Hace un mes que Manuel Valls presentó su candidatura para la alcaldía de Barcelona en el CCCB. Pocas veces un anuncio despertó tanto interés y expectación, en buena medida porque estamos ante un hecho políticamente inédito: un ex primer ministro francés que concurre a unas elecciones municipales de otro país de la Unión Europa. El impacto de su candidatura en los medios de comunicación ha sido enorme, un auténtico tsunami que ha traspasado fronteras; en Francia durante las primeras semanas por razones obvias, pero el “experimento Valls” también ha llamado la atención en Italia, Reino Unido o Alemania. En España, cuando se haga balance del 2018 quedará sin duda como una de las noticias del año. Pero más allá de ello, Valls ha pasado a ser reconocido como un nuevo actor de la política española, alguien que es escuchado porque, evitando entrar en el barro de la lucha partidista, mantiene posiciones claras y firmes sobre los grandes temas. Alguien que ha decidido rehacer su vida en nuestro país, porque aquí se está librando, afirma, una batalla política importante entre democracia y populismo, entre cosmopolitismo y nacionalismo.

En Barcelona, que es donde se juega su futuro, la candidatura de Valls no ha dejado a nadie indiferente, pero no ha generado la “unión sagrada” de los separatistas que algunos vaticinaban. Antes del verano, cuando su nombre a la alcaldía empezó a circular, se oyeron voces de alarma que desaconsejaban que lo hiciera temiendo la presentación de una lista única entre ERC y JxCat. Ha sucedido justamente todo lo contrario, desde entonces se ha agudizado la fragmentación del espacio independentista. No solo ERC ha hecho todo lo posible para evitar confluir con una lista auspiciada por Carles Puigdemont, sino que el PDeCat, que tiene la propiedad de la marca electoral de JxCat, tampoco quiere obedecer los dictados del huido a Waterloo. Ahora mismo es probable que en mayo próximo concurran por lo menos cuatro listas independentistas. Además de las dos citadas, y la también segura de la CUP, habría una cuarta candidatura encabezada por el filósofo Jordi Graupera que iría bajo el paraguas de Demòcrates, el partido del ultranacionalista Antoni Castellà, con el apoyo de Elisenda Paluzie, es decir, de la ANC. Y si el imprevisible Puigdemont rompiera con el PDeCat, podría apoyar a Graupera o incluso presentar una quinta lista. En este escenario de dispersión del voto separatista, es difícil creer que el republicano Ernest Maragall pudiera alcanzar la primera posición.

Ni los separatistas se han unido frente a Valls, ni tampoco su discurso ha agudizado una dinámica de enfrentamiento como algunos afirmaban que haría. Se presenta como un candidato que defiende firmemente la democracia constitucional española y los valores europeos, que no hace concesiones retóricas al nacionalismo (por ejemplo, en RAC1 dijo que Cataluña no es una nación política, evitando caer en la trampa semántica del término), pero que reivindica un catalanismo útil, habla de moderación y de recuperar los grandes consensos de ciudad. Lo hace además en catalán, su lengua materna. La clave de su posible victoria está en que sea él quien polarice con Ada Colau. Votar es elegir y el debate en Barcelona debe estar centrado en si la actual alcaldesa merece repetir o no. Evaluar una gestión que a gran parte de la ciudadanía, incluso a una porción de sus antiguos votantes, le parece muy negativa. La candidatura de Valls es la que mejor puede jugar ese papel porque Maragall, el otro gran rival, aspira como mínimo a gobernar con los comunes, con la responsabilidad añadida que lleva en su mochila por las dañinas consecuencias que el procés ha tenido para Barcelona; por muchas razones, Maragall y Colau, comparten un mismo interés, como bien explicaba Xavier Salvador este lunes.

En realidad, lo fascinante de la aventura de Valls es que estamos ante un candidato independiente, que tiene el apoyo de Ciudadanos pero que intenta ir más allá de la lógica de los partidos, construyendo la transversalidad dentro de su candidatura. El anuncio que ha hecho de que en su papeleta electoral no figurará el logo de la formación naranja es toda una declaración de intenciones. Que el partido que lidera Inés Arrimadas en Cataluña bendiga esa estrategia, aunque eso pueda crear suspicacias internas y algún desencuentro con las bases de Cs, subraya que ha entendido la importancia de la batalla de Barcelona y la necesidad de que el constitucionalismo, en un sentido amplio del término, salga a ganar. Un mes después de haber presentado su candidatura, Valls encarna con más fuerza esa posibilidad.