Hace pocos días, Joaquim Nadal presentaba su libro Catalunya mirall trencat, en un acto que Manel Manchón calificaba de silencio doloroso. Algo parecido a una catarsis soberanista, al proponer el antiguo conseller socialista un nuevo pacto de Estado, que lleve al independentismo a renunciar explícitamente a la unilateralidad y a postergar un referéndum.
Al margen del contenido del libro, sobre el que no puedo opinar, el autor tiene el mérito de manifestar en voz alta lo que ya muchos soberanistas comentan en privado. La primera consideración es, pues, de reconocimiento. Confiemos que actitudes como la suya sirvan para ir recosiendo lo mucho que se ha despedazado estos años.
Al leer la noticia de la presentación, la primera imagen que me vino a la cabeza fue la de Pere Navarro, Primer Secretario del PSC en los años en que se desató el procés, aquellos en que buena parte de los suyos, en un santiamén y a bombo y platillos, se sumaron a las tesis soberanistas. Pere Navarro, por contra, mantuvo una posición coherente con la trayectoria de su partido, intentando influir en los planteamientos del PSOE en materia territorial. Es de suponer que su perseverancia habrá contribuido al actual posicionamiento de Pedro Sánchez, no tan alejado, por cierto, del de Joaquim Nadal.
Recuerdo bien aquellos años en que Pere Navarro fue, sencillamente, vilipendiado, especialmente por muchos de aquellos que abandonaron el PSC. Un lamentable ejercicio de supremacía y arrogancia, que convendría no olvidar. Y no por un ánimo de venganza, ni tan siquiera de reproche sino, simplemente, para ser conscientes de lo frágil de la democracia y la convivencia. De cómo personas con excelente formación académica, experiencia política, y ya una cierta edad, pueden dejarse llevar de manera tan alegre como acrítica por el viento dominante.
Pero, además, resulta que el paso del tiempo le viene a dar la razón a Pere Navarro. Buena parte de quienes tanto le denostaban, ahora se van resituando en posiciones similares a las que criticaban. Ha sido necesario bordear el desastre para que se dieran cuenta, por ejemplo, de que Cataluña no es un sol poble. O han tenido que comprobar la desorientación en que se sume una Gran Bretaña abocada al Brexit, para dejar de considerar un referéndum de autodeterminación como la cosa más natural y sencilla del mundo.
Me alegro de la actitud de Joaquim Nadal y deseo que el suyo no sea un caso solitario. Recomponer la sociedad va a requerir del esfuerzo de todos, especialmente de aquellos que, situados en los extremos, vayan transitando hacia posiciones moderadas. Algunos lo harán discretamente. Otros se erigirán en protagonistas de la reconducción del procés, procurando pasar a la historia como los que apagaron el incendio, olvidando que en su viaje a la radicalidad atizaron las llamas. En cualquier caso, buen viaje de regreso a la moderación.