Antonio Argandoña (Barcelona, 1943), es fiel a su retórica. Lo importante para un profesor, para un economista que quiere incidir en el espacio público, es comunicar con precisión. Sin florituras. Lo consigue. Profesor emérito de Economía y de Ética de la Empresa en IESE, Argandoña piensa unos instantes sus respuestas, y desgrana explicaciones que no esconden una apuesta ideológica, siempre dentro de la “racionalidad” más extrema. En esta entrevista con Crónica Global, pide una mayor atención a los expertos, aunque señala que todos tienen también sesgos ideológicos y que los políticos deben tomar decisiones en el día a día. Su mensaje no ha variado respecto a la necesidad de reformar el mercado laboral, y tiene claro el problema de fondo: “Hay una enfermedad española y es la baja productividad”. Y lanza su esperanza de que “la insistencia en la racionalidad tendrá premio político”, con una idea clara para resolver el problema catalán: “La racionalidad sirve para poner un límite a nuestras emociones”.

--Pregunta: Hay un debate permanente sobre el funcionamiento de la Generalitat, sobre si tiene más o menos competencias. ¿Es el peso de la Generalitat más un problema o una solución para la economía?

--Respuesta: Eso depende del modelo de país que se quiera tener, el modelo que se esté desarrollando. El de Cataluña, como el del resto de España, es sólo parcialmente liberal. En la transición se optó por una vía socialdemócrata, en los años setenta y ochenta, que ponía énfasis en la distribución de la renta, con efectos enormemente positivos, pero lo primero que me sorprendió es que no se hizo ningún esfuerzo por idear un modelo de funcionariado distinto. Se trató de un copiar y pegar y fue un error importante. No soy partidario de copiar modelos. No saldrá nada mejor de una copia. Se justificó en ese momento, porque no se podía pensar en otra cosa. Pero es un esquema que ha cargado mucho a una administración, con muchos funcionarios. No es la Cataluña dinámica que se había pensado, la Cataluña empresarial que se soñaba. Es un freno, que ahora notamos. Y es difícil dar marcha atrás.

--Pero las ratios de funcionarios por habitante en Cataluña son de las más pequeñas, en comparación con otras comunidades.

--Sí, pero el resto de comunidades también se lucen. Reconozco que era difícil hacer una cosa distinta, pero cuando incorporas más funciones y más funcionarios, se crea un modelo como el educativo, que no deja espacio para la iniciativa privada. Cada vez que se habla de la escuela, se dice ‘la escuela pública catalana’, y se deja una parte que parece que no cuenta.

--¿Se puede trabajar de otra manera, desde la administración?, ¿por objetivos, como defendió Artur Mas en sus primeras elecciones a la Generalitat, en 2003, aunque sólo sobre el papel?

--Estoy de acuerdo en una línea parecida a esa, sí: los gobiernos deberían trabajar por objetivos. Lo que ocurre es que es una cuestión diferente si hablamos del sector privado o del público. En el privado el ordeno y mando es frecuente, y por ello se pagan costes muy elevados. En la administración pública hay más factores, lógicamente. Y es más difícil.

--¿Hay un problema de financiación de la Generalitat o de Cataluña?

--La financiación del sector privado no tiene especiales dificultades. Es similar a la del resto de España y Europa. Es competitivo a nivel internacional. Cataluña no tiene los pequeños bancos de hace años, pero tiene grandes bancos muy preparados. Pero sí hay un problema importante en la financiación de las administraciones públicas, por la resistencia numantina de algunas administraciones y de partidos para cambiar un procedimiento que sale de la transición. Ha habido pequeños retoques y cambios, pero siempre con objetivos cortoplacistas. Es urgente una reelaboración de la financiación de las comunidades. Y creo que un modelo federalista es una buena solución para España, aunque algunas autonomías no quieran. Es la solución.

--¿Por qué lo cree así?

--Hubo un diseño en la transición entre comunidades de primera y de segunda. En pocos años se consideró que todas podían hacer lo mismo. Nadie quería de dejar de aproximarse a las comunidades más ricas, ni nadie se vio capaz de decir que no quería asumir tal o cual competencia. Dar marcha atrás a todo eso es muy complicado. Entonces, creo que valdría la pena discutir si alguien ahora quiere tener menos cosas, si es posible racionalizarlo en ese modelo federalista que decía.

--¿Con el coronavirus se pone en contradicción ese modelo autonómico?

--Hay una falta de coordinación, me parece, pero también es verdad que es un problema mundial. El coronavirus puede plantear un cambio en el modelo económico, que puede ser importante. Y es verdad que en cada país, y en el nuestro en particular, hay resistencias para abrir las ventanas y que otros digan lo que se debe hacer.

--En Cataluña hay un debate instalado sobre la política impositiva. ¿Es real, o el problema en Cataluña es más de imagen que algo efectivo, porque siempre se habla de subir impuestos?

--Esa cuestión se relaciona con la falta de un modelo de financiación para las comunidades. Y existen varios, claro. Creo que la revisión debería pasar por instaurar unos mínimos para todos, y después un mayor margen para que cada autonomía lo utilice como crea adecuado. Hemos visto el caso de Irlanda, con una autonomía fiscal, que atrajo a muchas empresas, dentro de la Unión Europea. Y se ha visto como una competencia desleal. Esos mínimos se podrían establecer también en Europa. Pero si una autonomía favorece a las empresas, le llegarán empresas. Impongamos condiciones para esos límites, pero no los prohibamos. No eliminemos esa capacidad.

 

--¿Se refiere a Madrid? ¿Madrid distorsiona el modelo con sus decisiones fiscales?

--Cuando la ministra de Hacienda dice que Madrid no baje impuestos me parece que es como decir que no me gusta que los niños griten por la calle. Pongamos unas reglas mínimas, esa es la solución. Y si Madrid tiene una ventaja por ser la capital, que la tiene, que se estudie, y se piense, por ejemplo, en si debe pagar o no un extra por esa condición de capital.

--¿Lo cree así?

--Sería una forma de resolver el problema. La cuestión es que no nos ponemos de acuerdo. ¿Qué hay de verdad en todo ese debate? Lo que he aprendido es que hay debates emocionales sobre los que no te pondrás de acuerdo. Sin embargo, sí se puede poner el precio sobre esas emociones. La racionalidad sirve para poner límite a nuestras emociones, y por ello es necesario acotar el debate, con estudios, sobre qué cuesta esto, o la independencia, o sobre qué gana o pierde Madrid.

--Pero todo eso está hecho, hay ya una extensa literatura académica sobre esos costes, sobre la independencia de Cataluña, el efecto capitalidad de Madrid…

--Pero no se discute sobre esa literatura académica. Los políticos no quieren. Y dejar las cosas en manos de los expertos es delicado. Lo admito. Todos tenemos nuestros sesgos. Pero si se colocan distintos escenarios, si se muestran distintas posibilidades, con eso empezamos la negociación. Es más lento, pero ayuda a los ciudadanos sobre la gestión de sus emociones.

--¿Se debe introducir un debate sobre las ciudades globales y el coste que suponen para los terriorios en las que están inmersas? ¿Deberían pagar esa tasa que comentaba sobre la capitalidad de Madrid?

--Hay políticas redistributivas que ya funcionan. No lo sé, pero es cierto también que vivir en una gran ciudad como Madrid tiene ventajas y costes. Son temas difíciles y emocionales. La política sobre movilidad, por ejemplo. ¿Cómo se hace? Si eres abogado, está claro que quieres vivir en Madrid, y estás dispuesto a pagar los costes de vivir en Madrid. Sí creo necesario revisar el modelo en las zonas más pobres, y en sectores como la agricultura, que ha aparecido ahora, por fin. Pero lo debemos hacer en serio, porque descuidamos a mucha gente con dificultades.

Antonio Argandoña durante la entrevista con Crónica Global / LENA PRIETO

--Si seguimos con el caso de Madrid, ¿se lleva los ahorros del resto? Concentra hasta el 30% de los ahorros.

--Sí, pero ese ahorro, ¿a dónde va? Está en el sistema global. Puede que se financie a una empresa china, a través de emisiones de bonos. Puede ser una magnífica ventaja competitiva. Lo mismo se puede decir del ahorro de los alemanes, que han financiado a la mitad de Europa.

--Estamos en el IESE, una de las grandes escuelas de negocio en Barcelona. ¿Qué le falta la ciudad para olvidar esa especie de enfermedad, como hace años cuando se hablaba de la enfermedad francesa, esa convicción de que estamos en decadencia?

--Lo que sé es que hay una enfermedad española, y es la baja productividad, y que también encontramos en Europa. No estoy muy seguro a qué se debe. Pero está por debajo de la media. Somos poco eficientes con nuestros recursos. Se crea poco empleo, hay un modelo laboral que debería reformarse. Hay un fracaso escolar excesivo, que nos lleva a asumir, de alguna forma, que las generaciones del futuro no tendrán las calificaciones necesarias. Y lo que falla, creo, es un conjunto de incentivos y de instituciones. Hay que admitir los fallos, en el ámbito educativo, en el laboral, en la justicia, en el sistema fiscal. Por tanto, es verdad que tenemos buenas escuelas de dirección, que han dado un muy buen resultado, seguramente porque fueron capaces de crear modelos propios, autónomos, que no dependían de las universidades, de los estudiantes que pudieran trasladar. Pero lo que tenemos por delante es un problema de fondo, y eso es lo que reprocho a los políticos, porque no lo abordan.

--¿Por qué no se retiene el talento?

--Se retiene bastante. Lo que ha ocurrido es que con la crisis económica ese talento se fue a probar suerte a distintos países de Europa. Y las empresas también lo retienen, lo promueven, más bien. Pero repito que hay fallos en la universidad, en el mercado de trabajo. ¿Por qué los universitarios están mal pagados? Porque cuando se ofrecen trabajos intermedios, y llega un universitario en esa franja, se le suele contratar, al pensar que tendrá más formación. Y ocurre también por pereza de los departamentos de recursos humanos de las empresas, que ya les va bien esos perfiles. Y recurren a docenas y docenas de entrevistas, como mecanismos de defensa.

--¿El problema para el futuro económico de Cataluña es tener más peso en el sector de la industria, viendo que a medio y largo plazo todo será servicios o finanzas?

--No, para nada. Claramente no. Cataluña tiene excelentes oportunidades. No tiene ni un sistema universitario, ni de financiación peor que el resto de España. Está abierto a los mercados. Sí hay problemas de transición, de incertidumbre, de carácter político, pero todo eso no explica el día a día de las empresas, que tienen futuro y que depende de ellas.

Antonio Argandoña posa en las instalaciones de IESE / LENA PRIETO

--Barcelona se ha quedado sin Mobile, por el tema del coronavirus. Pero, ¿el propio formato está en peligro, la idea de que no será necesario ese tipo de concentraciones?

--Barcelona lo hizo muy bien: se presentó una oportunidad y la supo aprovechar. Fue nuestra oportunidad. Pero es cierto que mantener el modelo de forma invariable puede hacer aguas. Volvamos en 2021, con toda la fuerza, pero alguien debe pensar de inmediato en cómo se puede transformar ese formato, sin dormirse en los laureles.

--Usted habla de racionalidad, de planes, de ver en qué cosas se falla. Pero, ¿cómo se casa esa petición de los llamados expertos con la necesidad de los políticos de aplicar con celeridad políticas concretas?

--Estamos en un momento muy difícil. Nos faltan voces admitidas, aceptadas en el campo político. Pongamos el caso de Kennedy. Logra atraer a los norteamericanos con un proyecto, aunque es verdad que él no tenía que lidiar con las redes sociales. Pero si los políticos serios salen con el respaldo de expertos, con objetivos aceptables, con la idea de ‘haremos lo que podamos pero en tres o cuatro cosas tenemos ideas para resolverlas’, creo que para mucha gente sonará a música celestial y podrán ganar adeptos.

--¿Una apuesta por la racionalidad gana elecciones?

--Más que la racionalidad, la insistencia en la racionalidad tendrá premio político, siempre que se transmitan objetivos claros. Y hay estrategias para ello, como preparar a corto plazo un pequeño éxito en algún tema, para que se vea que puede funcionar, que puedes conseguir lo que has prometido.