El mes que hoy empieza será pródigo en conmemoraciones, reminiscencias, debates y discursos sobre el alcance, el sentido y la proyección de 1968, especialmente las revueltas de mayo en París y su reverso, la primavera de Praga.
Como desde aquellas convulsiones han transcurrido cincuenta años, se diría que en principio es más fácil analizarlas y valorarlas ahora, desde la frialdad que da el paso del tiempo, que en su momento, lleno de tanto ruido y de tanta furia.
Al mismo tiempo esa distancia contribuye a hacer más enigmáticas, incomprensibles, las convulsiones espasmódicas, la rabia de una juventud francesa a la que el statu quo republicano del general De Gaulle ofrecía todas las comodidades y garantías de un porvenir de prosperidad y seguridad. Desde luego mucho más próspero y seguro que el que vislumbran las jóvenes generaciones de hoy.
La sublevación estudiantil que literalmente forzó a De Gaulle el 29 de mayo a huir de Francia --para encontrarse en Baden Baden con el general Massu, comandante del ejército francés estacionado en Alemania-- parecerá ininteligible; y los lemas situacionistas como "debajo de los adoquines está la playa" o "sed realistas, pedid lo imposible", signos del infantilismo de unos jóvenes malcriados y narcisistas incapaces de ver que al otro lado del telón de acero sus compañeros de generación reclamaban --y se les negaba brutalmente, por la fuerza de las armas-- lo que ellos despreciaban: la democracia formal, el Estado de derecho occidental, la sociedad de consumo (Presente pasado, pasado presente, los diarios de Ionesco, el dramaturgo rumano exiliado en París, autor de La cantante calva y El rinoceronte, que asistió consternado a la fiesta revolucionaria callejera, es una lectura pertinente en estas fechas).
La distancia contribuye a hacer más enigmática la rabia de una juventud francesa a la que el statu quo republicano del general De Gaulle ofrecía todas las comodidades y garantías de un porvenir de prosperidad y seguridad
Otros subrayarán que, al margen de todos sus componentes grotescos y banderas equivocadas (incluso maoístas), las algaradas del 68 fueron decisivas para impulsar un cambio de valores y de costumbres en favor de la tolerancia, el feminismo, la libertad sexual y la autonomía juvenil; y contra la censura, la jerarquía fosilizada, el estilo tradicional y las corbatas de papá; que impusieron un cambio estético y moral cuya profundidad y alcance es difícil de calibrar para quienes no hayan vivido en carne propia el antes y el después.
Que empiecen los debates. Hoy queda inaugurado el cincuentenario de lo que en el fondo probablemente sea un enigma irresoluble, pues no podemos "sacar conclusiones para el porvenir de un pasado que ya no podrá ser futuro" (Ionesco, Diarios).