El sábado pasado varias playas catalanas amanecieron cubiertas de cruces amarillas. Algunas cruces llevaban mensajes como “libertad”, “justicia” o “democracia”. La acción, impulsada por los comités de defensa de la república (CDR), buscaba denunciar lo que sus organizadores consideran una “pérdida de derechos civiles, políticos y sociales” y reclamar “la libertad de los rehenes políticos de España”.
Una de las playas que fue cubierta de estas cruces fue la de Argelers (Argelès-sur-Mer), en Francia, que sirvió entre 1939 y 1941 de campo de concentración para una parte del más de medio millón de republicanos que atravesaron la frontera escapando de las tropas franquistas.
El infierno de Argelers es uno de los episodios más crueles de la Guerra Civil española. Miles de hombres, mujeres, niños y niñas cruzaron los Pirineos a pie, en medio de la nieve y los bombardeos, para acabar recluidos a la intemperie, sin agua potable ni letrinas y durmiendo en la arena húmeda. Muchos no soportaron estas condiciones extremas y murieron de disentería, neumonía, tuberculosis o simplemente de hambre. Porque el único alimento que recibían eran el pan que les lanzaban los soldados franceses por encima de las alambradas y que tenían que comer mezclado con la arena contaminada de la playa.
Algunos de los sobrevivientes de Argelers fueron devueltos a España y murieron fusilados. Otros acabaron en campos como Mauthausen y unos pocos pudieron establecerse en Francia o viajar a México donde fueron acogidos por el Gobierno del presidente Lázaro Cárdenas.
En Argelers había catalanes pero también aragoneses, andaluces, asturianos, que habían luchado juntos defendiendo la República hasta el final. La causa que les movía era muy distinta a la que reivindica ahora el soberanismo catalán.
Plantar cruces en Argelers reivindicando la memoria de los refugiados que huyeron del régimen franquista es un uso interesado y una manipulación de la historia
Plantar cruces reivindicando la memoria de estas personas es un uso interesado y una manipulación de la historia. Si Cataluña dispone actualmente de instituciones de autogobierno propias y de un Estatuto de autonomía es porque los sobrevivientes de infiernos como el de Argelers lucharon durante la dictadura por la recuperación de la libertad, la justicia y la democracia que ahora se reclama con estas cruces amarillas.
Libertad que permite que se puedan hacer acciones como éstas sin el permiso de los descendientes de estas personas que padecieron el exilio en las peores condiciones y que ahora se les asocia interesadamente con una disputa política contemporánea con la que no tienen absolutamente nada que ver. Hace unos días el periodista Jesús Badenes escribía un artículo en el Diari de Girona, titulado ¿Será como antes?, donde explicaba la agresión que sufrió el 3 de octubre en la llamada “huelga de país” y las consecuencias físicas que aún le provoca. Recordaba que todos tenemos motivos para el drama, no sólo los que estos días reclaman la libertad de los políticos que están en prisión.
Estoy de acuerdo. Tienen motivo para el drama todas las personas que han sufrido acoso o amenazas por pensar distinto a lo que marca el relato oficial en Cataluña. A los que se les llama botiflers o colonos. Los que se despiertan con su local marcado con pintadas, como le ocurrió a Enric Roig la semana pasada en Tortosa. Tienen motivo para el drama los militantes socialistas y de otros partidos que sufren escraches en sus sedes y los políticos que se ven obligados a ir por la calle con escolta. Y los ciudadanos y ciudadanas que han visto romperse amistades de toda vida por una disputa que no debería haber trascendido nunca la esfera política para entrar en la vida íntima de las personas.
La grave crisis política que atraviesa Cataluña no se solucionará con sobreactuaciones, plantando cruces amarillas en las playas o encerrándose en una jaula itinerante que va por los pueblos banalizando lo que representa la cárcel y la privación de libertad para miles de personas. Se solucionará cuando todos y todas hagamos un esfuerzo por entendernos y respetarnos, cuando dejemos de utilizar para nuestros propios fines episodios que son dolorosos para miles de personas, cuando reconozcamos los errores que se han cometido en estos años y que han tenido como resultado el quiebre de nuestro marco de convivencia.