunicado que no cubren las pandemias. Si Vergés no se entera que se lo cuenten Artur Mas y Ramón Bagó, los que privatizaron el 30% de los servicios de nuestra Sanidad pública.
La consellera no podrá suplir con voz de mando el déficit del sector; no tiene solución ni para lo uno ni lo otro. Eso sí, se lava las manos en público para dar ejemplo, como lo hacía Hipatia de Alejandría.