En cada coyuntura de cambio, la probeta y el consejo de administración, la investigación y la gestión están en disposición de efectuar juntas un nuevo salto adelante. Todos los estudiosos del sector, desde Joaquim Barraquer hasta Joan Oró pasando por García-Valdecasas (ex rector de la UB), enmarcan el antecedente del primer salto farmacológico en el medio siglo XX, gracias a las aportaciones científicas del doctor Pere Puig Muset. Desde entonces, ha sido así: a cada cambio le han correspondido aplicaciones industriales y médicas, un encuentro resumido por Muset como la “experiencia del misterio; la emoción fundamental que se encuentra en la cuna del arte y en la verdadera ciencia”. En crecimiento del sector en los últimos setenta años es revelador; hoy, la farmacología catalana es uno de los clusters más reconocibles de Europa. No nos conviene dudar en la encrucijada del tiempo, mientras nos preguntamos si queremos un país de primera clase o un principado independiente al sur los Pirineos. La pérdida de la Agencia Europea del Medicamento ha sido un error de bulto achacable al sectarismo de unos políticos, que han demostrado desconocer la profundidad de nuestro tejido industrial, marcado por la moderna revolución científico-técnica.
Hoy, la industria farmacéutica considera que la salida del Reino Unido de la UE va a generar oportunidades para atraer compañías de ese sector a España y nadie desea que se repitan episodios como el de la Agencia. Como es bien conocido, a finales de 2017, la Comisión Europea anunció la salida de este organismo de Londres, que sería ya una realidad en 2019, y Barcelona estuvo entre las candidatas, aunque finalmente Bruselas optó por Amsterdam ante el clima de inseguridad jurídica que se vivió en aquellas semanas en Cataluña, con la celebración del referéndum del 1-O y la salida masiva de empresas en busca de estabilidad regulatoria. La pérdida de la Agencia en Barcelona que concentra el 55% de la farmacología española ha sido una lección demasiado dura. Los clásicos laboratorios catalanes de origen familiar, como los Uriach o Esteve y los grandes como Almirall y Grifols que cotizan en los mercados internacionales mantienen ahora la tensión sin visibilidad, como siempre que el sector atraviesa una prueba. Sin embargo la posición de las empresas de laboratorios no es endeble: ahora el sector habla con una sola voz, tal como quedó claro en el XVI Congreso de la Industria Farmacéutica, cuando el expresidente de Farmaindustria, Jesús Acebillo, presidente de la multinacional Novartis, observó que los laboratorios habían visto "con interés y cierta sorpresa un posicionamiento activo de algunos países de nuestro entorno por este nuevo contexto de cambios geopolíticos. Se están ofreciendo como alternativas de inversión y localización, conscientes de que estabilidad, predictibilidad a la vez que apoyo decidido a la investigación, en un ecosistema favorable, abre múltiples opciones y posibilidades para empresas afectadas por el Brexit". Un años más tarde, el sustituto de Acebillo en la cabeza de la influyente patronal, Martín Sellés, líder la Asociación de Laboratorios Americanos (LAWG), fue más contundente si cabe: "El Brexit es nuestra oportunidad, porque cuantos más retos presenta el entorno, más puede aportar nuestro sector, que atrae inversiones muy relevantes a nuestro país; que invierte en investigación básica y clínica y en plantas de producción; que genera empleo cualificado, bien remunerado y con contratos indefinidos".
La nueva era de la farmacología pertenece a los laboratorios de gran volumen, capaces de batirse el cobre ante organismos reguladores como la agencia norteamericana y de financiarse en plazas de referencia, como la City de Londres, al estilo de Novartis, Bayer, Pfizer, Sanofi, Lilly o la división farmacológica de la química Dow Chemical, entre otras. No ha terminado el tiempo de los laboratorios de menor tamaño, siempre que estos presenten productos de valor añadido a precios competitivos, como es el caso de las empresas tradicionales catalanas que funcionan como auténticas boutiques de la farmacopea clínica y son capaces de diversificar en productos del campo de la salud tangenciales con la cosmética y la química fina. Uno de estos es Isdin la filial de cosmética de la perfumera Antonio Puig SA, que hoy levanta su sede corporativa en la Torre Puig, obra de Rafael Moneo, situada en la plaza Europa de Barcelona.
El desarrollo del sector en España ha ido explosionando al compás de las multinacionales hasta configurar un top five según los datos del Monitor Empresarial de Reputación Corporativa (Merco), auditado por KPMG. En esta breve lista figuran compañías con presencia en casi todo el planeta y con facturaciones que oscilan entre los 30.000 y los 70.000 millones de euros. La primera compañía señalada por Merco es la Novartis de Acebillo, seguida por la Pfizer presidida en España por Sergio Rodríguez, un ejecutivo proveniente de Hewlett-Packard y Polaroid. La tercera por presencia, según Merco, es Bayer, el grupo alemán que cuenta con Rainer Krause como consejero delegado para España y Portugal. En el cuanto lugar de este escalafón se sitúa Sanofi dirigida por Margarita López Acosta; y cierra este top five, la norteamericana Lilly, la empresa con base en Indianápolis, dirigida por Javier Ellena. Son los nombres y las firmas que definen la amplitud de un sector colonizado por adquisiciones a precios ventajosos y por escasas fusiones dado el nivel de opacidad y altos márgenes de los que disfrutan las empresas autóctonas.
En la industria de la farmacopea, la continuidad de lo propio ha primado ante la urgencia siempre aplazada del tamaño. Existe además una diáspora de sociedades de enorme pasado como los laboratorios del Doctor Andreu, fundados por Salvador Andreu en la etapa expansiva de la Barcelona elegante pegada a la falda del Tibidabo, o la marca Andrómaco de Fernando Rubió y Tudurí, un químico que hizo de la botánica y el paisajismo la puerta de entrada al mundo de los principios activos. Las marcas de éxito rutilante pero de escasa duración temporal convivieron con los laboratorios de calado científico y raíz familiar que han aposentado al sector a base de paréntesis de silencio y trabajo, como el de la Guerra Civil, la recuperación, las privaciones y así hasta llegar al éxito económico de las últimas generaciones, más dispuestas a reinvertir las ganancias que a repartir dividendos, influidas sin duda por el calvinismo de los pioneros. Las aplicaciones médicas de los laboratorios, sus vinculaciones hospitalarias y la pervivencia de figuras como los Trias y Pujol, Barraquer, Puigverd, Trueta o Broggi, entre otros, explican la potencia de un sector económico basado en la investigación pese a la escasez de reconocimientos internacionales. Nuestra salud no ha sabido venderse al mundo y, cuando otros le han abierto las puertas, se ha encontrado con la desconfianza o con el demonio de los celos.
Puig Muset, prácticamente desconocido y citado varias veces en esta serie farmacológica, es un ejemplo del olvido en que ha quedado la invención del hombre que abrió en España la carrera del genoma humano. Como lo son también las aportaciones de Josep Trueta, gran especialista y alumno del cirujano Manuel Corachán, reclamado desde Estocolmo por el Comité Nobel, que sin embargo no llegó a recibir el premio de Medicina por la negativa de Salvador de Madariaga, vinculado entonces a la Academia sueca.