El 15 de agosto es fiesta en España, otro asunto es si lo iba a ser en todo el Estado español. Con la catolización de nuestro calendario, la Iglesia impuso celebrar ese día la asunción o subida al cielo de la virgen María, cuando en realidad lo que se festejaba desde tiempo inmemorial era que la siega y la trilla ya habían terminado y que pronto llegaría la vendimia.
Extrañó que el festivo 15 de agosto fuese a comenzar el decisivo curso político en el Parlament —es decir, en el Estado español— para formatear la ascensión a los cielos y convertirla en una renovada elevación del espíritu catalán. Pero, a última hora, han preferido esperar a que la Virgen culmine su subida por sí sola para, sin solución de continuidad, acelerar la propia y declarar hábil la segunda mitad del mes vacacional por excelencia.
La asunción, además de ser un acto en el que, por elección o aclamación, se asciende a alguien o a algo a un poder máximo o espacio superior, también es un acto para hacerse cargo de la deuda ajena. Es decir, es posible que poco después el Gobierno del Estado español haga nuevamente el panoli y se haga cargo de una deuda ajena, liberando al deudor primitivo de ella, el Govern.
Cabe la posibilidad de que el Partido Único Catalán, el del Sí, haya elegido este día porque el 15 de agosto de 1961 se inició la construcción del muro de Berlín, por obra y gracia de los iluminados de la República Democrática de Alemania
Al final, no sólo se ha eludido coincidir con la celebración virgínea, también con otros calurosos espíritus nacionales fracturados o de dudosa calidad. El 15 de agosto es el día de la independencia de Chipre, de Baréin o de la República Popular del Congo. Aunque cabe la posibilidad de que se haya evitado a última hora este día para no dar mayor resonancia a lo que se pretende hacer en Cataluña, por la similitud que tiene con la obra que se inició el 15 de agosto de 1961: la construcción del muro de Berlín, ejecutada por los republicanos demócratas alemanes. Totalitarios todos.
Los optimistas —sean a lo Rajoy o porque están convencidos del éxito de la judicialización— han comentado que lo que decidan los dirigentes independentistas el 15 de agosto está condenado al fracaso. Los pesimistas apuntan que vamos de cabeza y con los ojos cerrados a una inevitable guerra civil. Hay un tercer grupo, quizás el más numeroso, que cree que al final triunfarán la tolerancia y la convivencia que representan la mayoría silenciosa, esa que en las redes esteladas ha sido denominada peyorativamente como “mayoría (de) fantasma(s)”, a quien nadie le impide votar. Ni siquiera Franco, aunque algunos espiritistas de la CUP y de Podem aseguran que lo está intentando.
Cuentan que en una cena, una distinguida señora le preguntó a Churchill si creía en los fantasmas. El político británico no dudó en asegurarle que sí. La señora, desconfiada por la rápida respuesta y algo descreída, insistió: “Usted, ¿ha visto alguno?”. Y Churchill respondió: “No, señora, los verdaderos fantasmas son los que no se ven”. Entre la realidad y la representación anda el juego, y alguien se va a ahogar en ese enredo, lo que aún no sabemos es quién. Los fantasmas gozan de una ventaja, no tienen materia, no tienen cuerpo.