Hay libros que deberían ser de lectura obligatoria. En especial para todos los políticos; también para los analistas, comentaristas y cronistas políticos; quizás para todos los ciudadanos con profundas convicciones democráticas. Uno de estos libros es El pueblo soy yo, publicado recientemente por Debate. Su autor es el historiador mexicano Enrique Krauze, fundador y editor de Letras Libres. [Lea aquí la entrevista en Crónica Global]
En estos tiempos de tantas amenazas contra la democracia y la libertad, leer un libro como El pueblo soy yo es un ejercicio muy recomendable. Krauze hace en él una reivindicación constante de la democracia como único sistema posible de convivencia libre, ordenada y pacífica. Nos recuerda que, en nuestro mundo globalizado de hoy, las democracias siguen siendo las excepciones y que muchos millones de ciudadanos, en particular en Europa, hemos llegado a creer que los sistemas democráticos en los que vivimos son algo así como un regalo que nos ha venido dado sin más.
Sostiene Krauze que el creciente auge de los populismos, sean estos del signo que sean, se deben en gran parte a este convencimiento, que en realidad no es más que una falsa ilusión. Incluso en Europa las democracias a menudo no han sido la norma sino la excepción, hasta en tiempos muy recientes: no solo en lo que hasta hace muy pocos años fueron las dictaduras comunistas sino también en países como España, Grecia o Portugal, entre otros. En la actualidad incluso en la misma Europa hay países --Polonia, Hungría, Rumania...-- donde la democracia está amenazada y corre peligro.
Por no hablar, claro está, de lo que sucede en dos grandes potencias como China y Rusia, que siguen todavía sin conocer la democracia en todos sus años de historia, o incluso en Estados Unidos, donde Donald Trump se ha convertido en el exponente mundial de un nacional-populismo muy alarmante. En América Latina son escasos los países en los que la democracia se mantiene sin graves problemas: más allá de regímenes dictatoriales como los de la Cuba castrista, la Venezuela bolivariana de Maduro, la Nicaragua sometida al dictado de Ortega, lo demuestran también el reciente golpe en Bolivia, así como los graves sucesos en Chile, la deriva cada vez más autoritaria de Bolsonaro en Brasil y tantos otros casos. Lo mismo sucede en la práctica totalidad del conjunto de Asia --Corea del Norte, Birmania o Filipinas son solo algunos de los ejemplos más flagrantes de ello--, y el fenómeno es aún mucho más grave en el caso de África, ese gran continente eternamente olvidado y empobrecido en el que son muy escasos los países regidos por sistemas dignos de ser considerados democráticos.
“Las dictaduras son escuelas de democracia --declaraba hace pocos días en Barcelona Enrique Krauze--, pero su lección se olvida pronto”. Europa, y más en concreto la Unión Europea que se basa en el denominador común de sus sistemas democráticos nacionales, no es consciente que solo la democracia nos permite seguir siendo todavía el mayor espacio mundial con unos altos índices de prosperidad compartida por la mayoría de sus ciudadanos. De ahí el peligro que encierran todos los populismos, sea cual sea su supuesta tendencia ideológica, y de modo muy especial los nacional-populismos, basados en identitarismos iliberales que conducen siempre, de manera inexorable, a la destrucción de la democracia y, por tanto, a su sustitución por sistemas autoritarios y totalitarios, es decir por dictaduras más o menos camufladas.
Krauze sostiene que el retorno al identitarismo, el regreso al unanimismo como exigencia patriótica --muy a menudo con la fabricación o invención de algún enemigo exterior-- y la búsqueda de líderes mesiánicos que prometen falsas respuestas fáciles a problemas cada vez más complejos, todos ellos fenómenos tan extendidos ahora en todo el mundo y también en gran número de países europeos, constituyen una amenaza real para la supervivencia de la democracia.
En El pueblo soy yo Enrique Krauze nos advierte de que la democracia no es un regalo divino, que en la mucho más que milenaria historia mundial ha sido, y en algunos países por fortuna sigue siendo, solo una mínima excepción tanto en el tiempo como en el espacio. Entre otras razones, porque siempre requiere renuncias y compromisos por parte de la ciudadanía, que debe ser responsable al elegir a sus dirigentes y también al demandarles cuentas; todo ello exige reflexión y racionalidad, con todo cuanto ello comporta de renuncias y frustraciones por parte tanto de las mayorías como de las minorías, unas y otras en no pocas ocasiones enfrentadas entre sí.
Todo ello nos conduce, en el lúcido análisis de Krauze, a la constatación del populismo como un alarmante fenómeno político que menosprecia la legalidad democrática para sustituirla por una supuesta e irreal voluntad popular directa surgida de la pretendida legitimidad de una causa única.
Sí, hay libros que deberían ser de lectura obligatoria. Al menos para los políticos y para quienes intentan analizar, comentar e informar sobre la política. También, sin duda, para todos los ciudadanos responsables y conscientes, que saben que la democracia no es un regalo que nos haya llegado del cielo. Lean ustedes El pueblo soy yo, de Enrique Krauze, y lo comprobarán.