La caída de Julian Assange, sacado a rastras de su guarida en la embajada de Ecuador en Londres para llevarle a la cárcel, puede considerarse con frivolidad como si se tratase de otro episodio de la telebasura nacional, tipo Sálvame. Se divulgan y comentan los secretitos del acorralado pirata informático para alegría estremecida de los Jorge Javier de turno --¡por fin tenemos imágenes de la guarida! ¡Fíjate qué camiseta vestía! ¡Y qué barba más asquerosa!--.
El embajador de Ecuador nos informa de que el fundador de Wikileaks no cambiaba con la debida frecuencia la arena al gato, no cerraba la tapa de váter después de usarlo, no aireaba su habitación, etcétera. Menudo diplomático. Pero así se centra la atención en los aspectos domésticos por los que el respetable siente una enorme curiosidad, una curiosidad caníbal, y se desvía ésta del verdadero significado de la noticia.
Que no es otro que los intereses propagandísticos de los países implicados en la venta de Assange y la baja estofa moral de sus dirigentes. La primera ministra británica Theresa May alivia durante unos días la insoportable presión política que viene padeciendo por las tonterías de su Brexit; el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, que tanto celebró las actividades de Wikileaks en 2016, cuando la organización de Assange hackeó los ordenadores de Hillary Clinton --“¡Amo Wikileaks!”, decía entonces El Donald--, demuestra que su país es de verdad grande y paciente y quien se la hace la paga; y el presidente de Ecuador, Lenín Moreno, demuestra que es y será un fiel lacayo del poderoso vecino del norte, un complaciente servidor de Gran Bretaña y un hombre indigno. Por cierto que esto no le afecta solo a él sino a todo el país que preside, que se muestra al mundo en todo el esplendor de la deslealtad, pues ofrece protección al perseguido hasta que cambia de presidente y entonces lo entrega en manos del enemigo.
Assange nunca nos pareció un héroe de la Verdad ni nos cayó bien, y menos desde que se puso a enredar desde la embajada contra los intereses de nuestro país y en beneficio de Cocomocho y sus taraditos. Pero esto no quita que haberle ofrecido refugio diplomático durante siete años, para retirárselo cuando le ha parecido oportuno al señor Lenín Moreno, sea incalificable.
En el año 2010, cuando Wikileaks filtró miles de documentos secretos y comprometedores para Estados Unidos sobre las guerras de Afganistán e Irak y otros conflictos, Der Spiegel escribió que “los directores de Spiegel, The New York Times y The Guardian eran unánimes en su convicción de que hay un interés público justificado en el material”. En ese material que los citados medios publicaron --¡exclusiva, exclusiva!-- como un hito de la libertad de prensa y el derecho de sus lectores a saber lo que los poderosos querían ocultar. Pues bien, esperamos que ahora emprendan una intensa campaña en defensa del caído; o, si creen que en realidad éste no es el angelote que ellos creían, y que merece ser extraditado a Estados Unidos, juzgado, condenado y encarcelado, también ellos se apresuren y corran, solidarios con su “fuente” (Assange), a entregarse a la justicia norteamericana. O bien que soliciten refugio en alguna embajada. En cualquiera salvo en la de Ecuador, que ya se ha visto lo fiable que es.