Los que hablan en nombre del pueblo tienen siempre alguna moto que vender. Alguna idea siempre arriesgada, de las que suelen terminar mal. Se emocionan al hermoso grito de “¡es el pueblo el que lo quiere!”, antes de proclamar a los cuatro vientos que “al revés que los demás, ¡yo sí voy a escucharlo!”. Podrían subirse a los estrados a bramar, por ejemplo: “¡Panda de borregos, voy a utilizar vuestro cabreo con vuestros jefes para convertirme en el único que manda!”, pero eso resultaría muy previsible; vale más presentarse en guerra contra el “sistema”. Esta palabra, normalmente pronunciada después de “pueblo”, sirve para identificar a los que tienen más sed de poder que paciencia para convencer. Son los que quieren desalojar a los demás para poder ocupar sus puestos a la mayor brevedad posible. Es un juego peligroso, sin embargo: siempre hay alguien más hambriento.
El presidente Macron lo sabe bien. Para ganar tiempo y plaza, quemó las etapas y declaró obsoletos a los partidos, a la izquierda y a la derecha, a los cuerpos intermedios… en una palabra, al “sistema” que pretendía tumbar con una sonrisa, su indudable talento, la apelación al voto útil y algunos “marcheurs” --activistas del partido macronista En Marche!--. Pero he aquí que lo que “marcha” a la hora de tomar el poder, “marcha” menos bien cuando se está en el gobierno, al frente de un sistema --la democracia representativa-- fragilizada por la pasión del “que se vayan todos”.
Esta moda evoca aromas de primavera en tierras de dictadura, pero puede convertirse rápidamente en un invierno pardo si se emplea para desalojar por la fuerza --aunque se haga llamar democracia directa-- a electos democráticos en pleno mandato.
Un poco ingenuamente, el presidente Macron se convenció de que el demonio populista debe su éxito al hecho de que sus predecesores no habían reformado lo suficiente. Así que él mantiene la orientación, inasequible al desaliento, persuadido de que puede limitar los daños en las próximas elecciones europeas liderando el campo del “progreso” (entiéndase, “yo reformo”) contra el de los “nacionalistas”. Pero, ¿y si hubiera olvidado uno o dos síntomas en su diagnóstico? ¿Y si los pueblos del mundo entero no se lanzaran a los brazos de los populistas porque quieren más reformas, sino porque temen la globalización de las desigualdades, porque se sienten en inseguridad física y cultural, y porque, además de las redes sociales, los políticos se dedican a excitarlos sin parar?
Si el presidente Macron integrase estos datos, podría afrontar la raíz de esos miedos en lugar de limitarse a predicar la confianza, y llevaría a cabo una política de reformas más equitativa. Pero a sus electores más desfavorecidos no se les explicó que el futuro se iba a preparar sobre sus sacrificios, como ocurre cuando se suprime el Impuesto de Solidaridad sobre la Fortuna (ISF) mientras se reducen las pensiones de jubilación. Eso se paga ahora. Los mayores nos hicieron el favor de no decantarse por el Frente Nacional (FN) en las últimas elecciones presidenciales. ¿Tendrán la misma paciencia en la próxima convocatoria electoral? Pueden estar muy sensibilizados con dejar un planeta en buen estado a sus descendientes, pero en ellos, el miedo al fin del mundo será siempre menor al miedo al fin de mes. A cortísimo plazo, bastaría con que un populista se levante, ya sea con un gilet jeune (chaleco amarillo) o con una camisa parda, para cautivarlos.
De ahí la urgencia de detener esta disparatada carrera de demagogia “antisistema”. Tienen que dejar de poner el “pueblo” a pasear a cada ocasión, de servirlo en todos los guisos. Entre los que invocan al "pueblo" para pasar de puntillas ante la violencia, el racismo y la homofobia de ciertos gilets jaunes que tratan de maricones a los transeúntes, o que quitan el velo a la fuerza a mujeres por la calle… y los que dicen comprender al “pueblo”, y aceptan por ello la presencia de cortejos pro-velo, la “sumisión” y la prostitución en una manifestación contra violencias misóginas… Sin hablar de los que se presentan como los representantes de una derecha popular, para seducir mejor a una derecha burguesa e integrista, explicándonos que la PMA (Procréation médicalement assistée, reproducción asistida) nos lleva al eugenismo nazi.