La unidad independentista acabará siendo un oxímoron político y la división soberanista una crisis que acabará perjudicando a todo el país. Los protagonistas, a veces socios y otras adversarios, se empeñan a diario en demostrar sus diferencias, adornadas con cantos vacíos a la acción unitaria, mientras paralizan las instituciones de todos a su gusto y conveniencia.
La distancia existente entre ERC y PDeCAT por un lado y Puigdemont y la legión legitimista por el otro amenaza ya con convertirse en abismo. La unidad es imprescindible para proclamar nuevos plebiscitos porque sin plebiscitos de parte costará Dios y ayuda levantar la ilusión de los votantes, agotados por unos dirigentes que nadie querría para sus sueños. Pero la unidad queda lejos en plena semana negra de la fraternidad independentista.
Puigdemont ha lanzado un torpedo a la línea de flotación de su propio partido, con su Crida Nacional per la República, primer paso para crear su plataforma particular. Y Roger Torrent ha tenido que desconvocar un pleno del Parlament por el enfrentamiento interno de la mayoría parlamentaria a cuenta del trato preferencial para el expresidente de la Generalitat. ERC no está dispuesta a considerar la existencia de clases entre los procesados y suspendidos de cargo por el juez Llarena, tampoco están por desobediencias serias, así que votaron en la Mesa contra los representantes de JxCat.
Los privilegios del legitimismo son una cuestión interna del independentismo que ya arreglarán, si pueden; sin embargo, la instrumentalización del Parlament de Catalunya por parte de la mayoría para evitar la exhibición pública de su división interna es algo más peliagudo. La Cámara catalana no puede estar a disposición de los diputados soberanistas, ni al albur del estado de ánimo del grupo mayoritario; para dilucidar sus muchos problemas deberían convocar ya su asamblea de cargos electos, allí podrán hacer y deshacer todas sus repúblicas, sus entuertos, saldar sus cuentas pendientes y al final echarle la culpa de todo al Estado.
Puigdemont solo cree en la unidad orgánica del movimiento organizada a la luz de su brillo personalista y legitimista, y siempre que sea para mantener viva la tensión con el Estado español. Los republicanos y los neoconvergentes no parecen dispuestos a engrosar la corte del expresidente ni a someterse por más tiempo a la lógica de un procés fracasado, tal vez por sus propias dudas sobre la eficacia de la unilateralidad, que por lo que parece, vienen de lejos. ERC lo tiene asumido porque es palabra de Oriol Junqueras. En el caso del PDeCAT, habrá que ver si Marta Pascal supera el próximo fin de semana para certificar esta afirmación.
El expresidente se ha subido al pedestal y aspira a ser el alfa y el omega del independentismo. Su condición de enemigo público número uno del Estado español, según se desprende de la doctrina emanada del Tribunal Supremo, lanzado en tromba contra el gobierno del procés, le confiere una fuerza sin igual entre los suyos que él utiliza a su mayor gloria, atizando sin piedad a los republicanos de Junqueras y a los nuevos convergentes de Pascal.
Esta deriva va a complicar la vida al movimiento secesionista y también va a suponer una amenaza seria para la institución histórica de la Generalitat, a la que consideran su patio particular, coloreado de amarillo, escenario de sus cuitas, bodega de ratafías y sala de espera autonómica para el día de mañana.