En Cataluña vivimos tiempos de confusión generalizada en los ámbitos político, social y jurídico. Últimamente se ha escrito bastante sobre la creación de un nuevo partido político que podría llevar por nombre Lliga Democràtica. Se hace más necesario que nunca iniciar un periodo de claridad en las posiciones, convicción y pedagogía.
Antes de especificar algunos de los retos que afrontaría un nuevo partido catalán de centro, se debería asumir que la centralidad política no será nunca secesionista. La centralidad pasa necesariamente por el constitucionalismo, sin matices ni equidistancias amparadas en afirmaciones vacías de contenido fruto de perversiones semánticas del lenguaje.
No debería presentarse con definiciones tan confusas como "catalanismo moderado" o "catalanismo no independentista". No se corresponden a un partido del siglo XXI que pretende aportar ilusión, soluciones y regeneración a la política catalana.
No debería ser --ni parecer-- nacionalista; ni aceptar ninguno de sus derivados. El nacionalismo ha generado, genera y generará odio y división. Son tiempos propicios para diferenciar entre patriotismo catalán, traducido en amor a las tradiciones, particularidades propias o la lengua catalana, frente al odio a los diferentes manifestado en el caso catalán en el odio que el nacionalismo propugna contra España y todos aquellos que no se alineen con los postulados secesionistas. Debería asumir que sus dirigentes --si no lo son ya-- se contarán entre los mayores botiflers por el procesismo.
La independencia no debería ser un objetivo presente ni futuro, dejando claro este punto en los momentos fundacionales. No se deberían aceptar posiciones soberanistas, ni independentistas posibilistas que quieren dejar pasar el tiempo para "ensanchar la base", ni ser defensores de aberraciones intelectuales como el denominado "derecho a decidir".
No se debería tolerar la equidistancia. No sería sano para nuestra sociedad dejar que los padres del conflicto nos exijan una solución al problema que ellos mismos han creado. No todo es negociable. No todo es consensuable.
No debería entrar en debates noucentistes sobre naciones culturales o países catalanes. Generan una enorme confusión y son profundamente estériles para el progreso de Cataluña como sociedad y de cada uno de los catalanes en particular. El procés ha sido una enorme pérdida de tiempo para el conjunto de Cataluña, empleando unos recursos y esfuerzos que nos han distraído notablemente de los retos que afrontamos como sociedad: economía, globalización, progreso, paro, precariedad laboral, pobreza, digitalización o educación, entre muchos otros.
CiU ya no existe. Fueron y son una parte del problema. Cualquier intención de invocar los espíritus de la vieja Convergència están destinados al fracaso. El mundo y la sociedad catalana han cambiado. No es una aspiración razonable intentar desenterrar a los muertos o invocar a sus espíritus.
Debería incidir en el respeto a la separación de poderes y a las decisiones de la justicia, así como la defensa del Estado de derecho. España es una democracia plena equiparable a las democracias con mayor tradición.
Es necesaria una declaración explícita de lealtad constitucional con el fin de expresar que la única forma posible de defender los intereses sociales, económicos y culturales de una sociedad catalana, plural y bilingüe pasa por el cumplimiento del marco constitucional. La Constitución del 78 ha traído el mayor periodo de paz, prosperidad y autogobierno a Cataluña. Nunca la lengua catalana había estado tan protegida y promocionada. Se puede reformar la Constitución respetando los mecanismos previstos a tal efecto en el propio texto tejiendo las complicidades parlamentarias que hagan falta, pero no es ni una necesidad ni una prioridad.
Debería volver a contribuir a la gobernabilidad de España para ayudar a hacer crecer Cataluña y España desde todas las instituciones. La unión de Cataluña y España no es un juego de suma cero donde unos ganan lo que los otros pierden. Siempre ha resultado --y lo es hoy-- un win-win. Lo que es bueno para Cataluña es bueno para España y es bueno para Cataluña.
En definitiva, debería preocuparse por los retos de futuro que afronta Cataluña, gobernar, tomar decisiones y marcar distancias con todo lo que ha supuesto el procés y el procesismo. No será fácil pero sí muy necesario.