Con la Generalitat convertida en zombi y la calle concernida en los asuntos de Estado, Puigdemont anuncia elecciones. Pero de inmediato, el stop and go a la que nos tiene acostumbrados el procés: Puigdemont no confirma los comicios y Moncloa se mantiene en silencio. Soraya rompe hostilidades en el plenario del Senado. Puigdemont en el eterno sí pero no, le pasa la pelota al Parlament porque “no se dan las condiciones para unas elecciones justas, si no se paraliza el 155”. De nuevo la farsa y, tras ella, la respuesta del poder: la “coacción federal”. O mejor dicho, una mezcla sabrosa entre el interés general y la coacción federal del 155. Puigdemont quiere garantías para anunciar comicios, pero no dice cuáles, y la negociación Generalitat-Moncloa seguirá abierta hasta el sábado día 28. Los paréntesis matan. “No sabemos si la independencia será cantada o hablada; si será en el Palau o en el hemiciclo”, dijo Iceta ya en la cámara.
La última sesión del Ejecutivo catalán, celebrada la madrugada del jueves 26, terminó con gritos e insultos. El PDeCAT blando se va (Vila, Mundó y Baiget), el soberanismo interesado se funde (las voces directas de Artur Mas y de Núria de Gispert, autores ambos de la inconfesable piñata) y ERC abandona previsiblemente el Govern.
La letra pequeña es, una vez más, la gran desconocida. Nadie sabe a ciencia cierta por qué Puigdemont dijo una cosa e hizo la contraria. Evita el diálogo, ¿se esconde? ¿le teme al aliento cupaire en su nuca más que a la verdad? Arrimadas se lo dijo en dos palabras en un Parlament enmudecido durante 8 semanas. ¡Posi les urnes, home! Inés va al grano en contra de los que “nos han robado el sueño”. “Cataluña no será independiente, pero será más pobre gracias a ustedes”, dijo la joven aspirante. La ciudad mestiza de Cornellà, Nou Barris, Santa Coloma y L’Hospitalet le puede a la “gangrena interior” (palabras de Josep Pla) d’esbart dansaire, y boina orlada, de Guilleries, Lluçanés y cullonades. Queda un margen de horas para abordar una salida digna. President: cumpla su palabra de permanecer en el cargo solo 18 meses. “Que ya han pasado”, remata Iceta.
Puede que Puigdemont se suba al balcón del Palau de la Generalitat alguna vez más para ejercer la semiótica del poder, pero ya nunca será lo mismo; el independentismo se ha roto y es una ruptura irrecuperable
Puede que Puigdemont se suba al balcón del Palau de la Generalitat alguna vez más para ejercer la semiótica del poder, pero ya nunca será lo mismo; el independentismo se ha roto y es una ruptura irrecuperable. Cuando el Gobierno ataca, el soberanismo se repliega y viceversa, pero la correlación de fuerzas se mantiene, en apariencia. Si hay elecciones, la ventaja de ERC en los sondeos junto al hundimiento del PDeCAT no será suficiente para imponer una mayoría a partir del 20 de diciembre. La imagen internacional de Cataluña roza los mínimos. "Los de la prensa extranjera parecían amigos, pero ya no leo los editoriales de Le Monde y de The Wall Street Journal porque me da vergüenza", lanza Iceta desde la tribuna.
Los líderes europeos, a Rajoy no le tienen en cuenta como no sea para aconsejarle (decirle lo que le toca hacer). En los últimos días, las interferencias de Merkel han sido constantes. Los alemanes, líderes en economía y cohesión social, quieren que el presidente español concentre sus esfuerzos en la reforma constitucional. Buscan un nuevo modelo del Estado de las Autonomías, más federal en lo que se refiere a la Hacienda Pública, pero más igualitario en cuento a transferencias y derechos. Exigen a España que ocupe un papel preponderante en la UE refundada porque le consideran un país experto (a pesar de las apariencias) en la gestión de la complejidad que han tratado de implementar los gobiernos de PSOE y PP. Bruselas y Berlín quieren en España un modelo más permeable a las directivas comunitarias; y también, más adaptable a las exigencias del BCE, en materia de política monetaria.
El soberanismo de origen convergente se licúa hasta desaparecer por el desagüe. Y, en un intento por salvar los muebles de su propia formación, Puigdemont da marcha atrás a la espera de que Rajoy ofrezca garantías de que va a suspender el 155. García Albiol pierde su mejor oportunidad para callarse y vende que “quien la hace la paga”, 155 y listos. Salgan como salgan los políticos del rizoma catalán, la fractura emocional se hace visible en las familias y centros de trabajo hasta puntos dramáticos. El pueblo catalán viaja cada hora de “tu corazón a mis asuntos”, como dijo el poeta.
El soberanismo de origen convergente se licúa hasta desaparecer por el desagüe
Ayer pareció por un momento que Puigdemont era Teseo en el laberinto de Ariadna. El presidente no teme a la orden de prisión, pero dice temer que, en pocas horas, Cataluña se vea sumida en el caos. Desde que Maza inició la querella personal contra él, Puigdemont sabe que le pueden caer 15 años por sedición. En la revolución como en la vida, replegarse funciona: la noche anterior del Potemkin en San Petersburgo; los últimos de Sierra Maestra, en Cuba; el repliegue de Masaya, en Nicaragua; Desmoulins y Marat, la noche antes de la Bastilla; los últimos de Blanqui, en la Comuna de París, etc. En todos estos casos, lo que vino después fue terrible en términos de vidas humanas y, desde luego, no estamos ahí. Si algo nos conviene a todos es volver a casa; no olvidemos que el catalán encaja con el aquel caracol de Lorca, “pacífico burgués de la vereda, aturdido e inquieto...”. ¿Será verdad que del procés solo quedan los materiales rotos; solo la huella del glamour? Para la mayoría, el choque no solo es cansino; es simplemente devastador.
En Madrid nadie vive en sus cabales a la vista del drama catalán. El Gobierno quería aprobar el 155 y retirarlo después. Rajoy tiene a su lado a Soraya y al equipo de monclovitas sabios (Ayllón y compañía), pero tiene en frente al martillo de herejes: Dolores de Cospedal y Juan Ignacio Zoido. Estos últimos saben que los procesos judiciales que minan al enemigo catalán no se van a parar. Los impasses pueden hacerte ganar batallas, según El arte de la guerra de Sun Tzu. El "mañana en la batalla" causa una desazón mucho mayor que el rugido de los cañones. Las horas anteriores a la tortura mellaron el ánimo del mismísimo Tomás Moro, mucho más que el dolor físico a manos del verdugo.