En tiempos convulsos resulta fácil ver cómo salen a la superficie lo mejor y lo peor de cada sociedad. La crisis del Aquarius es buena muestra de ello, y aunque se nos podría perdonar la tentación de subirnos al pódium de la superioridad moral aupados por la decisión adoptada por el Ejecutivo español frente a la misantropía exhibida por Matteo Salvini, haremos bien en no caer en la complacencia. Porque lo cierto es que nuestro país ha padecido influjos migratorios comparativamente mucho menores que otros países que juegan en la misma liga que nosotros. Así, según datos de Eurostat, España se sitúa al nivel de los países del este en términos del número de refugiados per cápita, siendo nuestro índice del 0,3 por cada mil habitantes frente al 8,1 de Alemania, el 4,6 de Francia o incluso el 2,4 de Italia. Aún así, no es difícil darse de bruces, a poco que escarbemos en las redes sociales, con grupos, más o menos inarticulados, que simpatizan sin muchos ambages con Salvini y demás corifeos en el resto de Europa,  y que parecen estar tratando de eclosionar.

Estas verdaderas flores del mal, que como los champiñones viven en la oscuridad y se alimentan de fiemo, encontraron en fechas recientes una inesperada oportunidad para salir a la luz en la confusión callejera del conflicto catalán, aunque su ideología, demonios internos y fijaciones son idénticas a las del resto de la derecha alternativa que encontramos en el restos de los países de nuestro entorno, auténtico vivero de movimientos ultranacionalistas y xenófobos. A diferencia de estos países, en España se ha consolidado un modelo de convivencia basado en la tolerancia y el respeto fundamental a los derechos civiles, que ha arrinconado entre nosotros --incluso después de dos terribles atentados terroristas-- las expresiones políticas de derecha radical y xenófoba que han brotado en otros países de nuestro entorno. Esta declaración de principios colectiva se ha manifestado admirablemente en la decisión de dar asilo al Aquarius.

Esto es motivo de satisfacción, pero no podemos bajar la guardia. Las nuevas corrientes políticas antiglobalizadoras y las tensiones migratorias en nuestro patio trasero suponen un acicate para que estos grupúsculos importen el argumentario del que tanto partido han sacado sus correligionarios del resto de Europa. Ya estamos viendo ejemplos de esto, al criticar la decisión humanitaria de Pedro Sánchez replicando las falacias de Salvani y tergiversando las expresiones de los activistas de derechos humanos. Tratan de crear un relato según el cual a lo que se oponen en realidad es a la trata de personas a manos de las mafias, a un negocio de la inmigración ilegal en el que los inmigrantes son desprovistos de su humanidad y reducidos a mera mercancía. Esto le sirve a políticos como Salvani, que lo usan como coartada para implementar políticas de inmigración restrictivas en nombre de la seguridad nacional y de la lucha contra el crimen organizado. Los ahogados no son el problema, sino una estadística.

Este tipo de sofistería se une a la divulgación de narrativas conspirativas, que se esfuerzan en cuadrar el círculo amalgamando el célebre Plan de Kalergi con las fabulosas maquinaciones de George Soros, aderezándolo con una pizca de rojo vende-patrias. La confabulación judeo-masónica rediviva y actualizada para los tiempos de Twitter.

Por más estrafalarios que nos resulten y por muy marginales que se nos antojen estos grupos, conviene no tomárselos a broma y ser militantes para que sigan donde están: hasta la fecha, en España no ha habido ningún partido populista de extrema derecha que haya obtenido más del 1% del voto en las elecciones generales de los últimos años. Como muestra, en las generales celebradas en 2016, Falange Española obtuvo un 0,04% del voto.

En términos absolutos, esto significa que fue votada por 9.802 personas. De un censo electoral de 24.279.259 personas. A la luz de lo ocurrido en Italia, debemos mostrar un cierto orgullo cívico al constatar que la extrema derecha heredera ideológica de las cenizas del franquismo ha sido incapaz de construir un discurso que no sea recibido por la mayoría de los españoles sino como retrógrado y propio de nostálgicos de un pasado irreversible. Pero debemos, no obstante, mantener una vigilancia activa en el cultivo de la sociedad abierta y solidaria que queremos. Porque las flores del mal siguen germinando en la oscuridad, esperando su oportunidad.