Todos hemos visto las imágenes de las declaraciones de los miembros del Equip de Resposta Táctica (ERT), subgrupo de los CDR, en la Audiencia Nacional esta semana pasada. También hemos oído todos el contenido de las conversaciones que fueron grabadas, mediante intervención telefónica acordada por un juez con todas las garantías de legalidad, estando ellos en libertad. Sí, lo hemos visto y oído todos, pero está claro que, a pesar de esa realidad, no hemos calibrado todos por igual la trascendencia del contenido de lo que contaron.
Desde la visión tergiversada de los independentistas más furibundos, sectarios y perversos en su voluntad de cargarse la reputación del Estado español, de nuevo lo peor y más preocupante es que se modifica lo evidente, se adultera y se vende a sus afines con una capa de fanatismo puro.
En esta marisma de falsedades tendenciosas y falaces, algunos de los dirigentes con responsabilidades de gobierno, bajo un prisma ideológico radical de crítica irracional a todo y a todos los que no comulgan con sus ideales, son capaces de defender, como una acción de protesta razonable, la ocupación del Parlament (sede de donde se legisla lo que es de todos) equiparándola a la toma de una entidad bancaria o de un rectorado.
De nuevo la insensatez, imprudencia y manipulación de unos gobernantes llevando a sus conciudadanos a las rocas.
La vileza primaria de lo que ocurre es que, bajo su voluntad de desprestigiar la reputación del Estado español y hacer “ingobernable” esta situación, no les importa arrasar a los que no piensan como ellos.
En el marco del desvarío que proclama el abogado Xavier Pellicer, de Alerta Solidària, de que los detenidos quizás fueron drogados se está dando por supuesto que los abogados que asistieron a los detenidos por terrorismo en la declaración grabada con la fe del secretario judicial y con el juez en la Audiencia Nacional prevaricaron. Afirman que esos letrados defensores aceptaron que sus defendidos testificaran a pesar de que esa declaración no tenía todas las garantías. Ya no solo intentan cargarse el sistema, sino que acusan a los juristas que atendieron en un primer momento a los detenidos acusados de terrorismo de cometer un delito.
¿Olvidamos acaso que hay una conversación grabada del señor Ferran Jolis Guardiola, estando en libertad, donde expone con todas las letras que lo que estaba haciendo era susceptible de ser considerado terrorismo? “... A mí me viene aquí a casa con lo que tengo, aunque no es información comprometedora, y sólo con los aparatos me meten para dentro por terrorismo” ¿El señor Jolis, sin saber que le grababan, también hablaba bajo coacción con sus compañeros antes de ser detenido?
Las acusaciones gratuitas, tendenciosas, sobre la posibilidad de haber drogado a un acusado solo pueden hacerse desde una perspectiva ideológica de tu oficio. Es un autentico delirio calumnioso que una vez propagado ya no hay nadie que pueda parar. No hay límite a su desmesura. Pretenden que la mancha de azufre lo contamine todo y que el barrizal no deje que nada vuelva a ser como antes.
Y yo no dejo de preguntarme, ¿pero qué problema hay en reconocer que puede ser que, de dos millones de personas que anhelan de manera pacifica el independentismo, haya unos (poquísimos) que contemplan la violencia para conseguir su objetivo? ¿Qué problema hay en aislar públicamente a esta mínima lacra que está ensuciando una manera de gestionar sus voluntades?
El independentismo ha dejado pasar una oportunidad de oro: reafirmar su voluntad pacífica. Resultarían más creíbles, más reales y más sensatos si en lugar de gritar en el Parlamento "llibertat" cuando se mencionó a los miembros de los ERT detenidos, hubieran mantenido un silencio prudente y democrático y, una vez conocido el contenido del sumario, no se hubieran posicionado cual adeptos al movimiento acusando a cualquiera de manipular y tergiversar la verdad sin tener ninguna a fisura ideológica. Se trataría solo de actuar con sensatez, credibilidad, imparcialidad y honradez.
Cuando niegas la evidencia, venga ésta de donde venga, pierdes autoridad, talla moral y, sobre todo, dignidad.
Digámoslo claro: a los independentistas más frenéticos, imbuidos del hallazgo de la fe verdadera, vuelve a pasarles que aquello que les están contando no les gusta.
Ahora se hace que evidente que, como en cualquier movimiento, ideología o reivindicación, en el independentismo hay gente de todo tipo. Una realidad plural no homogénea entra en contradicción con la consigna general y única propugnada de que el suyo es un movimiento absolutamente pacífico.
¿Qué sustrato y poso moral hay en ese cierre de filas blindadas a cualquier fisura? ¿Qué idea ética hay de la propia etnia, de la ideología de alguien que niega la certeza porque no quiere aceptar que, de dos millones de personas independentistas hay siete, 15 o 25 que han optado por una deriva violenta?
Solo los puros no tienen matices ni dudas. Solo los puros no quieren mezclarse. Solo los puros dan miedo.
Dejémonos de eufemismos y prudencias infructuosas: solo cuando piensas que eres un pueblo elegido, impoluto, “un sol poble” ("un solo pueblo"), donde todos son pacíficos, prístinos, inmaculados y perfectos, te atreves a no aceptar la realidad.
Esto ya sabemos que es peligrosísimo. Se llama etnicismo.