¡Quién lo diría! Los hemos visto pelearse. Los hemos vistos cruzarse miradas con odio. Tiremos de hemeroteca y lo vemos. La expresión de las caras del contrario eran de desprecio, rechazo y odio. Incluso miradas de asco. Pues ya lo ven. Ya lo vemos todos. Ahora son inseparables. Amigos de toda la vida. Irreconocible sus actitudes. increíble. Su comunicación es diaria. Sus llamadas mutuas son continuas. Han ido de una acera a la otra. Del odio y el desprecio se ha pasado a la amistad y el compromiso. Increíble, ¿verdad? Si no lo estuviéramos viendo no lo creeríamos. Incluso así mantenemos ciertas dudas.

Su comunicación es continua. Cada mañana. Cada tarde. Cada día. Dice alguna lengua bien intencionada por la rivera del Manzanares que Mariano Rajoy es bastante cansino. En cualquier momento llama a Pedro Sánchez. Ring, ring... "Hola Pedro. Quería comentarte respecto a...". "¿Quién es?", pregunta Carlota, de diez años, hija de Pedro Sánchez. "El presidente, cariño, es el presidente", contesta Pedro. "Jo, papá, ¡qué pesado es el señor Rajoy!". Cierto como la vida misma. Cierto como que lo estamos leyendo y quien lo cuenta ha estado presente. Sucede cada tarde. Cada día.

Así cambia la política a sus protagonistas, que son los políticos, no el pueblo como quieren vendernos. Ayer enemigos irreconciliables, hoy socios para todo

Recordamos lo ocurrido. No hace tanto. ¿Un año? ¿Dos años? Todos tenemos en la retina el debate de Mariano y Pedro antes de las elecciones generales de 2015. Dos años van del "si usted gana (señor Rajoy), el coste de la democracia es enorme porque el presidente debe ser una persona decente y usted no lo es". ¡Toma! En toda la cabeza. "Hasta aquí hemos llegado", exclamó Rajoy, tras una pausa y una respiración profunda. A continuación añadió Mariano que "de una derrota electoral uno se recupera, pero usted no se recuperará de su frase ruin, no se la acepto, ha sido mezquino, deleznable y miserable y no se recuperará nunca de ella". Se cortaba la tensión. Mirada dura, dientes afilados. Ahí empezó su enfrentamiento. Mariano se dijo para sí: "No te perdonaré jamás". Y no ha perdonado. ¿Buenas relaciones ahora? Tal vez demasiado. Dudo que a Mariano se le haya olvidado. Cualquier día... zas. En su momento. Todo llegará. Sin prisas. La misma táctica que con el procés. Ya llegará el momento. Y entonces, Sánchez, te aplastará la cabeza. No lo dudes. Hasta entonces... buena sintonía. "¡Qué pesado es Rajoy, eh papá!". Sinceridad de niña.

¿Y con Albert Rivera? ¿Recuerdan la frase "si ponemos otro (candidato) ya es otra cosa, ya cambia todo. Si es Mariano Rajoy, lo veo imposible"? "No vamos a apoyar ningún gobierno de Rajoy", dijo Rivera una y otra vez. No hubo lugar a las medias tintas. Lo repitió bastantes veces al principio del verano de 2016, hace poco más de un año. Al día siguiente de las elecciones del 26 de junio. También lo repitió en la tribuna del Congreso. ¡Qué tiempos! Recordamos la imagen de Rivera cuando bajó de la tribuna y pasó delante de Rajoy. Cabeza girada hacia la izquierda para no chocar con la mirada de Mariano. Con el ceño fruncido y la barba encogida Mariano miraba hacia abajo, a su pantalla, o a la nada. No quería verlo. ¡Qué pasaría por su cabeza! Este niñato me está vetando. De qué va. Te vas a enterar cuando pase un tiempo. Pues ahora son amigos. Todo lo celebran juntos, discuten juntos, negocian juntos. Y se llaman cada día, cada momento. Amor eterno. Cuidado Rivera, Mariano nunca olvida.

Así cambia la política a sus protagonistas, que son los políticos, no el pueblo como quieren vendernos. Ayer enemigos irreconciliables, hoy socios para todo. Un trío a tener en cuenta. Se quieren más que ayer y menos que mañana. Eso predican, eso venden. Veremos cómo termina la alianza.