Pese a la buena intención de aquella vieja película española cuyo título era el de esta columna, el colectivo de taxistas no goza en Barcelona de muchas simpatías entre la población. Sabemos que algunos de ellos son estupendos, pero no nos parecen suficientes para mejorar nuestra impresión del colectivo, que nos sigue pareciendo una pandilla de niños malcriados, gritones y groseros que, cuando les da por ahí, paralizan la ciudad y se ponen extremadamente farrucos. Los periodistas no tenemos mejor fama: puede que el lector siga a tal o cual columnista, pero sigue convencido de que la prensa solo cuenta mentiras.
Afortunadamente, a los periodistas de diarios de papel aún no les ha dado por exigir la desaparición de la prensa online, que es, más o menos, lo que acaban de hacer los taxistas de Barcelona en relación a los VTC. A base de gritar, agredir y amenazar -impresionante el tal Tito, líder del colectivo en nuestra ciudad y compañero fraternal del madrileño Peseto Loco, que con su alias ya lo dice todo-, han conseguido echar de la ciudad a Uber y Cabify. A la larga perderán la batalla pero, de momento, gracias a la actitud pusilánime de la Generalitat y al interesado apoyo del Ayuntamiento, se han apuntado una victoria: Barcelona es la única ciudad de Europa y los Estados Unidos en la que los taxistas de toda la vida y los conductores de VTC no pueden convivir: como decía la canción de los Sparks, “esta ciudad no es lo suficientemente grande para los dos”.
Según los representantes de los VTC, la Gene se había comprometido a hacer la vista gorda con lo de los 15 minutos de adelanto para pedir un Uber o un Cabify -cosa que ésta niega a través del señor Calvet-, pero la intención en Can Colau de alargar la cosa hasta una hora pintaba un futuro muy negro. Además, tomar partido por los taxistas significaba una apuesta por el producto local frente a esos capitalistas que controlan los VTC y se llevan el dinero a otra parte, mientras que nuestros ángeles del volante….
Nuestros ángeles del volante llevan décadas impidiendo la concesión de nuevas licencias, no sea que haya menos pasta a repartir, y el traspaso interno de esas licencias está por las nubes. Nuestros ángeles del volante solo piensan en sí mismos: los 3000 tíos que se van a ir a la calle con la fuga de Uber y Cabify no parecen quitarles el sueño. Nuestros ángeles del volante montan un pandemonio en la ciudad cuando se cabrean y aún no han linchado a un conductor de VTC de milagro.
Los taxistas han ganado una batalla, pero no la guerra. Impedirle a la gente que se desplace en el vehículo que prefiera es un anacrónico ataque a la libertad de empresa cuyo éxito -momentáneo- solo se explica por la inacción de un gobierno que no gobierna y el oportunismo pseudoprogresista de un ayuntamiento demagógico cuyos miembros solo piensan en acumular votos para las próximas elecciones. Los taxistas eran más que los conductores de VTC, así que la elección era sencilla, pero en Barcelona hay menos taxistas que usuarios: a ver cómo se toman éstos las decisiones de Ada & The Pisarellos.