Si queríamos un especialista en Deuda Pública al frente de la economía, ya lo tenemos. Se llama Daniel Lacalle y parte del refranero popular: "Cuando veas las barbas de tu vecino recortar, pon las tuyas a remojar". Lacalle pide un recorte de la inversión pública y considera que la economía española está dopada por un exceso de gasto; exige reformas estructurales (políticas de la oferta) y considera que "este dopaje está sumergiendo a la economía de España en un riesgo muy superior", según el economista de cabecera del PP. Por su parte, Nadia Calviño, la ministra de Pedro Sánchez, se pasea con un bloc neokeynesiano bajo el brazo, basado en políticas de la demanda. Ella ha gobernado el paréntesis de 2018-2019 incentivando la acumulación bruta de capital (inversión) y subiendo los salarios y pensiones, lo que permite a los ciudadanos mejorar su capacidad de compra (consumo).

Daniel Lacalle es el gurú de Pablo Casado. Se apoya en un petril monetarista: ha gestionando fondos en la City de Londres y ha formado parte del equipo de Pimco, la mayor gestora de renta fija del mundo. ¿Por qué será que los economistas de la derecha siempre vienen de firmas financieras? De Guindos, antes de se ministro, fue el presidente de Lehman Brothers España, el dios caído en 2008, y Lacalle viene de la City, que --ay, ay ay-- está como está de justita por culpa del Brexit.

John Maynard Keynes decía que la labor de un ministro de Economía era lo más parecido a un padre de familia. Ya conocen la teoría de la manta: si te cubres por arriba se te quedan los pies al aire libre y se cubres los pies, se te queda medio torso descubierto. En la comparación entre las políticas liberales de la oferta y las políticas socialdemócratas de la demanda ocurre lo mismo: si te descubres de arriba o de abajo lo paga la población y si te compras una manta más grande para cubrirte entero, te quedas sin blanca. Un Estado de cuentas diáfanas --el que quiere Lacalle-- es una familia con números impolutos y niños sin escolarizar; y el Estado espléndido --el que quiere Calviño--, es una familia a la que le da para todo, pero que está al borde de la quiebra.

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Daniel Lacalle, el economista de las listas del PP / FARRUQO

Los países de nuestro entorno se debaten entre estas dos ideas con mayor o menor énfasis. En España, el PP quiere dejar las pensiones en crecimientos vegetativos --Lacalle habló de bajarlas un 40% y luego, rectificó--, mientras que el PSOE ha subido el salario mínimo y ha indiciado las pensiones en el IPC. Lacalle sentencia la contención del gasto, mientras que su apéndice por la derecha, Vox, remarca que el sistema público de pensiones debe desaparecer; y, por su parte, Calviño --en compañía del pelotón de académicos sociatas, los José Carlos  Díez, Manuel de la Rocha o Manu Escudero-- dice que, con salarios y pensiones altas, las familias gastarán más y harán crecer el PIB. Lacalle quiere reducir los impuestos; ya le va bien tener menos ingresos fiscales, mientras que Nadia dice "debemos mantener los impuestos al nivel actual y recaudar con mayor eficiencia" porque solo así podremos subir los salarios de los funcionarios y mantener el poder adquisitivo de las pensiones.

Su debate dialéctico enlaza con los clásicos argumentos de agua dulce y agua salada, las disputas teóricas, muy de los años ochenta, entre las universidades y escuelas de negocio de EEUU, las más eficientes del planeta. Es sabido que las escuelas llamadas entonces de agua salada (salwater economist), por su ubicación cerca de los océanos, como Harvard y el MIT de Massachussets, Princeton de Nueva Jersey o Stanford de California, pensaban en la intervención del Gobierno como instrumento necesario para restablecer el equilibrio de los mercados. En cambio los economistas de agua dulce (freshwater economists), muy liberales, asentados en universidades de la zona de los grandes lagos (Chicago, Minesota o Carnegie Mellon de Pensilvania), defendían que la intervención del Gobierno era casi siempre inoperante, provocaba inflación, paro y una asignación irracional de los recursos.

Lacalle es el perfecto marinerito de agua dulce. Aplica a raja tabla la teoría cuantitativa de Irving Fisher y Milton Friedman, pero en una época, la actual, marcada ya por la evolución hacia estuarios que combinan lo dulce con lo salado. La economía española está entre los llamados peces diádromos --los que viven en ríos y migran al mar para desovar--, que unas veces admiten intervenciones públicas porque creen que hay fallos en el mercado (salada) y otras no, argumentando que los mercados se autorregulan (dulce).

Creo que no habrá boxing day económico en la campaña electoral en marcha. A los españoles nos gusta más discutir que discurrir. Nuestra suerte está echada. La ritualización de la pobreza en la clase media europea está a la vuelta de la esquina, pero nadie nos privará de las tres hipóstasis --oferta, demanda y mercado-- de una misma esencia: el crecimiento.