¿Va a pasar algo el viernes próximo, día en que el gobierno celebra un Consejo de Ministros en Barcelona?
Es claro que se reunirá una gran masa nacionalista para protestar contra tan inaceptable provocación, pero aunque supuestamente a los nacionalistas “ya no les alimentan migas, ya quieren el pan entero”, y aunque las calles serán siempre suyas, lo más probable --y para algunos, frustrante-- es que se manifestarán de una manera exquisitamente ordenada y pacífica; con gran alarde, ça va de soi, de banderas, pancartas y chalecos, y coreando consignas, y hasta dando saltitos si se lo pide el maestre coreógrafo de turno, ¡un, dos, tres!; pero eludiendo los enfrentamientos y venciendo la tentación de romper cosas, como ya están pidiendo las firmas más destacadas de la trama civil golpista, que reclaman mesura, sensatez, deja en casa los pasamontañas, recupera tu mejor sonrisa, y ni tocar las vallas policiales no vayamos a hacernos daño.
Y es que se juegan mucho en esta partida. En primer lugar, quien “coarte o por cualquier medio ponga obstáculos a la libertad del gobierno reunido en consejo”, entre dos y cuatro años de cárcel, según el artículo 503 del Código Penal. En segundo lugar, si se producen altercados de gravedad el gobierno puede verse abocado a aplicar el 155, que automáticamente seca las caudalosas fuentes de financiación y lleva el llanto y crujir de dientes a los hogares y chiringuitos de muchos golpistas. En caso de un alboroto demasiado dañino no le quedará más remedio, porque la ciudadanía española ya está cansada --las elecciones andaluzas lo avisaron-- de soportar afrentas, por simbólicas o escenográficas que sean, también ella padece una “inflamación” que requiere cuidados. El Gobierno lo sabe perfectamente.
Procurará no tener que aplicar el temido artículo porque para sostenerse precisa de los golpistas; seguramente escenificará una reunión con el señor Torra que le lave a éste un poco la cara y le devuelva un poco de la legitimidad perdida con sus últimas actuaciones, y el president a cambio acaso se comprometa por lo bajinis a apoyar los presupuestos. Para convencerle se puede agitar un poco el espantajo fascista --o sea: tate, tate, folloncicos, que si el gobierno cae vendrá a sustituirlo una derecha bastante menos contemplativa que la que lideraba el señor Rajoy--.
El Gobierno tiene en la manga un as, porque si la bandera no es propiedad de la derecha tampoco lo es la prerrogativa del 155. También puede aplicarlo la izquierda, que ya secundó el de Rajoy; y a lo mejor hasta puede hacerle ganar las elecciones que según los sondeos que se vienen publicando tendría ahora mismo perdidas.
Es que el 155 se ha vuelto muy popular en toda España, no sólo en Cataluña. Tiene esa curiosa naturaleza adictiva de las drogas opiáceas: que liberan tantas endorfinas que una vez las has probado te apetece mucho volver a usarlas, y ya no en dosis asustadizas sino en serio, para que de verdad se note el subidón…
El señor Torra lo sabe --bueno, él quizá no, pero a su alrededor tiene muchos consejeros y asesores que saben lo que se juegan en esta partida--. Incluso así, dada la atmósfera de exasperación que domina determinados ámbitos poco racionales, ámbitos mal aireados y muy emocionales, y dada la imprevisibilidad de los movimientos de las masas cuando no tienen un líder con suficiente autoridad para dirigirlas, puede que todos estos cálculos, y los intereses tanto del Gobierno y de los golpistas, acaben como el rosario de la aurora, o sea se arme la de San Quintín, quiero decir, la de Dios es Cristo, imponiendo, como ya hemos dicho, la inevitabilidad del 155.
Las estructuras más sólidas de la nación, las que dieron el alto cuando el desafío de Puigdemont y lo desbarataron, ahora no lo consideran necesario; algunos partidos lo reclaman insistentemente, desde hace meses, aunque parece que no muy en serio sino decorativamente, parece que en realidad por un lado el “tema catalán” ya no sea tan preocupante y por el otro no tengan mucha prisa por gobernar; sobre todo para el PP, es mejor dar tiempo a que se desinfle un poco el entusiasmo por Vox y a consolidar su averiada estructura y reorganizar unos cuadros diezmados por los procesos por corrupción.
En cualquier caso y dada la posibilidad de que a medio o corto plazo esos partidos gobiernen, y se vean en la coyuntura de hacer lo que ahora le exigen o fingen exigirle al actual Gobierno, es de suponer que aunque están en la Oposición ya estarán estudiando cuidadosa y metódicamente los pasos que vayan a dar, las medidas concretas que tomarán, el orden en que se tomarán, los lapsos de tiempo, los nombres de los que van a entrar y los que van a salir, y además las dinámicas no estrictamente exigidas por la intervención sobre la autonomía pero que a su rebufo podrían implementarse para ir devolviendo racionalidad y serenidad a lo que está artificialmente alterado.
El 155 de Rajoy fue de una efectividad positiva. El nuevo, de momento, nadie lo considera de verdad urgente; pero si llega, cuando llegue, de la mano de quien sea, no puede ser ni una repetición ni una chapuza.