Está claro que los hay que se niegan a asumir que la política es y será siempre el arte de lo posible. Le ocurrió ya a Podemos, que se empeñó en lograr el tan ansiado sueño de su urgente “sorpasso” del PSOE y que, en un imposible “asalto a los cielos”, tardó demasiado hasta sumarse a una moción que apostara de manera pragmática por la censura a Mariano Rajoy y su sustitución por Pedro Sánchez. Le sucedió también a Ciudadanos, que con sus propias urgencias por acceder al poder prescindió de sus definiciones centristas, renegó de sus tintes socialdemócratas, pasó de repente a abrazar el liberalismo y ahora compite en el amplio espacio de las derechas con PP y Vox. Y les ha pasado algo similar a las formaciones más representativas del secesionismo catalán, lo que queda de la antigua CDC y la histórica ERC: incapaces de reconocer el rotundo fracaso de la vía unilateral a la independencia, han preferido sumar sus votos a los de PP y Cs para impedir la tramitación de los Presupuestos Generales del Estado, aunque ello haya forzado la convocatoria anticipada de elecciones generales, que pueden provocar un nuevo cambio en el Gobierno español con una alianza de todas las derechas.
En política, como en todos los aspectos de la vida, lo inteligente es siempre conocer y reconocer la realidad tal cual es. Ello no debe ser obstáculo para intentar cambiar o modificar esta realidad. Pero sin conocerla y reconocerla como es, cualquier intento de cambio o modificación, incluso de mera reforma, está condenado al fracaso de antemano. La Historia está llena de ejemplos. Y la historia de Cataluña es una sucesión constante de ejemplos de este tipo de fracasos. El grave error histórico del movimiento separatista catalán al sumar sus votos a los de PP y Cs para derrotar al Gobierno socialista presidido por Sánchez se suma a esta interminable concatenación de fracasos causados por equivocaciones en la elección de socios y estrategias.
Desde que el entonces presidente de la Generalitat Artur Mas pasó de gobernar en Cataluña con el apoyo parlamentario del PP y pasó de repente a hacerlo con ERC, previo un inesperado volantazo que le llevó a apostar por el llamado “proceso de transición nacional”, que renegaba de la estrategia pragmática seguida hasta entonces por el nacionalismo catalán, para promover la vía unilateral y urgente hacia la secesión, la ciudadanía de Cataluña, y con ella la del conjunto de España, ha vivido y sufrido un conflicto político de una enorme envergadura. Contribuyó en gran medida a ello, sin ningún lugar de dudas, la manifiesta y reiterada inacción política de los gobiernos del PP presididos por Mariano Rajoy, incapaces también de conocer y reconocer la realidad catalana tal cual era. Unos y otros demostraron hasta la saciedad su nula predisposición no ya a la consecución de un acuerdo, por mínimo que este fuera, ni tan solo a la negociación o a la transacción, sino pura y simplemente al diálogo. Un bando y otro pugnaron en una subasta de despropósitos. Frente al menosprecio a las normas más fundamentales de un Estado democrático de Derecho, reiterado en tantas acciones separatistas, la única respuesta fue la judialización constante de la política, hasta llegar ahora al tantas veces anunciado inicio del proceso al procés, que no es más que un gran fracaso político colectivo.
A este gran fracaso político colectivo, acrecentado desde los extremos de los dos bandos por el repetido uso y abuso de un lenguaje guerracivilista, se le debe añadir ahora un nuevo error estratégico del separatismo catalán. En estas nuevas elecciones generales, a lo sumo que pueden aspirar las fuerzas secesionistas es a la reelección de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno, aunque parece difícil que pueda serlo de nuevo con sus votos y es imposible que puedan exigirle nuevas condiciones. Pero también puede suceder, y así lo apuntan algunas encuestas recientes, que la política española experimente un nuevo cambio de orientación y una alianza de todas las derechas, esto es de PP, Cs y Vox, constituya una suerte de nueva Santa Alianza que imponga en Cataluña una aplicación muy dura y por tiempo indefinido del artículo 155 de la Constitución, con todo cuanto ello comportaría no únicamente para los defensores de la separación sino para el conjunto de la ciudadanía catalana.
Las principales formaciones políticas del secesionismo catalán, esto es ERC y el actual PDECat, parecen haber asumido aquella consigna tan absurda e inútil que algunas fuerzas residuales de la extrema izquierda más radical predicaron en los últimos años de la dictadura franquista y también en los inicios de la Transición hacia nuestra democracia actual: “cuanto peor, mejor”. Que pueda suceder esto a estas alturas prueba la indigencia intelectual, política y sobre todo moral de quien defiende esta tesis. Sobre todo cuando quien lo hace no está en la cárcel ni puede permanecer en ella durante algunos años más, sino que vive tranquilamente en el extranjero al que se fugó, o en algún despacho, cerca de los suyos y con todas las comodidades.
Lo peor, sin embargo, es que la víctima principal de este “cuando peor, mejor” son, somos, el conjunto de los ciudadanos de este país. En primer y principal lugar, sin duda, los de Cataluña, pero también los del resto de España.