Cuanto antes dejemos de hablar del indeseable e imposible referéndum que abandera el Govern de Carles Puigdemont, para empezar a entender que nos dirigimos hacia una especia de segunda vuelta de las elecciones del 27S de 2015, antes lograremos escapar de la narrativa en la que se encuentra cómodo el separatismo. Sobre el referéndum vinculante de secesión es suficiente despacharlo con dos argumentos. Primero, su celebración es imposible sin una reforma constitucional previa. Lo ha explicado magníficamente el catedrático Xavier Arbós. Segundo, y más importante, aunque imaginásemos por un momento que esa condición fuera prescindible, tampoco sería deseable porque en Cataluña hoy no se dan las condiciones democráticas para llevarlo a cabo. Las instituciones de autogobierno han perdido desde hace años su neutralidad y los medios públicos de comunicación están volcados a favor de la causa separatista de una manera escandalosa. Lo cree más del 65% de la población, según una reciente encuesta, y lo piensan todos los segmentos de la población, incluso entre los que por lengua y sentimiento de pertenencia pueden sentirse más favorables al independentismo. En definitiva, es imposible la imparcialidad de que quien con una mano quiere organizar un referéndum de secesión y con la otra ya está preparándola, anticipándola, desde la Generalitat, como reconocen abiertamente los políticos separatistas. Ese hipotético referéndum suspendería ampliamente el Código de Buenas Prácticas de la Comisión de Venecia.
Parece claro es que vamos a una segunda vuelta de las elecciones del 27S de 2015, con una rivalidad creciente entre Oriol Junqueras, que pensaba comérselo todo en solitario, y un renacido Artur Mas que está explotando al máximo el juicio por el 9N
La estrategia de JxSí, otra cosa diferente es la CUP, no pasa por ir hasta el final al precio que sea, hasta la desobediencia completa y absoluta. Para ello necesitarían de entrada que los Mossos d'Esquadra se declarasen en estado de rebeldía frente a la legalidad constitucional. Y eso no ocurrirá. Es un escenario absolutamente descartado. Otra cosa es haya manifestaciones y actos de protesta, e incluso algún incidente violento de tanto que se cargan las palabras de odio y se descalifica la democracia española porque la justicia abre causas penales cuando los políticos desobedecen a los tribunales. Así pues, la aprobación de la secreta ley de transitoriedad jurídica hacia el mes de mayo, que incluiría la convocatoria del referéndum para su hipotética celebración antes del verano, parece diseñada para ser la traca final con la que taladrar a la sociedad catalana y mantener expectantes al electorado soberanista. Pero toda esa tensión se resolverá en unas nuevas autonómicas, que el separatismo bautizará de otra forma, a medio camino entre "plebiscitarias" y "constituyentes", a finales de ese otro mes patriótico por excelencia que es septiembre.
Más allá del calendario, lo que parece claro es que vamos a una segunda vuelta de las elecciones del 27S de 2015, que para JxSí fueron un fiasco en relación a los objetivos. La estabilidad parlamentaria ha acabado en manos de la CUP sin que juntos puedan exhibir una mayoría de votos separatistas. Con ese fracaso, el carácter plebiscitario se vino a bajo enseguida, lo que les ha llevado a tener que sacarse de la chistera un referéndum que no figuraba en el programa por el que pidieron "el vot de la teva vida". En 2017, no habrá coalición entre ERC y el nuevo PDECat, y sí en cambio una rivalidad creciente entre Oriol Junqueras, que pensaba comérselo todo en solitario, y un renacido Artur Mas que está explotando al máximo el juicio por el 9N para preservar el espacio convergente de centro-derecha, aunque sea a costa de radicalizarlo aún más si acaba inhabilitado. La colaboración de importantes resortes mediáticos, como 8TV, está siendo impagable en esta operación de reflotar el PDECat. La estrategia de la segunda vuelta electoral parte de la hipótesis de que, aunque haya un notable cansancio entre las filas soberanistas, mayor será el hartazgo entre los no independentistas, que se transformará en indiferencia y pasotismo en unas nuevas elecciones. Pero también podría ser que, en lugar de abstencionismo, el hartazgo entre el heterogéneo grupo de los unionistas se convierta en irritación para poner fin definitivamente al proceso. Ahí el reto que tienen los partidos (C's, PSC y PP) que aspiren a representarlos y a movilizarlos.