La bicicleta marcó una parte de la peripecia vital de Albert Camus, referencia crítica del siglo XX. Camus amó el ciclismo y se sintió extranjero bajo el cielo de Francia, confinado en su esfuerzo inútil, como otro Alberto, el gran campeón español, Contador, que este fin de semana arranca en el Tour 2017. Luchar contra el tiempo a pedaladas es un destino trágico y algo inútil, parecido al de Sísifo, el héroe maldecido que subía piedras enormes a un montículo con la sola idea de bajar y volver a subir cargado, y así hasta el infinito.
Camus desapareció en 1960, dos años después de recibir el Nobel, y recién empezada la gran década de Anquetil, cinco veces ganador de la prueba ciclista que asombra al mundo a fuerza de repetirse. El de Pinto (Madrid), jefe del equipo norteamericano Trek-Segafredo, ha alcanzado la edad de los ilustres veteranos, pero no entra en la prueba solo para competir. Quiere ganar (ha ganado dos Tours, no tiene nada que demostrar); y seguiría pedaleando sin exigir vítores ni premios, por el mismo honor de Prometeo, el dolor baldío como última frontera.
Albert Camus se sintió contagiado por la nada; Contador es un deportista impelido por la gloria. Casares Quiroga, ministro de la II República, tocó el lado francés del gran escritor de origen argelino, con sangre española por parte de madre. Aquel ministro destronado gozó de la protección de Camus en la Francia ocupada y a su regreso de Londres (el primer Gobierno en el exilio de Negrín) le reconoció como pareja de su hija, la gran actriz María Casares. Siempre hay una bici en el traspatio francés; las hay en Le Malantendu y en Les Dames du Bois de Boulogne. Camus y María fueron pareja en los últimos años de Vichy. Vivieron en un apartamento parisino de la Rue de Vaneau, propiedad de André Gide y allí estaban cuando les pilló la madrugada de junio del 44 en la que los aliados desembarcaron en Normandía. Con el fin de la pólvora y la metralla, que cinceló Cartier-Bresson, reapereció la revista Combat con un primer artículo de Camus titulado De la Resistencia a la Revolución --"el París que se bate hoy quiere estar presente en el futuro"-- ilustrado con fotos de jóvenes junto a bicicletas desvencijadas por las calles y aceras de la capital. Y, desde luego, había más bicis que forasteros el día en que Camus y María enterraron a Casares Quiroga en el cementerio de Montparnasse. Durante la posguerra europea, llegó el momento desafiante de separar a Camus de Jean-Paul Sartre por la condena o la aceptación de los Procesos de Moscú. La afiliación comunista jugó de línea divisoria, aunque después de la desaparición de Camus, Sartre estableció y restableció rupturas defensivas en su discurso destinadas a meter tierra de por medio entre el París de las algaradas en la Sorbona y los tanques soviéticos al otro lado del Telón de Acero.
Camus disipó del presente toda amenaza de soledad para los Casares y para tantos españoles que cruzaron los Pirineos y lograron sortear su destino, con un pico y una pala, en la zanja de la Línea Maginot. Allí estaban las bicicletas desvencijadas y desarmadas, pero dispuestas a competir de subida por las poderosas motocicletas cuatro tiempos de los alemanes, armados con botas a media caña, gorras de plato y cruces de hierro.
A partir de hoy, la Grand Boucle multicolor que formará el pelotón del Tour 2017 atravesará los prados del Midi, las gargantas de la Alsacia y Lorena, las pistas routier que conducen desde Germania hasta los grandes picos, como el Galibier, el Henri Desgrange, la cima más alta de esta edición al coronarse a 2.642 metros de altitud. Volverá así la épica de la montaña como en los años del Tourmalet con la camiseta a topos de Bahamontes o los logros de Ocaña, el único que fue capaz de batir a Eddie Merckx, el más grande, dicen. Depositaremos en Contador los arranques de gloría repentina de los raids de Perico Delgado o la permanencia en Indurain, el diésel a piñón fijo, cuya estética recala hoy en el británico Chris Froome ("quiero mi cuarto Tour, eso me motiva y hace historia", dijo ayer).
La batalla de Alberto Contador puede ser la última en tono épico porque le esperan Froome y el colombiano Nairo Quintana para no dejarle solo en el podio de París
En cada meta volante, saltarán vendajes y botellines de plástico. Los aspirantes a la gloria se comportarán, una vez más, como sultanes dispuestos a decretar leyes que hagan temblar a las cabezas más tenebrosas de sus respectivos batallones. Será una nueva combinación de fuerza e inteligencia; después de los verdes que acompañan a la depresión de los Alpes, los mejores sabrán muy pronto quienes son y de qué material están hechos sus sueños. Las cinco grandes cordilleras de Francia se reunirán en esta edición, algo que no se daba desde 1992. Este año no será el de los Pirineos y tampoco la ronda se hartará de Alpes. Se flanqueará el paso, no menos complejo y siempre majestuoso del Macizo Central, y desde allí, los cuellos de montaña que conducen a los Vosgos y al cantón del Jura, dentro de Suiza.
Cuando murió en accidente el gran Fausto Coppi, el ciclismo se tiño de luto y Camus exclamó que fallecer en un santiamén era su ideal. Resultó premonitorio del accidente de coche del escritor empotrado contra el único árbol de una carretera que le era familiar y por la que transcurría en el asiente del copiloto. Francia es un país de bicicleta y de pensamiento; casi nadie que se precie deja de pedalear, si le gusta influir. Como demuestra Alain Minc en su libro recopilatorio, Una historia política de los intelectuales (Duomo).
La batalla de Alberto Contador puede ser la última en tono épico porque le esperan Froome y el colombiano Nairo Quintana para no dejarle solo en el podio de París. Tiene un toque metálico que mezcla con el semblante de rictus adolorido pero feliz, cuando se levanta por encima de la barra para dar uno de sus clásicos hachazos. Las cámaras lo revelan: Contador cuida la mecánica del gesto, esa segunda naturaleza que es el porte.