A medida que Donald Trump se gana cada día un nuevo enemigo entre los viejos aliados de Estados Unidos a base de invectivas y groserías, cabe preguntarse con qué amigos se quedará en el mundo, aparte del amigo de conveniencia que ha sido el ruso Vladimir Putin durante la campaña electoral y el viejo amigo de la familia Benjamin Netanyahu. Un mes después de llegar a la Casa Blanca, todavía no se ven unas líneas claras en política exterior más allá del muro con México, el proteccionismo económico, el rearme y la amenaza de tirar bombas contra todo aquel que no se someta a las leyes del imperio. Cuando el principal foco de conflicto sigue siendo Oriente Medio y las guerras que Europa tiene en puertas, cabe preguntarse a dónde nos llevará la presidencia de este magnate intemperante.
Para ocuparse del asunto, ahí está su yerno, Jared Kushner, de 36 años, estratega de la campaña electoral de Trump, nombrado asesor presidencial para política exterior, y considerado hombre fuerte del gabinete de su suegro.
Lo que podríamos llamar gobierno Trump es una familiocracia, con sus parientes más directos presentes en casi todas las fotos presidenciales, y, en primer plano, Jared e Ivanka.
Lo que podríamos llamar gobierno Trump es una familiocracia, con sus parientes más directos presentes en casi todas las fotos presidenciales, y, en primer plano, Jared e Ivanka
Vimos estrenarse a este yernísimo en el escenario global hace unos días con motivo de la visita del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu a Washington, con quien la familia Kushner mantiene antiguos y estrechos lazos personales.
Judío practicante, fe a la que ha convertido a su esposa Ivanka, y empresario de la construcción con importantes intereses materiales en Israel, los lazos de Jared con Netanyahu se remontan a su primera adolescencia, gracias a la fundación de su padre, Charles Kushner, dedicada a financiar las causas judías más extremistas, como los asentamientos ilegales en Cisjordania, construidos en flagrante violación de la Convención de Ginebra. Otro dinero fue al bolsillo de Netanyahu, en concepto de conferencias por las que se le pagó cientos de miles de dólares. El padre Charles sería recompensado por el propio Netanyahu con una concesión millonaria de terrenos públicos en Israel a precio de ganga. También del propio Trump, con intereses materiales en Israel, se conoce una donación al asentamiento ilegal de Beit El. Todo ello hace que el nombramiento de Jared Kushner, que tiene entre sus principales encargos ocuparse de los asuntos de Oriente Medio, haya sido recibido con júbilo por los colonos israelíes, con la mayor desconfianza por los palestinos y presentado por el propio Donald Trump como el hombre que puede ser decisivo en la solución del conflicto.
Trump ha declarado que hay que dejar que palestinos e israelíes negocien la paz directamente. No es que la mediación de EEUU haya servido de algo hasta la fecha. La negociación lleva parada desde 2014 por la negativa israelí, no ya a desmantelar la ocupación de Cisjordania, sino a paralizar simplemente el crecimiento de las colonias israelíes en el territorio. Pero aun así el anuncio de que EEUU deja de estar en la mediación es gravísimo porque equivale a un cheque en blanco a Israel para seguir colonizando. Y no otra cosa es lo que persigue Netanyahu.
Es imposible que algunos miembros del Gobierno de Trump no sepan que dejar al David palestino y al Goliat israelí frente a frente conduce ya no a la paz sino a un mayor desastre
Llegados a este punto, lo que hay que preguntarse es si Trump y sus familiares entienden lo que están haciendo. Algunos de los miembros de su gobierno es imposible que no sepan que dejar al David palestino y al Goliat israelí frente a frente conduce ya no a la paz sino a un mayor desastre como sería el desencadenamiento de una nueva intifada palestina, con todo el derramamiento de sangre que comportaría.
¿Quién es Donald Trump? Que no es un experto en política internacional no hace falta que nos lo juren; que su conocimiento del conflicto israelo-palestino es limitado, también resulta obvio; que su proximidad a la parte judía es todo menos una recomendación para una paz futura no deja de repetirlo el ex secretario de Estado John Kerry.
Lo más que puede inferirse es que ha renunciado a reconocer el traslado de la capital de Tel Aviv a Jerusalén, para entregársela al ultraísmo rabínico, pero a cambio de lo cual Netanyahu entiende que tiene barra libre para llenar aún más de colonos Cisjordania.
Por todo lo anterior, el futuro se augura catastrófico en Tierra Santa. Y Donald Trump, el gran familiócrata, el mayor responsable de que así sea.