Después del pacto llegará el desiderátum. Mientras tanto, tú me sostienes a mí y yo te sostengo a ti. Así, al estilo win win, se lo prometieron Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, en medio de un aluvión de parabienes. Sus partidos, Unidas Podemos y PSOE, han empezado de nuevo y hablan de una modernidad sin tacha, que no le debe nada a la antigüedad pagana. Aunque los líderes en realidad se odian, hoy se les ve fundidos en un intercambio de lisonjas destinadas a forjar en público su nueva amistad.
El Roto, dibujante conceptual, mostró hace días el abrazo entre Iglesias y Sánchez, que les sostiene flotando sobre el vacío, en espera de refuerzos hasta una mayoría de investidura. Ante la incomodidad de Sánchez y la reticencia de Iglesias, aparece Manuel Valls, que les ha estado observando, y argumenta que todas las fuerzas democráticas deben envolver defensivamente al PSOE en un momento crítico, marcado por la emergencia de Vox y la pasividad del partido conservador ante la amenaza populista. Ya en las municipales, como muchos recordarán, Valls movilizó a su minoría cualificada para darle la alcaldía de Barcelona a Colau, de manera que el Ernest Maragall quedaba excluido. A Ernest, siempre desafecto y de caminar vacilante, le sentó mal que le quitaran el trono cuando ya ensayaba las clásicas piquiponades (en las plazas y mercados todavía se rinde homenaje, en improvisadas imitaciones, a la memoria de aquel pintoresco alcalde, Joan Pich i Pon).
La potencial alianza por arriba PSOE-PP, coto vedado de los símbolos, maduró antes del veho, pero no podía florecer hasta la noche electoral. Si estaba así de claro, ¿por qué tanta prisa ahora? Porque en la noche del 10-N no floreció nada, tras el castañazo de Ciudadanos, que abandonó el cartel de tercera fuerza. Aquella noche, la apologética de todo el reino se empeñó en atender los argumentos de Bruselas, y cambiar el latín (es decir la economía clásica) por la versión evangélica de los mercados. Como consecuencia, la cotización de la banca lleva días perdiendo fuelle en el Ibex; desintermediar en España es morir. Con la liquidez del euríbor al 8%, el negocio tradicional de las entidades se clava (las hipotecas y créditos al consumo están por debajo). Solo les queda la válvula Draghi: comprar en Frankfurt dinero al 0,5% y entregarle a coste cero al BCE todas sus carteras en Deuda Pública contando con que la barra libre (QE) siga, siempre que lo quiera Christine Lagarde.
Mientras tanto, en el puente de mando político del tercero en discordia se ha desalojado al respondón para poner a cambio al troyano modelo muy hombre. Con una razón convincente grabada en el rostro: los altos mandos del bipartidismo no irán jamás hacia una gran coalición (lo tienen prohibido por el médico). Una vez corrida la voz de que Sánchez está en capilla, Casado pensaba provocarle una vía de agua al primer clasificado, lanzarlo por la borda y celebrar en cubierta la historia reescrita del 10-N. Tampoco pudo ser, y desde luego no hacía falta ser un estratega para verlo. ¿Con qué nos quedamos? Con la vuelta atrás. En la casi seguridad de que el soberanismo pondrá en marcha el Pacto de Pedralbes, incluida la figura del relator, que ahora va a convertirse en un puesto clave.
Ahora, el núcleo racional del independentismo, encarnado en el vicepresidente Pere Aragonés, tiene la palabra y cuenta con Iglesias Turrión, aquel niño de Salgari, que estudió en Soria y leyó Campos de Castilla y que fue marcado por la memoria de su abuelo paterno, Manuel Iglesias, miembro del PSOE condenado a muerte en el 39 al que le fue conmutada la pena gracias al testimonio de varios falangistas, que desmontaron las falsas acusaciones. Por línea materna, su otro abuelo, Manuel Turrión de Eusebio, fue también un histórico del PSOE. Hablar de Iglesias hoy, como profesor de la Complutense, es referir una brillante trayectoria como docente e investigador que pasó en su momento por papeles algo más inquietantes, como Diagonal, Rebelión y Kaosenlared. El secretario general de Podemos apoya la gestión de Pere Aragonés y sus misivas urbi et orbi explicando que el socialismo catalán, unido a ERC, se erige en la fuerza motriz del conglomerado soberanista, en su tramo más negociador. Se echa en falta el contrapeso de los Comuns, el felino de la política catalana con el que nunca puedes contar si entra en juego el eje identitario. Al girar la vista a un lado, el Deus ex Machina que busca Pablo Iglesias se posa sobre Manuel Valls. Su sed de país abierto al mar queda colmada al momento, pero dirigir a la izquierda de la izquierda tiene más peajes que encajes.
La España constitucional camina, pero dará algún disgusto, cuando habla de aumentar la presión fiscal. Hagamos la salvedad de que la Comisión Europea no cree en el juego de las llamadas geometrías variables de envoltura sociológica, pero observemos también que en el Congreso, por cada dos escaños, hay un representante territorial, que viene a por lo suyo, a mayor gloria de sus gentes. Sobran ejemplos: desde la Y vasca hasta el eterno Corredor Mediterráneo, que vale para un roto y un descosido.
Dicen que el procés ha servido para despertar a las comunidades que necesitan fortalecer sus fondos públicos e infraestructuras. Es el argumento cruel ante la Almoneda del Estado, aquella marquetería galdosiana que hizo de las subastas públicas un mundo mágico. También es la trampa para elefantes; la ducha fría de los territorios, hoy convertidos en cantones, que antes promovían constituciones y que ahora prefieren esperar a míster White, aunque sea dos siglos más tarde.